Revista Que Pasa

Cultura: Contra la muerte

El poeta chileno vivo más importante fue trasladado a Santiago en su camilla de hospital. Yo prefiero recordarlo en su Torreón del Renegado, bebiendo pisco crudo, masticando poesía. <br>

El problema de Gonzalo Rojas Pizarro, de Lebu, no es su cabeza, no es su infarto cerebral. No es su no-aire. El problema con esta criatura de Gonzalo Rojas es la i-n-d-i-f-e-r-e-n-c-i-a.

Me resisto, no puedo creer que ya se le haya entregado el único premio que no se le niega a nadie en este país: el olvido. Aunque este animal poético en su vida haya apostado él mismo a la reclusión. La dialéctica de estar únicamente vivo contra la figuración legítima que le da invariablemente su propia fama.

El silencio  hoy frente a su grave estado de salud es imperdonable. Y no es el silencio como ese secreto o ese enigma que tanto persiguió su praxis, muy por el contrario, es el escondimiento feroz que te da el no ser noticia pirotécnica. Porque no será noticia sino hasta muerto el poeta.

Contra esa muerte, contra ese olvido explícito me rebelo con la única fe que sólo me da la escritura. Esa única verdad que me dio el mismo poeta en su Torreón del Renegado en lo alto de Chillán arriba sobre la nieve libre. Por eso escribo estos caracteres preparados con la inmediatez de una sintaxis fresca, como le gustaba al maestro. Nada más salutífero que una mañana con Gonzalo Rojas masticando su Lezama Lima, su Quevedo o su Vallejo doloroso y gozoso.

El negocio hoy es verlo muerto en un cajón "relleno de algo". Me resisto, me niego a eso. Lo prefiero en su casa de piedra, en esa mina de carbón al lado de un río turbio donde leíamos poesía con un buen vaso de pisco crudo. Prefiero que mi negocio sea el recuerdo de verlo manejar su Mazda rojo cerro arriba. O impaciente, molesto más bien, iracundo la verdad, cuando no llegaba desde Concepción de Chile y él me esperaba a almorzar con su centaura Hilda, todavía viva.

Su larga casa estaba llena de a-i-r-e, ese aire asmático de él, y que ocultaba muy bien r-e-s-p-i-r-a-n-d-o hondo, leyendo recto en su escritorio de madera, como había que hacerlo, porque "sólo así el oído oirá atento lo que el oficio mayor nos quiere decir".

Lo conocí en la Fundación Neruda, él acababa de recibir el Premio Reina Sofía y yo recién terminaba de escribir mi primer libro. 1992, y su Hilda May aún sin su cáncer a cuestas preparó en su casa de El Roble unos cuantos trozos de sandía cortados con su mano y su cuchillo; no olvido.

Antepongo el corazón y esta memoria delatora. Contra este otro cuchillo feroz que amenaza con partirle la cabeza al poeta chileno vivo más importante después del mismísimo Neruda; no olvido.

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