El doble duelo de la hija mayor de Enrique Lafourcade

Imagen de 1961. En ella, Enrique Lafourcade con su hija Dominique y Octavio en México.

En menos de un mes, Dominique Lafourcade -la mayor de los tres hijos del escritor Enrique Lafourcade- ha tenido que enfrentar dos muertes. Primero la de su padre, el 29 de julio. Y luego, la semana pasada, la de su hermano músico, Octavio. Ella ya llevaba un tiempo pensando en su familia: en enero terminó sus memorias, donde cuenta del ego y el carácter del padre, de la presencia itinerante de la madre, de la relación siempre cómplice con su hermano apenas 15 meses menor, de tristezas, de alegrías. En esta entrevista profundiza toda esa historia.


Tuvieron conversaciones cada uno de los días que siguieron a la muerte del padre, el escritor Enrique Lafourcade. Por teléfono, diariamente, Dominique (64, ingeniera informática) hablaba con su hermano Octavio, músico, de entonces 63 años, sin sospechar que este diálogo se interrumpiría de manera abrupta y dramática el 21 de agosto, cuando él tomó la decisión de quitarse la vida en Valladolid, la ciudad española donde vivía.

Las conversaciones entre los hermanos, recuerda Dominique, eran reflexiones sobre la pérdida definitiva de su padre y del inicio del duelo. Por teléfono, Octavio le confesó que él prefería no leer nada sobre el tema. Entonces ella -desde Westerburg, en Alemania, donde vive- le hacía siempre las mismas preguntas; y recibía siempre las mismas respuestas:

-¿Cómo te sientes?

-Mal.

-¿Cuándo vuelve tu doctor?

-No sé.

Hace dos meses, la tristeza y la angustia se fundieron para convertirse en la sombra que dejó a Octavio sin luz. Estaba con medicamentos desde hace pocas semanas, probando, ajustándose. "A veces andaba un poco mejor, pero los últimos días estaba con una ansiedad de hombre desesperado", recuerda su hermana. La depresión lo había golpeado fuerte.

El suicidio se lo informó Mabel Mateo, casada con su hermano en 1997 y con la que tuvo dos hijos, hoy de 14 y 16 años. Fue un llamado telefónico durante la mañana. El hecho había ocurrido a las 6:30. La hermana lo supo a las 8. Dos muertes en menos de un mes; un segundo duelo para ella. El 29 de julio, su padre, el escritor, falleció en Santiago a los 91 años, a causa de un avanzado alzhéimer. Una muerte que, dice ella, sabía que se aproximaba. La distancia impidió que Dominique y Octavio pudieran llegar a su funeral y su entierro. Pero lo de la semana pasada fue distinto: sin pensarlo, Dominique compró un pasaje y partió con dos de sus hijas a Valladolid para acompañar a su cuñada y sobrinos.

Hace ocho años, cuando murió la pintora María Luisa Señoret, primera esposa de Lafourcade y madre de sus dos hijos mayores, Dominique fue a Montreal para ordenar las cosas de su madre. En ese ajetreo pensó que era un buen momento para escribir sus memorias. Y lo hizo. Recuerdos de infancia y adolescencia se titula el texto que terminó a principios de 2019.

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Retrato actual de Dominique Lafourcade

Retrato actual de Dominique Lafourcade[/caption]

Las descripciones en el escrito delinean un paralelo entre la exitosa vida literaria y artística del matrimonio Lafourcade Señoret, y la historia de abandono que vivieron sus hijos. Dominique lo ha hecho circular entre algunos integrantes de la familia radicados en Chile y México. Por esas páginas se pasea el escritor Lafourcade, el autor de 25 novelas, el gran polemista, el hombre que -según cuenta la hija- prefería pasar tardes y noches con Nicanor Parra, Alejandro Jodorowsky y Manuel Rojas antes que con sus hijos. El mismo hombre que mostró su faceta lúdica en Cuánto vale el show y que, según Dominique, marcó la infancia de sus hijos con su comportamiento distante y errático: "Existen personajes públicos muy queridos, muy valorados, pero existen las familias de estos personajes públicos que al final casi siempre los padecen".

