Los dueños de la pelota
<p>Después de la campaña en las eliminatorias, la figura de Marcelo Bielsa quedó elevada a la altura de una deidad y la selección de fútbol como el mejor producto que Chile puede ofrecer. Pero antes de que todo eso pasara, la ANFP de Mayne-Nicholls tuvo que reinventarse. Ésta es la historia de cómo aplicaron cirugía mayor.</p>

El silencio no es la mejor de las señales en un camarín de fútbol. Pero ahí, en ese vestidor del Estadio José Antonio Anzoátegui de Puerto La Cruz, el silencio -o la falta de palabras, si se quiere- era más que concluyente. Chile había perdido. Quedaba fuera de la Copa América de Venezuela 2007, porque el pragmático Brasil de Dunga le había encajado seis goles en un partido de cuartos de final. Y ésta era de las goleadas que duelen. Porque previo al partido, varios de los tipos que ahí se miraban callados habían participado de un escándalo que habría incluido a jugadores ebrios, acoso a mucamas del hotel donde alojaban y jamón, queso y mermelada lanzados por los aires. La prensa bautizaría la gracia como el Puerto Ordazo. Pero Harold Mayne-Nicholls lo entendería como el punto de quiebre.
Para él, ese camarín donde Nelson Acosta -el entrenador- no podía hablar por la amargura y donde Claudio Bravo lanzaba comentarios no muy felices por las seis pelotas que había tenido que ir a buscar a su propio arco, marcaba un hito. Un aviso de advertencia. Una señal de que las cosas así no podían seguir.
Porque Mayne-Nicholls, que en ese entonces ya llevaba algunos meses como presidente de la ANFP, no había dejado su puesto en la FIFA, tan cerca de la oreja de Joseph Blatter, para venir a Chile a ser testigo de qué tanto podía descomponerse una selección. Había venido a cambiar las cosas. Esa idea, de hecho, la había comenzado a parir un año antes, cuando todavía se jugaba el Mundial de Alemania. Ahí, mirando las 32 mejores selecciones del mundo -donde no estaba Chile-, se había convencido de que quería ser el presidente del fútbol.
El problema es que el resto no le creía.
Cuando estaba acá, a veces iba al estadio y se topaba con gente a la que quería meter en su lista. Les decía que quería competir por el sillón de la ANFP y ellos a veces le contestaban que estaba loco. Que por qué un tipo como él dejaría su tremenda pega en la FIFA para tratar de suceder la dudosa administración de Reinaldo Sánchez. Mayne-Nicholls, que era conocido como el gringo y que en 2007 ya tenía 46 años, siempre contestaba con una frase que sonaba tan mesiánica como desinteresada. Decía que si tenía esa buena vida, era por el fútbol chileno. Y que por eso, quería devolverle lo que le había dado. Así, después de haber sido coordinador general en la sede de Múnich para la Copa del Mundo de Alemania, Harold Mayne-Nicholls regresó a Santiago con la idea de cambiar el fútbol chileno en la cabeza y con la propuesta de cómo hacerlo en un PowerPoint.
La presentación era simple. Se llamaba Proyecto Fútbol Chileno 2007-2010 y tenía 14 planillas. Ahí hablaba sobre modernizar la administración de la ANFP y que el fútbol debía aportarle transparencia, confianza, solidaridad, democracia y equidad al país. Ese fue el sueño que les vendió a los clubes profesionales de Chile. Harold subió a aviones y manejó su auto para hablar con los presidentes de cada equipo y contarles que ese power point no trataba de salvarlo a él. Trataba de salvar al fútbol. Y ganó en una elección donde corrió solo y donde al final del día, había conseguido 47 de los 50 votos posibles.
Autogol
Marcelo Bielsa venía quitándole el sueño desde hace un tiempo. Lo que vio Mayne-Nicholls en Venezuela, sólo vino a adelantar un proceso que en su cabeza sólo puede haber sonado como lógico, pero que en el fútbol chileno era revolucionario: quería un entrenador que pusiera en la cancha el mismo método que él estaba llevando en su administración.
Porque en esos seis meses, la ANFP había cambiado por dentro.
Mayne-Nicholls tuvo que volar hasta Rosario mucho antes, y explicarle a Bielsa con palabras ese PowerPoint que tenía metido en la cabeza. Le dijo que lo quería para un proyecto que trataba de devolverle la dignidad al fútbol. Bielsa pidió videos. Quería los partidos de Chile en la Copa América de Venezuela.
Se instaló el horario de 9 a 18:30, a pesar de que Mayne-Nicholls siempre llega a las 8. Se pasó de una débil administración de 30 personas -en los tiempos de Sánchez- a un robusto equipo que mueve 70 personas y con un directorio de siete miembros que es dónde se toman todas las decisiones importantes. Un directorio que se junta todos los lunes y jueves de 9 a 10 de la mañana y donde cada vez que alguno de sus miembros sale a una reunión de negocios, debe hacerlo con un power point armado en su pendrive y usando cualquiera de las dos nuevas corbatas institucionales.
Contra Ecuador, la selección y la ANFP se jugaban su prestigio. Estuvieron a la altura.
El presidente, dicen en la ANFP, prioriza a los tipos que trabajan duro por sobre los talentos sin disciplina.
La selección de Mayne-Nicholls no fue fácil de armar. Cuando recibió el balance de 2008 de sus gerentes y no le gustó porque pensó que las cifras no se veían inconsistentes, no le quedó otra que externalizar la auditoría a Deloitte. Y vio que tenía razón. Y también vio cómo cinco de sus siete gerentes tuvieron que irse antes de tiempo.
El tipo que exigió que las banderas de todos los clubes chilenos estuvieran siempre puestas fuera de la sede de la ANFP y ordenadas según la tabla de posiciones, quería un técnico que completara la máxima que en ese 2007, llevaba un par de meses trabajando: el fútbol chileno tenía que jugar de la misma forma, dentro y fuera de la cancha.
Pero la llegada de Bielsa no era simple.
De partida, porque la ANFP de Mayne-Nicholls había heredado un déficit -dicen en Quilín- de 800 millones de pesos que recién esperan sanear a fines de este año. Porque se vieron amarrados a contratos que no consideraban buenos con Brooks y Canal 13. Y porque traer a Bielsa significaba que el presupuesto mensual de la ANFP quedaría en 90 millones de pesos mensuales.
Bielsa, le dijeron a Harold, te va a mandar a la mierda. Mayne-Nicholls sabía que tenía que probar.
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