Slavoj Žižek: “La dignidad es la respuesta popular al cinismo abierto de los que están en el poder”

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Las crisis políticas en el mundo y la pandemia del coronavirus han mantenido al elogiado y controvertido pensador esloveno como un protagonista de la discusión intelectual en el último tiempo. En esta entrevista, el filósofo, reconocido como un férreo crítico del sistema capitalista y sus principios, plantea que el proceso social y político que ha vivido Chile en los últimos meses tiene resonancias globales. “Nuestra vieja sociedad ya está muerta, simplemente hay quienes no lo saben y tenemos que recordárselos, hacer que miren hacia abajo y vean el abismo bajo sus pies”, asegura.


El filósofo, psicoanalista y sociólogo esloveno Slavoj Žižek (71) ha sido uno de los protagonistas del debate intelectual en un mundo enfrentado a grandes cambios. Referente ideológico para buena parte de la izquierda, a principios de año renovó sus credenciales como un pensador provocador al postular que la pandemia del coronavirus sería “un golpe letal para el capitalismo” y una oportunidad para reinventar la sociedad (la respuesta antagónica del filósofo Byung-Chul Han –"Žižek se equivoca. Nada de eso sucederá", escribió- animó una de las discusiones interesantes de las ideas en la pandemia).

Pero antes del virus, que para Žižek representa una oportunidad para pensar una sociedad “más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”, el filósofo ha estado muy interesado e involucrado en lo que sucede políticamente en Chile. Hace poco, el filósofo esloveno –que la revista Foreign Policy incluyó en su lista 2012 de los 100 mayores pensadores del globo- divulgó un video donde afirma, que a diferencia de “las elecciones de mercado”, cuyo resultado considera indiferente, Chile se enfrenta hoy a una “verdadera elección”.

En esta entrevista, el académico de la Universidad de Ljubljana, que este año ya ha publicado tres libros incluyendo Pandemic!: COVID-19 Shakes the World, explica por qué la crisis chilena tiene resonancias globales. Además, el pensador –quien hace un par de años se autodefinió como un “izquierdista amargado”- reflexiona sobre el problema de la violencia y la política del siglo XXI.

A un año del 18 de octubre, Žižek reflexiona sobre una de las palabras más omnipresente en las manifestaciones: “dignidad”. “Creo que este punto es crucial”, dice. "A pesar de la pobreza, el hambre y la violencia, a pesar de la explotación económica, las protestas que estallan ahora en Chile y Turquía, de Bielorrusia a Francia, evocan regularmente la dignidad. Recuerdo haber hablado con mis amigos en Estambul y me dijeron que, también allí, su lema principal era la dignidad, incluso más que la libertad política y las cuestiones económicas. No podían soportar cómo el régimen de Erdogan los humillaba tratándolos como idiotas. Creo que la dignidad es la respuesta popular al cinismo abierto de los que están en el poder. Como señaló el filósofo Peter Sloterdijk hace casi medio siglo, la fórmula de la ideología actual no es “no saben lo que están haciendo”, sino “saben lo que están haciendo, y no obstante, lo siguen haciendo”.

-Ha dicho que la crisis chilena tiene relevancia universal…

-Chile se encuentra en una situación específica, pero creo que esta misma especificidad hace que sea más universal que otras: marca el paso de un tipo a otro de protesta. Luchar contra la dictadura de Pinochet era la lucha por la democracia contra un régimen abiertamente autoritario; ahora se cuestionan los límites mismos de la democracia liberal capitalista.

-¿Se cuestiona la forma de la democracia de las sociedades liberales?

-Las protestas que están sacudiendo al mundo en los últimos años oscilan claramente entre dos tipos. Por un lado, tenemos las de recuperación, que cuentan con el apoyo de los medios liberales occidentales. Es el caso de Hong Kong, Bielorrusia. Por otro lado, tenemos manifestaciones mucho más preocupantes que reaccionan a los límites del proyecto liberal-democrático en sí: Yellow Vests, Black Lives Matter, Extinction Rebellion en el propio Occidente desarrollado. La relación entre estos dos tipos se asemeja a la conocida paradoja de Aquiles y la tortuga. En una carrera, Aquiles le permite a la tortuga una ventaja y cada vez que él llega a algún lugar donde ha estado la tortuga, todavía le queda algo de distancia antes de que pueda alcanzarla. Pero si dejamos que Aquiles corra 200 metros, y en la misma unidad de tiempo la tortuga cubrirá sólo 4 metros, ésta será dejada muy atrás por Aquiles. Entonces, la conclusión que se impone es: Aquiles nunca puede alcanzar a la tortuga, pero puede pasarla fácilmente. Ahora reemplacemos a Aquiles por “fuerzas del levantamiento democrático” y la tortuga por el ideal del “capitalismo liberal-democrático”. Pronto nos damos cuenta de que la mayoría de los países no pueden acercarse demasiado a este ideal y que su fracaso para alcanzarlo expresa debilidades del propio sistema capitalista global. Todo lo que estos países pueden hacer es la arriesgada maniobra de ir más allá de este sistema, lo que, por supuesto, conlleva sus propios peligros. Además, nos vemos obligados a darnos cuenta de que, mientras los manifestantes a favor de la democracia se esfuerzan por ponerse al día con el Occidente liberal-capitalista, hay signos claros de que, en la economía y la política, el propio Occidente desarrollado está entrando en un poscapitalismo, una era posliberal, por supuesto, distópica.

