Insectagedón por indiferencia

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Hace apenas unas décadas, cuando iba a veranear con mi familia a El Quisco, en la Región de Valparaíso, solía explorar las quebradas aledañas junto con mis hermanos. Aún conservo vívidas imágenes de los seres que habitaban en los arroyos en su sima: ranas, aves y, sobre todo, muchos insectos.

Todas estas criaturas eran el deleite de nuestras observaciones de excursionistas: ahí aprendí que el macho del coleóptero conocido como la madre de la culebra es completamente distinto a la hembra de su especie. Aprendí que, además de las mieleras, existen las abejas nativas, algunas pequeñas y de bellos tonos metálicos e iridiscentes. También descubrí con asombro la existencia de avispas del porte de mi mano en esa época, avispas capaces de luchar con tarántulas y luego llevarlas como alimento para sus crías.

Esa quebrada hoy ya no existe: está seca. En los bordes donde antes crecían boldos y molles ahora se encaraman casas de veraneo y condominios. En el recuerdo quedaron también los insectos que allí habitaban.

Este caso no es único: actividades humanas como la intensificación y expansión de la agricultura, la urbanización e industrialización han provocado una pérdida cada vez mayor del hábitat no solo de los grandes animales, sino también de los insectos. Se estima que estas actividades serían las principales responsables de que en menos de cuarenta años las poblaciones de animales salvajes se redujeran en un sesenta por ciento.

Esta situación no es algo que debería preocuparle solo a la ciencia y a los amantes de la naturaleza: una elevada diversidad biológica es requisito fundamental para mantener nuestro planeta dentro los límites en los que puede sobrevivir la especie humana.

Esta situación fue inicialmente conocida a partir del estudio de vertebrados y plantas. Sin embargo, los hallazgos más recientes han dejado en evidencia que la crisis estaría también afectando a invertebrados, especialmente a los insectos. Su declive es algo preocupante, considerando los efectos en cascada que su desaparición podría conllevar en los servicios ecosistémicos que estos proveen y la estabilidad general de las cadenas tróficas terrestres. En otras palabras, si desaparecen los insectos, muchas especies que dependen de ellos o se relacionan con ellos (ya sea porque constituyen su alimento, porque polinizan plantas o porque cumplen algún papel importante en los ecosistemas) también corren el riesgo de extinguirse, como si fuesen piezas de dominó.

Los insectos son los animales más abundantes y diversos de la Tierra: cumplen una serie de funciones ecosistémicas fundamentales para la supervivencia de nuestra especie, como la polinización y el reciclaje de materia orgánica. Por ello, las consecuencias potenciales de este desastre son tan graves que la prensa internacional ha denominado al fenómeno como el «insectagedón».

En 2017, en Alemania, se reportó que durante los últimos 27 años se habría diezmado la biomasa de insectos voladores en un 76%. Vale decir, una pérdida de 2,8% anual. Una cifra que podría ser aún más alta (hasta un 82%) para las especies presentes como adulto en época estival. Aún más preocupante es el hecho de que este muestreo de largo plazo fue realizado en áreas protegidas de ese país, relativamente menos impactadas por la «antropización» (efectos del ser humano en la naturaleza) que las zonas agrícolas o urbanizadas, donde la pérdida podría ser aún mayor. De igual forma, considerando 36 años de muestreos, en Puerto Rico se encontraron tasas de decaimiento similares en la biomasa de artrópodos habitantes del dosel en el bosque tropical lluvioso. Además, en las zonas donde se detectaron estas bajas también se vieron afectados aves, ranas y reptiles dependientes de insectos como principal alimento.

Una revisión publicada recientemente, que consideró todas las investigaciones a la fecha, concluyó que las poblaciones de alrededor de la mitad de las especies de insectos estarían decayendo a nivel mundial y un tercio se encuentra en peligro de extinción. De acuerdo con esta revisión, las principales causas del declive de los insectos nativos serían cuatro: 1) la pérdida de hábitat nativo y su conversión a zonas urbanas o de agricultura intensiva; 2) contaminación, fundamentalmente asociada a pesticidas; 3) patógenos y especies invasoras; y 4) el cambio climático global.

