Hombre mirando a la Antártica

Antártica 1
Foto: INACH

A dos años de asumir la dirección del Instituto Antártico Chileno, el paleontólogo Marcelo Leppe recuerda cómo su vida se ha cruzado con el continente blanco y la importancia de este inhóspito rincón del mundo. “Hay un conjunto muy robusto de evidencia científica que dice que la Antártica está cambiando. No pertenezco a una religión extraña ni a una secta que cree que esto es algo que podría ocurrir. Los datos muestran que esto sí está pasando”, dice el científico.


Una piedra pequeña y aplanada que cabía en la palma de su mano de niño. Eso fue lo que recibió Marcelo Leppe de parte de su padre, un submarinista de la Armada que acababa de visitar la Antártica a inicios de los 80 como parte de las brigadas de reparación de la base Prat. "Mi viejo me trajo esa roquita chica que guardo hasta hoy. Es mi talismán", recuerda Leppe sobre ese presente que obtuvo cuando él tenía sólo 10 años.

Esa fue una de las primeras aproximaciones al lugar del mundo que ha cruzado su vida, al punto de que desde enero de 2018 es el director del Instituto Antártico Chileno, INACH. Desde ese cargo, Leppe (50, casado, dos hijas) le tocó organizar los 110 proyectos que se están ejecutando durante la actual campaña de investigaciones que se realiza en las bases chilenas instaladas en el continente blanco. Son seis iniciativas más que en el año anterior y en total congregan a unas 150 personas ligadas al mundo científico.

En esta ocasión la campaña ha sido inusual por varias razones. Debido a lo inhóspito del territorio, las fechas habituales de trabajo suelen extenderse entre octubre y marzo, pero en esta ocasión la temporada se inició en agosto debido a que la base Julio Escudero logró permanecer abierta durante todo el año. Además, el ajetreo científico se vio alterado por el accidente del avión de la FACH que el 9 de diciembre cayó en el Mar de Drake cuando volaba a la base Presidente Eduardo Frei Montalva. Leppe conocía a varias de las 38 víctimas, quienes participaron de capacitaciones hechas por el INACH antes de viajar al continente blanco. "Es bien complejo reconstruirse después de un evento tan terrible donde hay mucha gente que uno conoce. El tema antártico hermana a la gente en torno a principios fundamentales", dice.

Leppe reconoce que gracias al apoyo de otros operadores en la Antártica -como la Armada, la aerolínea DAP y otros países que trabajan en la zona- han podido seguir adelante con la campaña. "De todas maneras habrá costos por el uso de medios privados que van a implicar gastos que trataremos de absorber con nuestro presupuesto", explica.

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Marcelo Leppe, en una de las tantas exploraciones que ha hecho al continente blanco. Foto: INACH[/caption]

Ese es un trabajo que ayuda para que científicos de todo el mundo saquen conclusiones sobre fenómenos como los efectos del cambio climático en la Antártica. Durante las últimas semanas, ese impacto se ha hecho presente en numerosos medios de prensa que han dado cuenta de alzas en la temperatura del agua del continente, inusuales olas de calor y el deterioro de glaciares cruciales para el equilibrio planetario como el Thwaites. Esa masa, ubicada cerca del territorio antártico que reclama Chile, es conocida como el "glaciar del juicio final" por el efecto que tendría su desintegración en el ascenso de los niveles océanicos.

A esos datos se han sumado imágenes de la NASA que muestran lagunas en el canal Jorge VI en Bahía Margarita, el cual llevaba congelado miles de años. "El tema de esta temporada ha sido el súbito calentamiento atmosférico. Todas las dimensiones apuntan a eso: atmósfera, hielo, océano y vida en la Antártica son escenarios de un cambio climático", dice el director del INACH.

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Leppe es del cerro Playa Ancha, en Valparaíso. La primera vez que dejó el puerto fue en los 70 cuando partió a Escocia por el trabajo de su padre. Después de dos años y medio volvió al país a vivir entre Viña del Mar y Talcahuano, según iban desplazando la base de submarinistas. Fue en el Biobío donde empezó a transformarse en el paleontólogo que es hoy.

"Me llamaba la atención que en Talcahuano la gente no se daba cuenta que en un cerrito donde había un paradero de micros había una roca enorme llena de fósiles. Las personas pasaban por ahí y no se interesaban en que tenía entre 66 y 67 millones de antigüedad", recuerda Leppe sobre el período de su vida donde buscó fósiles en sitios como la isla Quiriquina, Lirquén y Tubul.