- ¿O sea, le parece que la crisis tiene que ver con que las democracias liberales se han topado con su propia contradicción?

- El economista y filósofo Yanis Varoufakis se refirió a una señal clave de lo que vendrá: la reacción de las bolsas de valores. Cuando se anunció la mayor recesión en Reino Unido y Estados Unidos, el mercado de valores registró un récord. Aunque parte de esto puede explicarse por hechos simples como que la mayoría de los máximos del mercado de valores pertenecen a unas pocas empresas que prosperan ahora; desde Google hasta Tesla, lo que vemos es una disociación entre la circulación y especulación financiera con la producción y las ganancias. La verdadera elección es entonces: ¿en qué tipo de poscapitalismo nos encontraremos?

Nadie se toma en serio la democracia o la justicia, todos somos conscientes de su corrupción, pero las practicamos, demostramos nuestra fe en ellas, porque suponemos que funcionan aunque no creemos en ellas.

-Precisamente Hannah Arendt escribe, a propósito de las protestas estudiantiles de principios de los 70, que los estallidos violentos son los dolores de parto de una sociedad que ya se encontraba en transición.

-Arendt dice esto en su polémica contra Mao, quien dijo que “el poder surge del cañón de un arma”. Arendt califica esto como una convicción “completamente no marxista” y afirma que, para Marx, los estallidos violentos son como “los dolores de parto que preceden, pero por supuesto que no causan, el nacimiento orgánico del evento”. Básicamente estoy de acuerdo con ella, pero agregaría dos cosas. Primero, recuerda la clásica escena de dibujos animados de un gato que simplemente continúa caminando por el borde del precipicio, ignorando que ya no tiene tierra bajo sus pies. Se cae sólo cuando mira hacia abajo y se da cuenta de que está colgando en el abismo. Nuestra vieja sociedad ya está muerta, simplemente hay quienes no lo saben y tenemos que recordárselos, hacer que miren hacia abajo y vean el abismo bajo sus pies, pero ¿cómo? No creo que sea posible hacer ver, a los que están en el poder, que “ya están muertos”. En nuestro universo cínico, en cierto sentido ya lo saben, pero siguen como de costumbre. Así es como funciona la ideología en nuestra era cínica: no tenemos que creer en ella. Nadie se toma en serio la democracia o la justicia, todos somos conscientes de su corrupción, pero las practicamos, demostramos nuestra fe en ellas, porque suponemos que funcionan aunque no creemos en ellas. Lo que esto significa en nuestro caso es que nunca se producirá un traspaso del poder “democrático” plenamente pacífico sin los “dolores de parto” de la violencia. Siempre habrá momentos de tensión en los que se suspendan las reglas del diálogo democrático y los cambios.

-¿Hay algo que cambiaría, casi diez años después, de su libro Sobre la violencia?

-Tal vez sólo modificaría algunos pequeños acentos. Insistiría más en la diferencia entre una violencia física o mental necesaria para reproducir el sistema y una “violencia” dirigida contra el sistema, pero que puede respetar plenamente todas nuestras libertades y reglas democráticas. En este sentido, por loco que parezca, Gandhi era más violento que Hitler. Hitler no “tenía las pelotas” para cambiar las cosas. Todas sus acciones fueron fundamentalmente reacciones; actuó para que nada cambiara realmente, para evitar la amenaza comunista. Su objetivo de eliminar a los judíos fue, en última instancia, un acto de desplazamiento en el que evitó al enemigo real, es decir, el núcleo de las propias relaciones sociales capitalistas. Gandhi, en cambio, hizo un movimiento que se esforzó efectivamente por interrumpir el funcionamiento básico del estado colonial británico respetando todas las reglas democráticas. La violencia directa es, por lo tanto, por regla general una reacción a la amenaza de un cambio. Cuando un sistema está en crisis, comienza a romper sus propias reglas.

