Revista Que Pasa

¿Quién es el N°1 de Codelco?

<p>El 19 de mayo Diego Hernández aterrizará en la presidencia ejecutiva de Codelco. Es la primera vez que el ex titular de Metales Base de BHP Billiton trabaja en una empresa estatal. Su biografía está marcada por su experiencia internacional. Las claves para entender a la nueva cabeza de la firma más grande del país. </p>

El ingeniero civil en minas Diego Hernández tiene una cábala: cada vez que asume un nuevo trabajo, ingresa al día siguiente de dejar la compañía de la cual se marcha. "Nunca he dejado de hacerlo. Desde el día en que empecé a ejercer mi profesión hasta ahora, siempre he estado empleado. Y eso me ha funcionado bastante bien", dice el nuevo presidente de Codelco.

Nombrado el 20 de abril por el directorio de la cuprífera estatal como reemplazante de José Pablo Arellano, Hernández dejará el 18 de mayo su actual cargo como presidente de Metales Base de BHP Billiton -multinacional operadora de Minera Escondida-, y al día siguiente ingresará a la cuprífera estatal. Será su primera experiencia en el mundo público y, aunque asegura que tiene una cuota de ansiedad, prefiere no tomar vacaciones antes de asumir.

Desde el noveno piso de Apoquindo 100 -donde se sitúa la casa matriz de Minera Escondida-, confiesa su entusiasmo. Es un hombre de la minería, que fue director ejecutivo de la brasileña Companhia Vale do Rio Doce (CVRD), presidente de Collahuasi y que ocupó otras importantes posiciones en Anglo American y Rio Tinto.

Aunque por ahora prefiere no ahondar en su visión y planes para Codelco, este hombre de 62 años sostiene que la firma "tiene un equipo de gente con experiencia, tanto los profesionales -que conozco relativamente bien- como los trabajadores. Lo que espero es que todos juntos podamos lograr que Codelco sea una empresa mejor de lo que es hoy".

En el mercado se especula que aparte de las mejoras en eficiencia y productividad, uno de los sellos que Hernández imprimirá a la empresa estatal será la globalización. Aunque Codelco es la primera productora de cobre del mundo y exporta su producción a todos los continentes, se le reprocha la falta de una mirada estratégica que la lleve a convertirse en un gran jugador global.

De Venezuela a París

Hijo de dos profesores -uno de artes plásticas y otra del ya desaparecido ramo de educación del hogar-, Hernández tenía 11 años cuando, a fines de la década del 50, sus progenitores decidieron dejar Chile en busca de mejores oportunidades.

Primero estuvieron en Panamá y después pasaron a Venezuela, donde fueron contratados para ejecutar un proyecto educacional del gobierno de ese país con la OEA y la Unesco. En el programa participaban docentes de toda América Latina.

Sus padres se quedaron allá por dos años más, mientras que él y su hermano mayor debieron devolverse a Chile para estudiar internados. Toda su educación la cursó en la Alianza Francesa.

Cuando el resto de su familia regresó, su padre -que también era pintor- trabajó en el Internado Nacional Barros Arana, el Instituto Nacional y el Ministerio de Educación, mientras que su madre se desempeñó en un liceo, el ministerio y colegios particulares.

"Obviamente las condiciones económicas en Venezuela eran mucho mejores y eso les permitió comprarse una casa, y capitalizarse, porque el sueldo de profesor no es para eso. En Chile hubiese sido imposible. Ellos fueron los primeros en inculcarme la importancia de salir del país y tener nuevas experiencias y buscar oportunidades. Ésa fue una lección clave en mi vida", dice Hernández.

Al terminar el colegio decidió estudiar Ingeniería, impulsado en parte por su facilidad para los números, y porque su hermano mayor cursaba esa carrera desde hacía tres años en la Universidad de Chile. Se inclinó por especializarse en Minas.

A mediados de 1969, un día después de cumplir 21 años, estaba en un avión con rumbo a París. Había sido aceptado en la prestigiosa École Nationale Supérieure des Mines, el mismo lugar donde estudió Ignacio Domeyko, el fundador de la Escuela de Minas de la Universidad de Chile. En la capital francesa recibía una subvención mensual de 500 francos, equivalentes a US$ 100 de entonces, que le permitían llevar una austera vida como estudiante. Vivió en la ciudad universitaria del Barrio Latino y aunque la mayoría de sus compañeros eran franceses, poco a poco fue conociendo gente de lugares tan lejanos con Biafra, la provincia rebelde de Nigeria enfrascada entonces en una cruenta guerra civil.

A mediados de 1969, un día después de cumplir 21 años, estaba en un avión con rumbo a París. Había sido aceptado en la prestigiosa École Nationale Supérieure des Mines, el mismo lugar donde estudió Ignacio Domeyko.

A contar del tercer año de carrera comenzó a trabajar, impartiendo clases. A la par crecía su admiración por la escuela donde estudiaba, considerada la cantera de los ejecutivos mejor pagados del mundo minero. Difícil y competitiva, pero sinónimo de éxito para quienes estudiaban allí.

"El sello era que si tú estabas ahí, te iba a ir bien. Y que tendrías buenas oportunidades laborales. Entonces, cuando egresé, lo hice con un gran nivel de seguridad, sin complejos, y en plano de igualdad con cualquier profesional a nivel mundial", indica  Hernández.

El ejecutivo reconoce que si no hubiera sido por la beca del gobierno francés, jamás habría podido pisar esa escuela. Por eso, dice en broma, que en retribución a los contribuyentes galos, más de alguna vez se compró un automóvil Peugeot.

-Usted reconoce que esa beca fue clave. No todos tienen acceso a esa ayuda. ¿Cómo percibe el tema de la meritocracia en Chile?

-Uno de los pilares para que una democracia funcione bien es justamente la igualdad de oportunidades y la meritocracia, de manera que los más capaces puedan surgir. El tema es cómo hacerlo. Todavía hay mucho camino por recorrer, pero hemos avanzado. Todo esto parte de la cuna y, obviamente, en Chile no hay igualdad de oportunidades para todos los niños. Eso es algo que ha ido mejorando, pero hay que seguir trabajando en esa dirección.

El milagro brasileño

A mediados de 1973, Hernández partió a Brasil con su mujer, una brasileña que conoció en París. Tenían planificado quedarse el tiempo que ella tomase en terminar sus estudios de Pedagogía. Al final estuvieron siete años.

Allí, consiguió su primer empleo. Fue en Paulo Abib, una firma de ingeniería dedicada a los proyectos mineros, la cual ya no existe. Llegó como ingeniero de procesos, y su labor era hacer ensayos en el laboratorio industrial para poder dimensionar los equipos que se iban a utilizar en las faenas que la compañía desarrollaba.

Era plena época del llamado milagro brasileño, dos décadas de crecimiento económico que convirtieron a dicha nación en uno de los nuevos motores mundiales, al estilo de la China actual. Era tanta la efervescencia, que a tan sólo un año de haber arribado, la plantilla de ingenieros de la empresa en que trabajaba saltaba de 16 a 140 personas.

A los 25 años fue fichado como gerente general de la Companhia Estanho Minas, una minera mediana en el estado de Minas Gerais. Estaba al mando de 400 trabajadores. Desde ahí su trayectoria por altos puestos en la industria minera fue rápida, marcando ese estilo de negociador duro que se ganó, sobre todo en los últimos años.

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