Revista Que Pasa

Hay química entre nosotros

La Unesco decretó el 2011 como el Año de la Química, conmemorando los 100 años desde que&nbsp; Marie Curie recibió el Premio Nobel por el descubrimiento de los elementos radio y polonio. Este hallazgo fue, además, parte de una apasionada y trágica historia de amor. <br>

Hay mucha química entre nosotros. Nos comemos un salmón a lo pobre en un pequeño restaurante  cerca de Pucón, con una vista panorámica hacia los colores del  otoño. Hay mucha química entre nosotros. Hermosos carotenoides, compuestos que tiñen de amarillo las hojas de los álamos, pero que también colorean la yema del huevo, las papas y el salmón que adornan mi plato. Sabrosas moléculas cafés que otorgan color a las marraquetas, a la cebolla frita, al dorado del salmón y al manjar del celestino que comeré de postre. Todas, producto de las reacciones de Maillard que ocurrieron al someter proteínas y azúcares de los alimentos a altas temperaturas.

La química nos muestra lo que tienen en común las sustancias de los objetos que nos rodean. Más aún, nos muestra como cada una de estas sustancias está hecha de pequeñísimas unidades fundamentales, llamadas moléculas, formadas a su vez por conjuntos de átomos, la unidad más pequeña de la materia, y de los que conocemos 118 tipos distintos. Son los bloques fundamentales que componen absolutamente todo lo que nos rodea.

La Unesco decretó el año 2011 como el Año de la Química, conmemorando los 100 años del Nobel de Marie Curie, uno de los personajes más impresionantes de la historia de la ciencia. Sucedió sólo un mes después de que Louis-Camille Maillard diera a conocer sus resultados que explicaban el dorado de la cocción en la parrilla. Y fue la coronación perfecta para una historia de ciencia y también de amor, asuntos que en el caso de Curie no se diferenciaban demasiado. Era, a fin de cuentas, un asunto de química.

I lab you

María Sklodowska conoció a Pierre Curie en 1894. Marie, nombre que usaba en Francia, había recién terminado su magíster en Física en París. Con sus excelentes calificaciones, ganó una beca que ofrecía una asociación de industriales con el objeto de estudiar las propiedades magnéticas del acero. A falta de un laboratorio apropiado, un amigo le presentó a Curie, jefe del laboratorio de la Escuela de Química y Física Industrial de la Municipalidad de París. Allí pasó algunos meses, trabajando y enamorándose del hombre que sólo un año después se transformaría no sólo en su marido, sino en el colaborador científico de su vida.

Marie se había prometido volver a su Polonia natal. Era profundamente patriota, sentimiento agudizado por haber vivido su infancia en un país ocupado por la Rusia zarista, en donde, entre otras cosas, las mujeres no tenían acceso a la universidad. Pero no volvió a Polonia. Él la convenció de quedarse. En una carta, Pierre le escribió:

"Sería sin embargo algo tan hermoso que apenas me atrevo a pensar posible, el pasar la vida juntos, hipnotizados en nuestros sueños: tu sueño para tu país, nuestro sueño para la humanidad, nuestro sueño por la ciencia. De todos éstos, creo que sólo el último es legítimo. Quiero decir con esto que no tenemos el poder de cambiar el orden social. E incluso si no fuera así, no sabríamos qué hacer. Por el contrario, desde la ciencia, podemos pretender hacer algo. Aquí el territorio es más sólido y evidente, y aunque pequeño, está genuinamente en nuestras manos".

Había química entre Pierre y Marie. Tanta que el amor por la ciencia y el amor mutuo eran indistinguibles. Entre 1895 y 1904 ya habían tenido dos hijas, Irene y Eve. Y como si esto fuera poco, habían ganado juntos el Premio Nobel de Física por sus trabajos sobre radiactividad.

En busca del radio

Cuatro meses después de la boda de los Curie en París, y algunos cientos de kilómetros al este, en Würzburg, Alemania, Wilhelm Röntgen descubrió accidentalmente las radiaciones que llamaría "rayos X" y que le valieron el primer Premio Nobel de Física, en 1901. La popularidad de éstos fue inmediata, principalmente por la posibilidad que ahora existía de fotografiarnos los huesos. Un año después, en París, Henri Becquerel intentó identificar fuentes de rayos X en sales de uranio, pero terminó descubriendo el tipo de radiación que poco después Marie Curie llamaría "radiactividad".