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-En El coraje de la desesperanza decía que había que abrazar completamente la desesperanza. En esos días triunfaba Trump y aparecían en el mundo las derechas nacionalistas. Hoy, ¿tiene esperanza?

-Sigo apegándome a esa fórmula de Giorgio Agamben. Por “desesperanza” no me refiero a un tipo de pesimismo de “no hay salida”, sólo me refiero a que no podemos imaginar un verdadero cambio dentro de las coordenadas básicas del orden existente, en el sentido de “radicalicemos nuestra democracia”. El camino hacia el verdadero cambio se abre sólo cuando perdemos la esperanza en un cambio dentro del sistema. Si esto parece demasiado “radical”, recuerda que hoy, nuestro capitalismo ya se está transformando en algo nuevo, en un nuevo tipo de régimen opresivo.

-¿Es esa “desesperanza” táctica lo que le llevó a afirmar en las elecciones pasadas en EE.UU. que era menos malo que ganara Trump que Clinton? ¿Qué piensa sobre las próximas elecciones?

-Mi argumento fue que Trump es peor que Hillary Clinton. Ese era mi punto. Esperaba que, como reacción a su gobierno, la izquierda en los Estados Unidos se constituyera como una fuerza política independiente. Esto sí sucedió con el surgimiento de los llamados socialistas demócratas dentro del Partido Demócrata, pero creo que hoy, con la pandemia, lo que está en juego es simplemente nuestra supervivencia, por lo que aconsejo a mis amigos en los EE.UU. a votar por Biden. Paradójicamente, la tarea de la izquierda es ahora, como señaló Alexandria Ocasio-Cortez, salvar nuestra democracia “burguesa”, cuando el centro liberal es demasiado débil e indeciso para hacerlo. ¡Qué vergüenza! Ahora tenemos que pelear incluso sus batallas.

Política en el siglo XXI

-Ha sido muy crítico con la culturalización de la política, también con las militancias antirrepresentación. ¿Cómo piensa la política del siglo XXI?

- El siglo XXI comenzó con los atentados del 11 de septiembre que marcan el fin de la visión de Fukuyama. Ahora sabemos que el sueño de una expansión universal del capitalismo liberal-democrático ha terminado. Pero estoy dispuesto a dar un paso más aquí. Lo que hoy debería volverse problemático es precisamente un rasgo que Marx, Lenin y sus oponentes anarquistas tenían en común: destrozar los aparatos estatales existentes y reemplazarlos con algún tipo de auto organización transparente de la sociedad que excluya la alienación y la representación política. Por el contrario, pienso que hay que finalmente abandonar el mito de la inocencia perdida de la “Comuna de París”, como si los comunistas fueran comunistas antes del terror comunista “totalitario” del siglo XX, como si en la “Comuna” un sueño se hiciera realidad incluso si la gente efectivamente comiera ratas. ¿Qué pasaría si, en contraste con la gran obsesión por superar la alienación de las instituciones estatales y lograr una sociedad autotransparente, nuestra tarea hoy fuera, casi la opuesta? Es decir, promulgar una “buena alienación”. ¿Qué pasa si necesitamos un conjunto de instituciones “alienadas”? Que, precisamente como “alienadas”, sustentan el espacio de nuestra libertad, de la misma manera que podemos pensar y hablar libremente sólo a través del lenguaje, que no es sino una sustancia no transparente de nuestra vida mental.

-Pero da la impresión de que la idea de que no somos transparentes a nosotros mismos es poco popular. Más bien son tiempos de extrema confianza en la voluntad y el “yo”. Supongo que esa es la parte en que incorpora el psicoanálisis y a Hegel en sus análisis.

-Hago esto en un movimiento crítico contra el marxismo tradicional, que también se basa en el progreso histórico general que conduciría al comunismo. Entonces los comunistas pueden así permitirse confiar en la historia, actuar de acuerdo con sus leyes y saber lo que hacen. Pero creo que deberíamos darle la vuelta a la fórmula propuesta por Robert Brandom, el gran hegeliano liberal de hoy: “el espíritu de confianza”. ¿No es el rasgo más profundo de un verdadero enfoque hegeliano un espíritu de desconfianza? Es decir, el axioma básico de Hegel no es la premisa de que, por terrible que sea un evento, al final resultará ser un momento subordinado que contribuirá a la armonía general. Su axioma es que no importa lo bien planificada y pensada que sea una idea o un proyecto, de alguna manera saldrá mal: la comunidad orgánica griega de una polis se convierte en una guerra fraterna, la fidelidad medieval basada en el honor se convierte en un halago vacío, el revolucionario luchar por la libertad universal se convierte en terror. El punto de Hegel no es que este mal giro de las cosas podría haberse evitado, sino que tenemos que aceptar que no hay un camino directo hacia la libertad concreta, la “reconciliación” reside sólo en el hecho de que nos resignamos a la amenaza permanente de destrucción que es una condición positiva de nuestra libertad.