Cuando cursaba octavo básico, la familia emigró a Recreo, en Viña del Mar. Él recuerda que en ese período leía la revista de divulgación científica Mundo 84 y que en Canal 13 veía la serie Cosmos, de Carl Sagan. En eso estaba cuando su padre conoció a José Miguel Ramírez, un arqueólogo del Museo de la Sociedad Fonck, quien le dijo que llevara a este hijo fanático de la ciencia a trabajar ahí. "Pasé ese año limpiando vasijas, viendo objetos y teniendo acceso a la biblioteca. Fue muy estimulante", cuenta.

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"El tema de esta temporada ha sido el súbito calentamiento atmosférico. Todas las dimensiones apuntan a eso: atmósfera, hielo, océano y vida en la Antártica son escenarios de un cambio climático", dice Leppe, en relación con los estudios sobre el continente blanco que han aparecido en las últimas semanas. Foto: INACH[/caption]

Luego volvió a la VIII Región, donde entró a estudiar Biología en la Universidad de Concepción. "Estaba terminando la dictadura y con unos amigos formamos un grupo ecologista, reaccionando a que se le iba a quitar el estatus de protección a la araucaria. Adoptamos el nombre de ese árbol", cuenta. Una vez que esa especie recobró su resguardo, el grupo de Leppe pasó a llamarse Pachamama. Era 1992 y él y sus amigos viajaron a la cumbre de la Tierra en Río de Janeiro: "Fue la primera vez que escuché el informe completo del cambio climático, donde se hablaba de desertificación y acidificación de los océanos, temas que hoy son populares, pero que en esa época pocos conocían".

Más tarde hizo su doctorado en Paleobotánica en la misma Universidad de Concepción, donde siguió la huella de las araucarias hasta toparse con la Antártica, continente que hace 65 millones de años estaba cubierto de bosques de esta especie. Como estudiante visitó por primera vez el continente blanco en diciembre de 2002, cuando junto a su amigo Fernando Fernandoy, hoy glaciólogo y académico de la Universidad Andrés Bello, ganaron un proyecto que los llevó al cabo Shirreff en la isla Livingston. "Habíamos pensado estar un mes, pero nos sacaron a los 50 días cuando se echó a perder el tiempo. Tuvimos la suerte de encontrar los primeros registros de una flora fósil que no se había descrito nunca en esa parte de la Antártica", explica.

Ese primer viaje marcó el inicio de una serie de campañas en el continente blanco que conectaron con su postulación al INACH en 2005. Por esos días, Leppe debía entregar la tesis de su doctorado, pero sufrió un colapso debido a una hernia lumbar. "Como paleontólogo uno nunca quiere dejar una muestra porque no sabe cuándo la va a poder ir a buscar. Aunque pese media tonelada, en la Antártica tratas de llevarla porque es probable que no puedas volver al mismo punto. Varias veces cometí la imprudencia de andar hasta con 40 kilos en la mochila", explica.

Días después de entregar la tesis le avisaron de que se transformaba oficialmente en científico del INACH, empleo que lo llevó a tener un prontuario viajero del que pocos pueden presumir: 15 visitas a la Antártica.

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"Como paleontólogo uno nunca quiere dejar una muestra porque no sabe cuándo la va a poder ir a buscar. Aunque pese media tonelada, en la Antártica tratas de llevarla porque es probable que no puedas volver al mismo punto. Varias veces cometí la imprudencia de andar hasta con 40 kilos en la mochila", explica Leppe. Foto: INACH[/caption]

-¿La primera vez que fue a la Antártica imaginó que iba a volver tantas veces?

-No, para nada. Al final de la campaña tenía la sensación de que debía aprovechar el tiempo porque no sabía cuándo iba a volver. Estando allá te das cuenta de que la planificación minimiza los riesgos, pero siempre eres un títere de los elementos. Puedes planear estar 25 días trabajando, pero se echa a perder el tiempo y finalmente trabajas dos porque se armó una tormenta y todo se cubre de nieve. Hay colegas que han llegado y armado su carpa para no salir de ella nunca más. Es una lección de humildad súper grande, por eso sientes que no es segura tu vuelta.

-¿Puede haber una sobredosis de la Antártica?

-Todos los años terminando la campaña uno dice que es la última vez. Casi siempre estás en campamentos con carpa, saco de dormir y cajas y cajas de comida en lata. ¿Qué haces en la Antártica sin un abrelatas? Por eso cuando terminas tienes la sensación de que al próximo año vas a tomar una pausa, pero es un ciclo adictivo que nos lleva de vuelta. Hay investigadores que lo pasan muy mal y no van por años, pero siempre quieren volver. La mayoría de los científicos nacionales no reciben sobresueldo por ir; casi todos vamos en el receso académico, en nuestras vacaciones. ¿Por qué en vez de ir a Punta Cana prefieres estar en la Antártica pasando frío, comiendo alimentos liofilizados, viviendo en una carpa y hablando una vez a la semana con tu familia?