Había química entre Pierre y Marie. Tanta, que el amor por la ciencia y el amor mutuo eran indistinguibles. Entre 1895 y 1904 ya habían tenido dos hijas, Irene y Eve. Y como si esto fuera poco, habían ganado juntos el Premio Nobel de Física por sus trabajos sobre radiactividad.

Ese mismo año, Marie comenzó su trabajo de tesis doctoral, donde decidió investigar las misteriosas radiaciones descubiertas por Becquerel. Su primer gran aporte fue darse cuenta de que la intensidad de la radiación sólo estaba relacionada con la cantidad de uranio presente en el mineral. La radiactividad debía ser, por lo tanto, una propiedad intrínseca de los átomos de uranio.

Pero su gran descubrimiento lo consiguió al observar la pechblenda, mineral rico en uranio, pero no lo suficiente como para dar cuenta de sus altos niveles de radiación. Su audaz hipótesis terminó siendo correcta: debía existir en la pechblenda un elemento nunca antes observado, que fuese mucho más radiactivo que el uranio. Pierre encontró fascinante la predicción de Marie y abandonó sus experimentos para unirse a su esposa en la búsqueda de este nuevo átomo. Decidieron bautizarlo "polonio", una redención hacia el sueño patriótico de Marie. No sólo encontraron polonio, sino que también un segundo elemento muy radiactivo que llamaron "radio". Marie necesitó más de tres años de trabajo y varias toneladas de pechblenda para aislar un décimo de gramo de cloruro de radio, una sustancia de color azul que resplandecía emitiendo luz y calor. Más resplandecieron los Curie.

La vida me mata

"Primer principio: nunca te dejes derrotar por personas o eventos", había escrito Marie a los 21 años. Una máxima que le fue útil cuando, en 1906, en su intento por cruzar una avenida del centro de París, Pierre Curie murió atropellado por una carroza.

Pero la viuda era una mujer fuerte. Siguió con sus trabajos hasta el último día, a los 66 años, cuando murió producto de las radiaciones que por años había recibido.

Su legado fue más allá de la ciencia. Durante la Primera Guerra Mundial  diseñó pequeños aparatos de rayos X móviles que se podían llevar al frente de batalla para diagnosticar las heridas de los soldados. Fue una redención hacia su sueño humanitario, tarea en la que la ayudó su hija Irene, quien de algún modo continuó con su proyecto científico. En 1935, Irene y Frederic Joliot ganarían el Nobel de Química por sus trabajos sobre la síntesis artificial de elementos radiactivos. Frederic era su marido. Entre ellos también había química.

Científicamente, la gran pregunta que quedaba por responder era el origen de las radiaciones atómicas. Hasta entonces parecía claro que los átomos no sólo eran indivisibles, sino que además eran inmutables. El viejo sueño de la alquimia de transformar plomo en oro había sido abandonado. ¿Cómo era posible entonces que emitieran energía (calor, luz) gratuitamente, sin ninguna consecuencia? ¿De dónde venía esa energía?

La respuesta la encontró el físico neozelandés Ernest Rutherford. Descubrió que la radiación atómica estaba compuesta por  electrones, por partículas que llamó "alpha" y por lo que denominó rayos gamma. En el proceso, el átomo transmuta, transformándose en otro. Los átomos que no emiten radiación son estables. Esos son los que nos rodean comúnmente. Pero también hay átomos inestables, que decaen en otros, y éstos, a su vez, en otros más, en largas cadenas de transmutaciones que terminan en un átomo estable. Es la alquimia natural del universo.

Pero la creación más célebre de Rutherford  fue su modelo atómico. En su más famoso experimento bombardeó láminas delgadas de distintas sustancias con sus partículas alpha. Así se dio cuenta de que el átomo debía ser casi completamente vacío, salvo por un muy pequeño "núcleo" central, alrededor del cual se mueven pequeños electrones. A pesar de que posteriormente la mecánica cuántica mejoró considerablemente el modelo atómico, la imagen de Rutherford sigue siendo un ícono. Es el dibujo que aparece en casi todas partes cuando se quiere representar un átomo.

El modelo fue presentado en 1911, el mismo año en que Marie Curie recibió su segundo Premio Nobel. Es evidente que fue un año mágico para la química. Hay que celebrar. Nada mejor que brindar en un bosque sureño, iluminado con los colores del otoño. Nada como disfrutar de átomos que se combinan y vibran para crear un perfecto salmón a lo pobre, una mirada, una sonrisa.

Quizás no es química lo que hay entre nosotros. Quizás es derechamente alquimia. Pero ésa es otra historia.

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