Revista Que Pasa

Ese estilo japonés

Estuve un mes en Japón preparando mi última novela. Me impresionó su sociedad cohesionada y su cultura compacta. Los japoneses nunca se desesperan, son respetuosos en extremo, se guardan las emociones y son demasiado pragmáticos. Incluso frente a una tragedia como el terremoto que los golpeó hace una semana.<br>

-Odio Japón. Ésta es la sociedad más cerrada del mundo: detrás de una extrema cortesía no hay más que racismo, intolerancia e hipocresía. Es imposible hacer amigos, y si entablas relación con alguien, nunca sabes qué piensa en realidad.

El que hablaba tenía rasgos japoneses -como todos los inmigrantes-, pero su acento lo delataba como mexicano. Era principios de 2009 y estábamos en una conferencia en el Instituto Cervantes de Tokio para japoneses interesados en el mundo hispano e hispanos residentes en Japón. Yo les había pedido a estos últimos que me describiesen su experiencia viviendo en ese país. La respuesta del mexicano fue la más repetida. Y las hubo incluso mucho más agresivas.

Yo temí un altercado. He vivido en México, Perú y España, incluso una temporada entre Uruguay y Argentina, y puedo asegurar que, en cualquiera de esos países, si un grupo de extranjeros residentes se hubiese expresado así, la reacción habría sido furiosa. Los oriundos habrían protestado, habrían respondido con ácidos comentarios y, según la situación, podrían haber llegado a las manos.

En países ricos, como España, la cosa puede ser peor. La población suele considerar que la residencia legal es una especie de favor que les hacen a los extranjeros, así que si ellos expresan su descontento no sólo se les considera unos maleducados, sino también unos desagradecidos. Japón también es un país rico, es el tercero más rico del mundo, así que yo temí que la reacción de los nativos presentes iba a ser furiosa.

Para mi sorpresa, cuando les pregunté qué tenían que decir ante esas acusaciones, los japoneses respondieron:

-Nada. La opinión de estas personas es muy respetable.

-Creo que no me entienden -insistí-. ¿Están ustedes de acuerdo con lo que ellos dicen?

-Todo lo que dicen es muy respetable -repitieron-. Sumamente respetable.

Más tarde, uno de ellos, un profesor universitario, me explicó que evitar las situaciones de conflicto forma parte de su cultura. Según me dijo, sus compatriotas nunca se meten en líos ni se esmeran por cambiar las ideas de los demás, por antipáticas que puedan sonar. Y no lo hacen, dijo el académico, principalmente por dos razones: "Los japoneses admiramos la armonía. Además, tenemos claro que en las discusiones nadie convence a nadie de nada".

Para los japoneses que conocí, así como para los ingleses, la inexpresividad es una señal de dominio de sí mismos. En cambio, la manifestación abierta de emociones, es una fuente segura de lo más terrible que le puede caer encima: la vergüenza.

No puedo dejar de pensar en eso después del terremoto y el tsunami que azotaron hace una semana a Japón. Porque incluso en esa tragedia hemos podido ver esas dos características en su máximo esplendor: en la televisión, los japoneses que rescatan a sus parientes de los escombros o contemplan la destrucción de sus hogares aparecen impertérritos, como si el tema no tuviera que ver con ellos. Por supuesto, eso implica una gran cuota de discreción -hacer escándalo rompería la armonía-, pero también de pragmatismo: no son muy dados a llorar por la leche derramada. El llanto, así como las discusiones, no cambia nada.

Cero emotivos, muy pragmáticos

Pienso otra vez en la respuesta de ese profesor japonés, a quien conocí en Tokio cuando me instalé allá un mes a preparar mi última novela ("Tan cerca de la vida"), ambientada en Japón. Su frase resumía dos piedras angulares del temperamento nipón. En primer lugar, la voluntad de "mantener la armonía", es decir, mantener la compostura sin importar qué tan desesperada sea la situación. En la práctica, esto quiere decir: evitar en lo posible la expresión de emociones.

La única sociedad que he visto con una tradición semejante es la inglesa. Y, por cierto, los latinoamericanos o incluso europeos del Sur que he conocido en el Reino Unido siempre se quejan de sus habitantes en términos muy similares a los del mexicano de mi conferencia.

Para los japoneses que conocí, como para los ingleses, la inexpresividad es una señal de dominio de sí mismos. En cambio, la manifestación abierta de emociones es una fuente segura de lo más terrible que les puede caer encima: la vergüenza.

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