-¿Octavio y usted padecieron a su padre?

-Sí, y no lo digo con mala intención.

***

Enrique Lafourcade fue el segundo marido de María Luisa Señoret, siete años mayor que él. Durante su matrimonio llevaron una vida nómade. Se casaron en Chile, pero luego partieron a Europa. En 1954, en Madrid, nació Dominique. En ese continente, específicamente en París, recuerda la hija, ocurrió el primer episodio flagrante de descuido: cuando tenía apenas seis meses, sus padres -de noche y en pleno invierno- la dejaron durmiendo dentro de un auto para no perderse una fiesta de Alejandro Jodorowsky. Horas más tarde, al volver, "no encontraban el auto, y cuando finalmente lo ubicaron estaba custodiado por dos policías mientras yo lloraba dentro", escribe Dominique.

Un año después regresaron a Santiago. Se quedaron donde los padres del escritor, en La Reina, en una casa ubicada en un terreno de 2000 m2 y que antes había sido arrendada por Nicanor Parra. Poco después, tras un parto complejo que casi le costó la vida a la madre, nació Octavio.

Luego, los padres y sus dos hijos se mudaron a su propia casa. "Ambos trabajaban y hacían mucha vida social. Quedábamos siempre bajo el cuidado de la empleada de turno", dice el documento escrito por Dominique. La madre se dedicaba a hacer grabados; el padre, a la escritura y a la academia.

En 1959, Enrique y María Luisa se fueron a estudiar a Estados Unidos, a la Universidad de Iowa, cada uno con beca Fulbright. Dominique y Octavio se quedaron en Chile a cargo de sus abuelos paternos. "Mis padres no eran como esos típicos padres responsables que se dedican a tener familia, a mantener la casa. Ellos simplemente se olvidaron de nosotros, sus hijos", reflexiona hoy Dominique.

Fue en esa época, con sus padres ausentes, que la relación entre Octavio y Dominique se estrechó. Ella, apenas 15 meses mayor, se convirtió en su guardiana. "Octavio me hacía sentir importante, necesaria, apelaba a mis instintos maternales y de hermana mayor. Lo más difícil eran las preguntas. Hay que improvisar mucho para responder cuando uno tiene cinco años", escribe en sus memorias. En la casona, compartían con sus abuelos, sus primos y sobre todo con su tío Gastón (papá de la cantante mexicana Natalia Lafourcade y hoy radicado en México). Los llamados telefónicos de Enrique y María Luisa eran puntuales. Recuerda Dominique que oír hablar de ellos, sobre todo de su madre, "era como escuchar hablar sobre un extraterrestre".

Dominique alcanzó a cumplir sus 7 años, y junto a Octavio partieron a Estados Unidos, a reunirse con sus padres. Era 1961. La hija cuenta que ni siquiera recordaban sus caras.

La escena fue una metáfora de sus vidas hasta entonces: dos niños solos en un avión. "Había que dormir ahí. Eso era un problema, porque ninguno de los dos nos despertábamos para ir al baño, y habitualmente amanecíamos mojados", escribe Dominique. Ver gente de otras razas, no conocer a nadie, fue una experiencia angustiante para ellos. Tampoco recordaban a sus padres. "Mi abuela me había mostrado fotos antes. Reconocí a mi papá (en el aeropuerto), pero Octavio me preguntó: '¿Quién es esa señora?' cuando vio a nuestra mamá", escribe la hija.

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1961: Dominique y Octavio se reúnen con sus padres en EE.UU.[/caption]

El padre los subió a su auto, un Corvair de dos puertas, comentando que era nuevo. Los niños le dijeron que el Mercedes del abuelo era más grande y mejor. A Enrique Lafourcade no debe haberle agradado el comentario. "Mi padre se avergonzaba de su padre. Tenían un sistema de valores distinto. Mi abuelo no era para nada desprendido: cuidaba su dinero, era responsable con su familia y no se preocupaba mucho de las apariencias", relata Dominique. Su padre, en cambio, no aspiraba a ser "el proveedor de una familia. Él admiraba la belleza, el amor, la trascendencia a través de la obra. Para él la familia no era un valor en sí. Muchas veces tuve la impresión de que nos consideraba un lastre".