Lo que se necesita es simplemente un pensamiento filosófico verdadero, un pensamiento que reflexione sobre los presupuestos e implicaciones de lo que estamos haciendo.

-Eso mismo se puede decir acerca de otros temas que se planifican. Por ejemplo, en el campo sexual. Incluso cuando se intenta liberar, sigue siendo complicado.

-La epidemia de Covid acaba de concluir el proceso de digitalización progresiva de nuestras vidas. Las estadísticas muestran que los adolescentes de hoy dedican mucho menos tiempo a explorar la sexualidad que a explorar la web y las drogas. Incluso si se involucran en el sexo, ¿no es hacerlo en el ciberespacio, con toda la pornografía hardcore que se ofrece, mucho más fácil? Pero deberíamos dar un paso más aquí. ¿Y si nunca hubiera existido un sexo completamente “real” sin un suplemento virtual o fantasioso? La masturbación se entiende normalmente como “hacértelo a ti mismo mientras imaginas a una pareja o parejas”, pero ¿Y si el sexo es siempre, hasta cierto punto, masturbación con una pareja real? A esto agregaría la lección del psicoanálisis: algo está constitutivamente podrido en el estado de sexo, la sexualidad humana está en sí misma pervertida, expuesta a la mezcla de realidad y fantasía. Incluso cuando estoy solo con mi pareja, mi interacción sexual con él / ella está inextricablemente entrelazada con mis fantasías, es decir, utilizo la carne y el cuerpo de mi pareja como apoyo para realizar y representar mis fantasías. No podemos reducir esta brecha entre la realidad corporal de mi pareja y el universo de las fantasías a una distorsión abierta por el patriarcado y la dominación o explotación social; la brecha está aquí desde el principio. Es por esta misma razón que, como parte de la relación sexual, uno le pedirá al otro que siga hablando, generalmente narrando algo “sucio”, incluso cuando tenga en sus manos la “cosa en sí”.

- ¿Es feminista?

-Sí, lo soy. A lo que me opongo es sólo a cierto tipo de teoría de género que ve la diferencia sexual como una construcción social impuesta por el orden patriarcal opresivo, sobre una sexualidad fluida previa. Más bien pienso la diferencia sexual desde Lacan, que no es binaria en el sentido de una oposición simbólica fija. Es una diferencia “imposible”, una brecha traumática que diferentes identidades sexuales intentan ofuscar. Otro problema adicional que veo con el feminismo contemporáneo en los países occidentales desarrollados es que, como ha demostrado Nancy Fraser, la forma predominante del feminismo estadounidense fue básicamente cooptada por la política neoliberal. Debería haber más mujeres en posiciones de poder, pero la estructura de poder en sí no debería cambiar; debemos ayudar a los pobres, pero debemos seguir siendo ricos; no se debe abusar de una posición de poder en una universidad para obtener favores sexuales de aquellos que están subordinados a nosotros, pero el poder que no se sexualiza está bien.

-A propósito de la hegemonía que va tomando la racionalidad de la técnica, y que, como decía Heidegger, la ciencia no piensa en consecuencias, ¿qué exigencia tiene el pensamiento en el tiempo que nos toca?

-Lo que se necesita es simplemente un pensamiento filosófico verdadero, un pensamiento que reflexione sobre los presupuestos e implicaciones de lo que estamos haciendo. Por ejemplo, Elon Musk y otras figuras corporativas están anunciando la posibilidad de Neuralink, la conexión digital directa entre nuestras mentes que hará que el lenguaje sea obsoleto; la pregunta que debemos plantear aquí es cómo afectará este cambio en lo que significa “ser humano”. Tendremos que aprender a plantear cuestiones tan básicas. Creo que está llegando una nueva era de la filosofía.


Covid-19 y Freud: el trabajo chileno que le interesó

“Me llamó la atención un punto muy preciso”, dice Žižek sobre el trabajo en que dos autores chilenos -el psicoanalista Rodrigo Aguilera y la estudiante de psicología Nicol Barria-Asenjo y - propusieron interpretar el impacto de la pandemia de Covid a través de la estructura de los sueños de Freud. “Mi hipótesis es que el virus es el ‘texto manifiesto del sueño’, el punto focal de nuestros medios de comunicación, de lo que todos hablamos y soñamos, pero en realidad está sobredeterminado por toda una serie de hechos y procesos de la vida real. En resumen, la epidemia funcionó como una especie de detonador que sacó a relucir las tensiones que ya existían en nuestras sociedades”.

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