Madiba pop
La causa de Mandela -su liberación y el fin del apartheid- fue una demanda de moda en los 80. Y su estatura de ícono pop siguió edificándose hasta su muerte. La película <i>Long walk to freedom</i> y el libro <i>La sonrisa de Mandela</i> lo prueban. <br>
Puras coincidencias: el día en que llegó a mis manos el último libro del periodista John Carlin, La sonrisa de Mandela, fue el mismo en que se estrenaba la película Long walk to freedom en el Reino Unido. Y en la noche de ese día, Mandela -o Madiba, como le decían ya casi todos-, inspirador del filme de Justin Chadwick, moría en Johannesburgo. Y lo hacía elevado a la categoría de ícono pop: su sonrisa, sus trajes hechos a medida, sus frases convertidas en himnos, se multiplicaron rápidamente en Facebook y Twitter.
La primera vez que escuché sobre el apartheid fue en 1987, estaba por cumplir 15 años y Bono, el vocalista de U2, se refería al sistema que imperaba en Sudáfrica en medio de la canción "Silver and gold". Dos años después, Simple Minds compuso una canción en honor a Nelson Mandela, "Mandela day", un himno en honor a una figura que no florecía desde la victoria ni desde el poder, sino que desde la épica de la derrota. Mandela fue el símbolo de una lucha perdida por décadas, la lucha de los oprimidos de África, que tuvieron la suerte de que el primer mundo prestara atención a su tragedia.
¿Qué fue primero? ¿La construcción del héroe o el interés mundial por Madiba? John Carlin lo define en su último libro como "el jefe de Estado más unánimemente admirado de la historia", alguien que "no sólo había cumplido con su destino, sino que lo había hecho al estilo clásico, desempeñando el papel del héroe que se rebela contra la tiranía, que soporta la cárcel con paciencia espartana, se vuelve a alzar para liberar a su pueblo encadenado y, en un giro muy propio de Mandela, acaba perdonando y redimiendo a sus antiguos enemigos". Un tipo con un encanto particular, con un humor británico heredado de la educación que recibió de parte de misioneros ingleses. Un líder sobre el cual, sin embargo, existían numerosas dudas aquella tarde del 11 de febrero de 1990 cuando fue dejado libre.
La liberación de Mandela y el fin del apartheid se habían convertido en sinónimos y fueron una demanda de moda en los 80. Una demanda desde el pop: desde aquellos que cultivaban el arte "consciente" -U2, Simple Minds, Peter Gabriel y otros- hasta esa suerte de one hit wonder que fue "Gimme hope Joanna", de Eddy Grant, una contagiosa canción reggae que confiaba en un mejor futuro para Johannesburgo. Esa tarde en que el líder sudafricano salió libre, el mundo esperaba a un iluminado. Pero su discurso al final de ese día, sus primeras palabras en libertad, decepcionaron incluso a John Carlin, el periodista que confiesa haber sido cautivado, después, por el encanto de Mandela. "Acabé aquel histórico día lleno de dudas y preguntándome si Mandela estaría a la altura de lo que el mundo esperaba de él", escribe Carlin. Y sigue: "Lo más probable era que acabara demostrando ser una persona decente, pero a sus setenta y un años ¿no estaría lamentablemente desfasado?".
No lo estaba. Si bien pareciera que lo menos importante en esta historia fue que Mandela llegó a ser presidente de Sudáfrica, si hay algo que sobrevivirá a su figura es, justamente, ese espíritu de ícaro incandescente. Porque Mandela salió de la cárcel convertido en anciano y, sin embargo, asumió una causa joven: reconciliar a un país fracturado.
Lo consiguió, al menos a los ojos del mundo. Ha muerto Mandela y el pesar es unánime. Seguramente la canción principal de la película Long walk to freedom, "Ordinary love", interpretada por U2 y con video de Oliver Jeffers, se convertirá en un nuevo himno de estadio. Mientras, esa eterna sonrisa -el símbolo de una cierta fortaleza- es la imagen que recibe a cualquiera que abra la página de Apple. Mandela ha muerto. Ha nacido el mito.
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