-¿Por qué?

-No lo sé, no tengo una explicación. O sea, tengo una pero es mía, no sé si todos tienen la misma. Me pasa que tengo un sentido de trascendencia y siento que lo que hago es importante. Lo creo en verdad, no es un mantra que repito, lo he vivido y la gente te lo transmite en la Antártica. Por eso estos sacrificios tienen una retribución.

-¿Sueña con la Antártica?

-Recuerdo pocos sueños porque duermo poco. Lo hago más cuando estoy "en terreno" porque duermo incómodo en la colchoneta, despierto a medianoche y recuerdo cosas. Aunque en la Antártica los escenarios superan en mucho lo que podría recrear la mente. Recuerdo una noche fría pero sin viento en que estaba en la isla Livingston y salió una luna perfecta en el valle, encima de las montañas que nevadas completas brillan en la noche. Ahí entendí por qué la Antártica sigue siendo uno de esos lugares que alimentan la imaginación de la gente desde la época de Edgar Allan Poe con las aventuras Arthur Gordon Pym, más toda la literatura fantástica que impulsa la idea de que es un lugar donde ocurren cosas fantásticas que no aceptamos que suceden en otras partes, como que haya pirámides debajo del hielo, extraterrestres congelados o una civilización ancestral.

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"Es bien complejo reconstruirse después de un evento tan terrible donde hay mucha gente que uno conoce", reconoce Marcelo Leppe, sobre el accidente del avión de la FACH que en diciembre cayó en el Mar de Drake rumbo a la Antártica. Foto: INACH.[/caption]

-Eso no es muy "científico".

-Como paleontólogo, sé que la Antártica lleva congelada 30 millones de años, que el hombre surgió en el planeta hace 350 mil años y que las cosas que mencionaba antes no tienen un marco lógico. Hay una responsabilidad como científico de tratar de quitarle ese halo misterioso al continente, pero cada vez que uno quita un manto, el siguiente es más interesante.

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Fuera de la ciencia ficción, hay ciclos planetarios que la Antártica sí controla, como la floración de los cerezos en Japón o las lluvias que llegan a producirse en el área del desierto de Atacama. Eso pasó en 2015, cuando se midieron inusuales 17,5 grados celsius al norte de la península antártica, la temperatura más alta registrada, y cuatro días más tarde se produjeron aluviones en el norte de Chile. Un fenómeno que se repitió en este verano.

Por eso -cuenta Leppe-, uno de los sellos que ha tratado de darle a su gestión en INACH es la renovación de la infraestructura para mejorar las condiciones de trabajo en esta parte del mundo. Por eso están remodelando las bases Yelcho, Escudero y Carvajal, la que aspira sea la principal oficina científica dentro del Círculo Polar Antártico. Además, se está construyendo un nuevo rompehielos y el Centro Antártico Internacional, encargado al estudio del arquitecto Alberto Moletto.

-¿Frente a las evidencia recogida, qué proyectan como INACH?

-Las proyecciones corresponde hacerlas sumando información de distintas fuentes y eso es lo que hace el Comité Mundial de Ciencia Antártica. Este continente es el corazón del planeta porque tiene un sistema circulatorio alrededor, corrientes marinas que influyen en el clima a través de patrones de circulación atmosféricos, los que generan transporte de nutrientes y condicionan distintos aspectos de la vida y el paisaje global. Ahora que se volvieron a dar ondas de calor en la Antártica y aluviones en el norte, de nuevo surge la pregunta sobre si estos eventos están conectados. ¿Debiéramos estar haciéndonos esta pregunta aún? Ya lo vivimos en 2015 y no tomamos ninguna medida. Hoy debiéramos generar información de calidad con sensores en tiempo real.

-¿El cambio climático ha revalorizado a la Antártica?

-La dimensión dramática que está teniendo el cambio climático ha obligado a mirarla con otros ojos. Muchos de los factores económicos presentes y futuros dependen de cuán estable es el devenir de este continente. Los eventos de megasequía no son aislados, están conectados con cosas que están ocurriendo en la Antártica.

-¿Le preocupa el futuro de la Antártica?

-Sí. La determinación de invertir mucho tiempo en resolver un problema como este y tratar de gestionar a nivel de instancias gubernamentales más recursos para que haya más investigadores en la Antártica debería es simple, porque hay un conjunto muy robusto de evidencia científica que dice que la Antártica está cambiando. Eso no es una simple creencia. No pertenezco a una religión extraña ni a una secta que cree que esto es algo que podría ocurrir. Los datos muestran que esto sí está pasando.

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