***

-¿Cómo era ser hija de esos padres que, según relata, eran bastante desafectados?

-Yo creo que ellos nos querían mucho, pero éramos una extensión de ellos. No éramos seres dependientes, ni ellos se sentían muy responsables de nosotros. Cuando estuvimos en Estados Unidos aprendieron un poco los dos que había que ocuparse de muchas cosas cuando se es padre. Familiarmente allá estuvimos más cerca de nuestros padres, pero la relación no era mucho más cercana. Ellos estaban muy pendientes de sus trabajos y de hacer carreras exitosas.

"Yo fui una niña feliz, pese a todo. Pero en mis memorias se plasma que Octavio no sintió lo mismo".

Dominique y Octavio aprendieron inglés, fueron al colegio, se sumergieron en el mundo cultural de sus padres y conocieron los televisores. Para su primer Halloween, Dominique se disfrazó de princesa y Octavio, de Superman, su personaje favorito. Al llegar a casa, repletos de caramelos, la euforia llevó al niño a subirse a un mueble para abrir la ventana del segundo piso dispuesto a intentar un vuelo. Justo "entró mi papá -relata Dominique-. Y hubo una larga explicación sobre que lo que aparecía en la tele no era verdad, que la gente no volaba y no había maletines mágicos".

La vida norteamericana les duró poco: en 1963 la familia volvió a Chile. Enrique se dedicó a escribir novelas y trabajar en la extinta editorial Zig-Zag, mientras María Luisa se desempeñó como profesora de arte. Pese a que la relación de la pareja se estaba deteriorando, en 1966 la familia regresó a Estados Unidos. Esta vez a Los Ángeles, en California. El padre como profesor invitado por UCLA, y María Luisa haciendo clases en un liceo francés, donde estudiarían también sus hijos.

Las cosas no mejoraron. "Había una amante y bastante violencia doméstica. Nosotros nos escondíamos, nos hacíamos invisibles (con Octavio), juntos", escribe Dominique. La crisis era evidente: "Octavio y yo entrábamos en la adolescencia. La relación entre mis padres era tensa. Salíamos mucho y había buenos momentos, pero también muchas peleas. Mi hermano y yo sólo teníamos el punto de vista de mi madre, nuestro padre no hablaba con nosotros o sólo (lo hacía) de forma muy velada. Pero éramos testigos activos. Normalmente escondidos en un clóset para evitar los proyectiles de las batallas en nuestros padres. La voz de nuestra madre era de angustia, cada vez más rápida, más silenciosa, más aguda. Nuestro padre, en cambio, decía menos, pero en algún momento subía la voz. El tono era agresivo y comenzaba una batalla en que ella terminaba llorando, a veces golpeada, y él se iba".

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El escritor Enrique Lafourcade, sentado en la vitrina de su librería El caballo azul.[/caption]

En 1967 vino el quiebre. Dominique, Octavio y María Luisa esperaban a Enrique para comer. Las horas pasaban y él no llegaba. La madre, angustiada, le pidió a su hija que llamara a casa de Ray Morrison, un conocido donde supuestamente él estaba trabajando. Ahí supo que su padre no volvería más: el hombre lo había dejado en el aeropuerto con rumbo a México, donde su primera parada era un congreso de escritores. Dominique sólo le contó a Octavio.

"Estábamos deshechos. Con terror de la inminente catástrofe de cuando se enterara nuestra madre que, inevitablemente, entró al cuarto, supo todo y comenzó una actividad histérica de decisiones y llamadas". María Luis decidió volver a Chile con los hijos, pero primero se encontraron en México con el padre. Las peleas asustaron a Dominique y a Octavio. Luego los tres siguieron rumbo a Santiago. Después lo hizo el padre, quien poco tiempo después les presentaría a Marta Blanco, narradora y periodista, su nueva pareja.

-¿Siguieron a la deriva en ese tiempo o uno de sus padres se preocupó de ustedes?