Aún estamos a tiempo de revertir esta situación. Las alternativas que se han propuesto apuntan a grandes acciones, a un cambio de paradigma en la producción agrícola: utilizar la estrategia de «compartir la tierra» (Land Sharing, en inglés), lo que apunta a mantener la biodiversidad local en los agroecosistemas. Así mismo, para las zonas urbanizadas, se sugiere mantener y conservar las plantas nativas de manera que estas sean refugio para los insectos. La dificultad radica entonces en cambiar en gran medida las técnicas agrícolas actuales.

En Chile desconocemos los alcances del insectagedón, ya que existen vacíos de conocimiento básico que no permiten hacer estimaciones en este sentido. Sin embargo, sí contamos con evidencias que muestran los efectos perturbadores derivados de la actividad humana, como la introducción de especies exóticas y reducción de hábitat. En los últimas décadas, dichas intervenciones han alterado y reducido las áreas de biomas nativos que sostienen a los insectos de nuestro país.

El decaimiento de las poblaciones y del número de especies de insectos en el mundo ha sido un fenómeno secundario si se le compara con la preocupación que históricamente han inspirado otras formas de vida más carismáticas, como los grandes mamíferos. La poca visibilidad de los insectos probablemente también ha contribuido también a agudizar el problema. De hecho, en Chile, los únicos datos referentes al estado de conservación de las especies con los que se cuenta actualmente son los proveídos por los procesos de clasificación de especies del Ministerio del Medio Ambiente, datos que son aportados voluntariamente por investigadores. De acuerdo con los datos actualizados al 20 de diciembre de 2018, hay 76 especies de insectos categorizadas según su estado de conservación: 50 de ellas se encuentran en categoría de amenaza (vulnerable, amenazada o en peligro crítico). En el 92% de los casos, la amenaza corresponde a pérdida o degradación del hábitat. Este número corresponde a apenas el 0,74% de las especies de insectos descritas de Chile —que ascienden a más de 10.254 (13)—.

Como decíamos antes, los insectos son los animales más abundantes y especiosos, y además cumplen roles ecosistémicos irremplazables. Pese a ello, en Chile conocemos solo una fracción de su estado de conservación. Parte de la responsabilidad de este desconocimiento se la llevan las agencias de financiamiento científico en Chile como Conicyt-Fondecyt. Estas, en sus acápites de fondos concursables, explícitamente no consideran el levantamiento de colecciones, catálogos ni prospección de la biodiversidad nativa en sus bases de concurso. Tampoco incentiva en sus evaluaciones y propuestas la descripción de las especies nativas. Lamentablemente, esta etapa escrítica antes de que sea posible realizar adecuadamente cualquier estudio de Ecología, Biodiversidad y Conservación. De la misma forma, el Ministerio de Medio Ambiente, junto con solicitar a los especialistas sugerencias de especies de insectos a proteger, debería considerar que estas propuestas de expertos solo pueden generarse si la Entomología es financiada como disciplina prioritaria para enfrentar la crisis de biodiversidad actual.

Hoy, recorriendo la costa central buscando remanentes de hábitat apropiados para la sobrevivencia de insectos nativos, he visto cómo es cada vez más difícil encontrar matorral costero. En mi parada en El Quisco, sin embargo, vi algo esperanzador: era un sector donde, por una remodelación, las máquinas habían removido losas de concreto y dejado expuesto el gredoso suelo desnudo litoral. De entre los surcos, las orquídeas y alstroemerias desplegaban sus flores, los brotes de arbustos nativos se asomaban esperanzados y, sobre estos, se alimentaban insectos nativos.

Si lográramos compartir la tierra con nuestras entomofauna chilena, sería posible disminuir el decaimiento. Sin embargo, necesitamos, en primer lugar, investigación científica que apunte a este objetivo. Asimismo, debemos cambiar la forma en que producimos los alimentos, concretamente, aplicando los plaguicidas en forma racional para hacer un uso sostenible de la tierra. Nuestra especie puede beneficiarse de los servicios proveídos por la biodiversidad, siempre y cuando aprendamos a convivir en armonía con ella.

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