Revista Que Pasa

Cómic: El caos como fiesta

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Jason Aaron se hizo conocido por escribir Scalped, un thriller negrísimo, ambientado en una reserva india que Vertigo publica hasta ahora. Como a tantos otros, Marvel lo recogió y Aaron cumplió de modo correcto, al punto de que le encargaron a Wolverine. Hasta ahí todo bien. Como guionista, Aaron podía ser leído como un funcionario aplicado del cómic gringo. Mal que mal, se movía bien en ambientes sombríos y personajes dark & gritty. Pero algo pasó. Su Wolverine -que era tristísimo- cogió vuelo y Aaron terminó el año pasado a cargo de Schism, que era algo así como la enésima macrosaga de los X-Men. Pero Schism fue otra cosa: Aaron se volvió loco. Llenó el cómic con robots asesinos, niños psicópatas y héroes torcidos. Las cosas explotaban en cada viñeta, pero los diálogos eran brillantes y quizás entrañables. La cosa era tan rara, que Wolverine llegaba a ser el personaje más dulce de la saga. En el último número, el canadiense de las garras se iba de Utopía -el islote donde los diezmados mutantes resistían el acoso del mundo- y reabría la escuela de Charles Xavier.

Wolverine and the X-Men parte con esa idea excéntrica -la de Wolverine como director de un colegio- y gracias a ella construye lo mejor del cómic mainstream yanqui. Al lado de todos los bodrios perpetrados por DC Comics, de las pretensiones arties de Jonathan Hickman, el agotamiento de Brian Bendis y de Mark Millar, el cómic de Aaron es ligero, eficaz y rebosa de ideas: telepatía punk, zombis de Frankenstein, el embarazo alien de Kitty Pryde y la sensación de que asistimos, por primera vez en mucho tiempo, a un relato tan fresco como sorpresivo gracias al arte de Chris Bachalo y Nick Bradshaw. Todo cabe acá: viajes espaciales e intrauterinos, islas pensantes y tristes, héroes confusos que responden con ironía porque nunca nadie los ha tratado como adultos. Aaron lo consigue. Su cómic le debe un poco al Grant Morrison de los New X-Men de hace unos diez años. Pero sólo un poco. La ausencia de pretensiones de facturar una obra maestra hace que el cómic, por momentos, lo sea. Tiene sentido: pocas veces un relato coral alcanza tal nivel de precisión, pero también de delirio. En Wolverine and the X-Men todo está en movimiento, todo cambia a cada rato, salvo la premisa principal: narrar el caos como si se tratara de una fiesta.

"Wolverine and the X-Men", de Jason Aaron. marvel.com

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