-No, ninguno. No los culpo a estas alturas. Mi mamá estaba destrozada y no podía salir de sí misma. Por lo mismo, vivimos un tiempo los tres juntos en Chile, y luego con Octavio recurrimos a un abogado para que nos dejara bajo la custodia de nuestro padre. Mi madre no estaba en condiciones de tenernos. Cuando nos fuimos a la casa construida por Marta Blanco y mi padre, por primera vez llegamos a un lugar normal, con reglas, con horarios.

-¿Se mantuvo esa estabilidad?

-Poco. En 1972 mi padre dejó a Marta sin aclarar qué pasaba con nosotros. Éramos adolescentes. Tuvimos que buscarnos dónde vivir. Octavio se fue a casa de mis abuelos, donde vivía nuestro tío Gastón y varias personas más; y yo me busqué una pensión de niñas de provincia que me permitiera ir a la universidad. Nuestros padres estaban ambos muy a la deriva en esa época, y ninguno de los dos tenía una casa propiamente. Mi madre tenía un taller, y un saco de dormir en el auto. Mi padre cambiaba de sitio, pero no tenía uno propio.

Octavio quedó a cargo de la casa de sus abuelos. Dominique ingresó a Ingeniería en la Universidad de Chile, profesión que su padre -dice la hija- encontraba "horrorosa". "Alguna vez me dijo '¿pero por qué quieres convertirte en una tonta útil?'".

En junio de 1973, Enrique Lafourcade se fue de Chile. Sus hijos no lo verían hasta siete años después. En ese tiempo, ya estaba emparejado con Marcela Godoy, su segunda esposa y con quien ya tenía una nueva hija, Nicole (hoy de 45 años). Esta hija menor, que vive en Santiago, fue la única que pudo asistir al funeral del padre en julio pasado.Durante los últimos años, sus hermanos mayores no mantuvieron una particular cercanía con ella.

***

En 1973, por temas de seguridad, cerraron la pensión donde vivía Dominique. Tuvo que instalar un colchón en el taller de su madre. Luego, tras el golpe militar, poco a poco la familia se empezó a disgregar. "Yo me fui a estudiar a California con 150 dólares y sin el apoyo económico de mi padre. Tenía visa de estudiante, que me ayudó a gestionar mi madre, pero tuve que trabajar de manera ilegal. Tiempo después llegó Octavio", recuerda.

-Esa relación entre ustedes, más cómplice, de protección, de hacerse cargo de él como hermana mayor, ¿se mantuvo a lo largo del tiempo, mientras se hacían adultos?

-Mantuvimos una relación muy cercana toda la vida, pero yo no me hacía cargo de él. Eso dejó de ser así en la adolescencia. Con Octavio éramos aliados sin tener que pactar nada.

Ambos hermanos coincidieron después en Canadá. País al que también se trasladó la madre, ya que vivía aquí Marilú, una hija mayor de su primer matrimonio. En Montreal, Octavio estudió Guitarra Clásica en la Universidad de McGill, además de tener clases de laúd. Dominique, quien vivía a corta distancia de su hermano, cada uno en su departamento, terminó sus estudios de Ingeniería Informática. En esta misma ciudad canadiense, en 1980, los visitó su padre.

Años después, los dos hermanos migrarían otra vez. Ambos a Europa. Dominique fue ascendiendo de posiciones en empresas de IT; mientras Octavio hizo un doctorado en Madrid, fue profesor de la Escuela de Música de Colonia, miembro del grupo Capella de Ministrers y de la Orquesta Barroca de Xátiva. Se radicó en España. Su hermana, en Alemania.

Desde entonces, Dominique y Octavio mantuvieron siempre el hábito de llamarse por teléfono casi todos los días y de organizar grandes juntas en las que la música era primordial.

