Salida de Bo Xilai eleva incertidumbre en China

La ironía de la salida de Bo Xilai, el descarado y carismático líder del partido comunista en Chongqing, es que él pudo haber sido el político más popular en China. Al ser consultadas el año pasado qué pensaban de Bo, un grupo de mujeres de mediana edad en una ciudad central de China, enfáticamente elevaron sus pulgares al unísono. "Bo Xilai es fantástico", dijeron. "Amamos a Bo Xilai".
El hábito de Bo de apelar directamente al público sobre las torres del castillo del partido comunista, casi ciertamente contribuyó a su caída. Como jefe del partido en Chongqing, lideró una brutal ofensiva contra la mafia local, que combatió la habitual prostitución y las apuestas y que casi ciertamente tenía lazos con ciertos elementos del partido comunista. Dada la naturaleza extrajudicial de su campaña "contra el crimen" -en la cual 13 personas fueron ejecutadas en juicios acelerados- no habría sido difícil deshacerse de rivales políticos en el proceso.
Bo, en una iniciativa que varios comentaristas relacionaron con el equivalente chino de postularse a un cargo -un lugar en el comité permanente de nueve miembros- puso en marcha otras políticas populares. Él debilitó la distinción entre los habitantes de la ciudad de Chongqing y los del campo, haciendo más fácil para los residentes rurales acceder al seguro de salud y otros beneficios negados para los habitantes que no son de las ciudades. También abogó por la construcción de viviendas públicas y proyectos de infraestructura masiva que hicieron a Chongqing, una ciudad de 10 millones de habitantes, una de las ciudades de más rápido crecimiento del país.
Bo también fue un maestro de la retórica populista, no siempre política en un país gobernado por un partido único que se ve como la única fuente legítima de poder. Intentó recurrir a la mitología del maoísmo, reviviendo los eslóganes "rojos" y consignas, en lo que él presenta como una campaña contra las fuertes desigualdades que habían emergido en la China post maoísta. En cierta forma, fue conveniente que Bo fuera derribado en una pugna política que recuerda la Revolución Cultural.
La remoción de Bo es un recordatorio útil de que el sistema político chino no es una máquina bien aceitada como a veces se quiere hacer ver. Tal como la producción de leyes y salchichas, el interior del estado chino de partido único no es bonito. Normalmente, está escondido a la vista. Pero el fraccionalismo salvaje dentro del partido se hace visible en momentos de cambio generacional cuando un comité permanente le cede el poder al siguiente, como ocurrirá este otoño (boreal).
De hecho, sólo una vez desde la revolución comunista de 1949 ha habido algún acercamiento a una suave transición. Eso fue en 2002, cuando Jiang Zemin cedió el poder a Hu Jintao, el actual primer ministro. Jiang no había sido programado para la principal posición. Él asumió el control sólo después de que el heredero aparente de Deng Xiaoping, Zhao Ziyang, hubiera sido removido en una purga al estilo de Bo, debido a una percibida debilidad durante la crisis de la Plaza de Tiananmen en 1989. Zhao pasó el resto de su vida bajo arresto domiciliario. Deng sólo llegó al poder luego del arresto de la Banda de los Cuatro y tras una prolongada lucha de poder con Hua Guofeng, el sucesor elegido por Mao Zedong.
Los dramáticos acontecimientos que rodean a Bo -incluyendo el intento de deserción a Estados Unidos de su socio en el combate al crimen, Wang Lijun -revelan que el Partido Comunista está lejos de ser monolítico. Hay luchas entre facciones de la clase más primitiva así como una lucha ideológica por el alma del partido. Los repetidos llamados a más democracia por parte de Wen Jiabao, el primer ministro, nunca se han reflejado en la política. Pero claramente hay mucho más en juego en el corazón del partido comunista. La elección más importante del mundo este año no será en Estados Unidos, sino en China.
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