Traducciones y traiciones

Cuando en 1966 The Monkees popularizaron “I’m a believer”, una canción que se transformó en un éxito mundial, con mi hermano tocamos el disco en forma majadera hasta que mi padre nos preguntó qué era esa música.
- “Soy un crédulo”, una canción de The Monkees -respondimos orgullosa y arrogantemente y le mostramos el título de la canción en la funda del disco.
-Believer significa creyente, no crédulo -nos aclaró mi padre.
Desde entonces he desconfiado de todas las traducciones. Pero también me han fascinado por los problemas que presentan.
Nunca entendí porque “A la recherche du temps perdu” se tradujo al inglés como “Remembrance of things past” y sólo recientemente como “In search of lost time”. Lo mismo, nunca me pareció muy correcto que en ingles el Quijote apareciera como Quixote en vez de Quijote. Me sentí reivindicado con respecto a esta preocupación cuando Edith Grossman publicó su versión. Si bien optó por Quixote, en el prólogo confesó que esta duda la había atormentado durante todo el proyecto y sólo al final se había decidido por Quixote. ¿La razón? La similitud con el adjetivo “quixotic”, que en inglés se usa para describir algunas características propias del personaje de Cervantes.
Años más tarde la conocí en Nueva York (es la traductora de García Márquez y Vargas Llosa) y le pregunté por alguna traducción difícil que recordara. Me comentó que con “Lituma en los Andes” había tenido el desafío más grande de su carrera: la palabra “llamita”. Después de darse por vencida llamó a Vargas Llosa por teléfono y le confesó: “Mario, little flame makes no sense to me in this paragraph”. Vargas Llosa le aclaró: “Por supuesto Edith, se trata de un animal, una llama pequeña…”. Edith desconocía este animal.
Gregory Rabassa terminó trabando una gran amistad con su primer cliente: Julio Cortázar. Por accidente (en la época de las máquinas de escribir), Rabassa se equivocó al tipear y tradujo “huevo frito” como “fired egg” en vez de “fried egg”. Cortázar detectó el error, pero lo prefirió al original. De tal manera que en la versión en inglés del cuento el huevo quedó como “fired”. No conozco ningún otro caso en que el autor le haya dado tanta flexibilidad al traductor. Sólo de un amante del jazz, como Cortázar, se podría esperar tanta tolerancia para aceptar variaciones del original.
Pero Grossman y Rabassa son casos raros. Lo típico es que un autor tenga una relación tortuosa con sus traductores. Kundera, por ejemplo, desaprobó públicamente las traducciones al inglés y francés de “La broma” y ha mantenido desde entonces una obsesión con el tema de las traducciones. No sólo ha confesado haber derrochado demasiado tiempo y energía corrigiendo sus traducciones (“hechas por traidores”), sino que también ha sido capaz de escribir un ensayo completo sobre la correcta traducción de una sola frase. La frase en cuestión aparece en el tercer capítulo de la novela “El castillo” de Kafka y se refiere al encuentro entre K y Frieda. Dice más o menos: “Pasaron tres horas, horas en que respiraron como si fueran uno, y en las cuales K tuvo la sensación de perderse…”. Digo más o menos, ya que después de leer la versión en inglés del comentario de Kundera -escrito originalmente en francés- y sin saber alemán (el idioma de Kafka) son demasiadas mis dudas…
Y siguiendo con Kafka. No sabía que la novela que conocemos como “La metamorfosis” (“The metamorphosis” en inglés) Borges la tradujo al castellano con el título “La transformación”, un término que juzgó más fiel al original “Verwandlung”. Cuando a última hora la editorial prefirió “metamorfosis” en vez de “transformación”, Borges se enojó y desconoció la traducción.
Esto es irónico, ya que Borges se permitió algunas licencias creativas en sus traducciones, tal como lo ha mencionado Ernesto Sábato. Un ejemplo es el “Orlando” de Virginia Woolf. El texto original dice: “… and presented her instantly with the rough draught of a certain famous line…”. Borges tradujo: “… y le infirió un borrador…”. Concuerdo con Sábato en que la versión de Borges es demasiado borgiana. En este contexto no es sorprendente que Borges considerara “Otra vuelta de tuerca” superior a “La vuelta de la tuerca” (más cercana al título original de Henry James, “The turn of the screw”).
En fin. Debates no resueltos en materia de traducciones hay muchos. “L’etranger” de Camus en inglés se conoce como “The stranger” (más lógico habría sido “The outsider” o simplemente “The foreigner”). La novela de Saint-Exupery “Terre des hommes”, que se conoce en español como “Tierra de hombres” (aunque “Tierra de los hombres” habría sido preferible), en inglés salió bajo el indefendible título de “Wind, sand and stars”.
¿Dónde termina la traducción y dónde empieza el “mejoramiento” del original? ¿Qué pasa cuando el autor es bilingüe o trilingüe -Nabokov es un buen ejemplo- y se traduce a sí mismo: tiene derecho a cambiar el original? Y si así lo hace, ¿es una traducción o un texto diferente? Difícil responder.
Lo cierto es que al final un traductor, quiéralo o no, siempre traiciona. Cito la sentencia italiana: traduttore, traditore. Algunas traiciones son perdonables; otras, no tanto. Y en eso radica la belleza de una ecuación. E = mc2 es un original en todos los idiomas…
*El autor es profesor Escuela de Negocios Universidad Adolfo Ibáñez (UAI).
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