La carrera de Octavio Lafourcade se desarrolló con normalidad hasta 1995, cuando un accidente en tren le significó la amputación de un pie y un implante en la otra. "Se pasó dos años en rehabilitación para volver a caminar, para aprender a hacer las cosas como minusválido. Para él, saber que iba a ser así durante el resto de su vida fue difícil. Tuvo la suerte de que la mujer que estaba entonces con él, se quedó para siempre", dice Dominique. Un año más tarde, Mabel y Octavio se casaron en Xátiva. Al matrimonio llegó Enrique Lafourcade.

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2019: Última fotografía tomada a los hermanos Octavio y Dominique Lafourcade.

2019: Última fotografía tomada a los hermanos Octavio y Dominique Lafourcade.[/caption]

El accidente no sólo generó un quiebre en la vida cotidiana de Octavio, sino también un giro positivo en la relación con su progenitor. "Mi padre siempre hacía más esfuerzos por él que por mí, porque su vida era más débil, todo le costaba más. Pero eso fue desde siempre, no sólo con el accidente", dice la hermana.

-¿La comunicación de ustedes con su padre mejoró con el tiempo?

-Sin dudas. Con mi papá nos mandábamos cartas, conversábamos mucho. En algún momento tuve un accidente importante en auto y conversábamos largamente por Skype.

-¿En algún momento él se disculpó con ustedes?

-Con mi papá, en un momento dado, hicimos una aclaración en la que él me pidió perdón. Se demoró harto. Me dijo que él no había entendido al principio qué era lo que había hecho mal. Él pensaba que ya no tenía que hacerse cargo de mi hermano o de mí a los 16 años. Me pidió perdón. Fue muy bueno, aunque en el tiempo eran cosas que yo ya había perdonado. A mí lo que me interesaba era que lo entendiera. De todas formas, mi papá siguió siendo como era y antes de que se estableciera con la artista Rossana Pizarro, su última mujer, con quien se casó a principios de 2009, pero con quien estuvo desde 2001, le conocí muchas parejas.

Dominique recuerda que, incluso adulta, cuando ella venía a visitarlo a Coquimbo, donde vivió parte de su alzheimer, él le decía: "¡Pero ponte tacones!, ¿cómo estás tan gorda?, ¡tienes que maquillarte!". Ella lo miraba, no le respondía y pensaba: "Esto es una tontera y simplemente ocurre que no calzo con sus cánones de belleza". Con Octavio la relación era distinta, relata. "Tenían una relación bastante más cercana en cuanto a protección y a una cosa paternal. No es que la relación conmigo fuera mala, pero yo siempre me defendí mejor y eso lo sabía mi padre. Octavio era emocionalmente más vulnerable".

La comunicación entre Octavio, Dominique y Enrique era interrumpida. Se mandaban cartas que, según ella, no le llegaban a él. Dice que la relación con Rossana, la tercera esposa de su padre, era tensa. "La última vez que fue Octavio a Chile, notó dos cosas preocupantes: que sólo podían estar en el salón, porque los otros cuartos estaban con llave durante la visita; y que Rossana le hizo una 'broma' a mi padre. Le dijo: 'mira, este es mi nuevo novio', al presentarle a Octavio".

-¿Cómo se tomó eso su hermano?

-Al principio él pensaba que yo tenía un problema puntual con Rossana. En dos años él intentó mantener la relación con mi padre, pero se enfrentó a las mismas dificultades que yo y ahí decidimos buscar a un abogado para que lo declararan interdicto. A Rossana le agradezco que se haya preocupado de él hasta el final, pero no entiendo por qué lo de la codicia cuando no había nadie que le estuviera quitando algo.

-¿Conversaron con Rossana cuando murió su padre?

-Digamos que ella no tuvo interés en congelar el cuerpo de mi padre para que nosotros pudiéramos llegar a su funeral y entierro. En menos de 36 horas yo no iba a poder llegar. Al menos me deja tranquila que fue dejado en el mausoleo de la familia.

-En sus memorias no comenta sobre la vida más pública ni del oficio de tu padre. Tampoco de su relevancia en el mundo de las letras. ¿Cómo se relacionaban ustedes con eso?

-Nosotros no lo considerábamos tan importante. Sabíamos que en la literatura sí lo era, pero hasta ahí. Con Octavio crecimos viendo a estos personajes importantes y era la misma historia que la de nosotros. Soy súper amiga de la Catalina Parra, de la Claudia Donoso y ahí he constatado que las casas que funcionaban razonablemente bien eran más la excepción que la regla.

Y agrega: "La conversa que tuve con mi papá sobre perdonarse no la pude tener con mi mamá. Yo luego entendí que ella no podía hacer otra cosa más que la que hizo. Ella fue huérfana. Su madre murió cuando tenía diez años... eran de una familia de muy buena situación económica... Con mi mamá no se podía hablar. Cuando yo me fui, ella se dio cuenta de todo lo que había pasado y se sentía mal, pero no era capaz de verbalizarlo. En sus últimos tiempos sólo le gustaba dormir y desayunar. De eso se alimentaba".

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La familia Lafourcade Señoret, volviendo a Chile desde EE.UU. Agosto de 1963.[/caption]

***

El jueves de esta semana, a las 15:30 de Europa, Dominique volvió a Alemania. Estuvo una semana en Valladolid, para velar los restos de su hermano y apoyar a la familia que Octavio dejó.

-Ha enfrentado dos duelos en menos de un mes. ¿Ha podido hacer alguna reflexión?

-No he pensado nada. Estoy con una especie de resaca emocional. Estamos pensando el próximo año ir a esparcir las cenizas de mi hermano. Pero no he pensado nada.

La Navidad pasada, Dominique la pasó junto a Octavio y sus respectivas familias en Alemania. "Habían vendido la casa que tenían cerca de nosotros, porque se habían trasladado a Valladolid. Octavio estuvo en México en enero, con Gastón y nuestras primas Lafourcade y Señoret: llegó emocionalmente muy afectado. Yo estuve en Chile en marzo y pude visitar a mi padre, a quien no había logrado ver desde el 2008. A mi vuelta a Europa, Octavio estaba mejor. Nos vimos en abril en Alemania, y luego en junio. Recuerdo que vino a dar unos conciertos y luego tocó en la boda de mi hija Sofía. Estaba bien, me dijo, con tratamiento, aunque se notaba algo más lento que lo habitual. La muerte de mi padre no fue una sorpresa, pero a mi hermano le había afectado algo unas semanas antes de la muerte de nuestro padre, y la noticia de su muerte sólo la recibió por teléfono; no quiso leer nada. Hablábamos a diario, pero compartía poco", dice Dominique.

"Él (Enrique Lafourcade) admiraba la belleza, el amor, la trascendencia a través de la obra. Para él la familia no era un valor en sí. Muchas veces tuve la impresión de que nos consideraba un lastre".

Entonces la primogénita de los hijos de Enrique Lafourcade suspira y hace una pausa. Luego continúa: "Sabía que (Octavio) podía tener pena, lo que no sabía era que podía tomar esta decisión. Jamás lo imaginé. Jamás pensé estar en esta situación. Jamás pensé que él se podía suicidar".

-¿Con Octavio conversaron alguna vez sobre las lecciones que sacaron de haber crecido en un ambiente tan frágil?

-Sí, muchas veces hablamos de eso. Nosotros encontrábamos que era impresionante que hayamos sobrevivido a ese castigo. Y pactamos hacer lo mejor con nuestros hijos. La conclusión fue que ellos no iban a pasar por eso.

Dominique tuvo cuatro hijos: tres mujeres y un hombre. Sus memorias, dice, "las escribí precisamente para que ellos puedan conectarse con sus raíces; sobre todo, para que supieran cómo habíamos sobrevivido junto a Octavio a nuestra infancia. Yo fui una niña feliz, pese a todo. Pero en mis memorias se plasma que Octavio no sintió lo mismo".

Cuando supo que su hermano se suicidó, Dominique partió a Valladolid pensando en sus sobrinos. Tal vez, en el camino, recordó ese pacto que ambos hicieron de no hacer pasar a sus hijos por los mismos problemas, el mismo abandono, que ellos vivieron por culpa de sus padres. Y quizá, ahora de regreso a Alemania, sigue pensando en eso, buscando una explicación en nombre de Octavio.

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