Las trufas sureñas que se abren camino en la industria local

En Trufas Araucanía trabajan con tres perros que ayudan a encontrar al preciado hongo en la profundidad de la tierra. Todas las fotos: Trufas Araucanía.

María Angélica García-Huidobro, fundadora de Trufas Araucanía, es una de las pocas productoras de la variedad Perigord en Chile, altamente cotizada en el mundo gastronómico. Demoró más de una década en cultivar su primer fruto, pero el año pasado ya comenzó a cosechar la cantidad de kilos necesaria para hacer despegar su emprendimiento; todo desde el campo profundo de la Región de la Araucanía.


Más allá de las técnicas de cultivo -que, por cierto, tuvo que aprender- lo primero fue tener paciencia. Fue una larga espera, pero que rindió frutos. “Me acuerdo que grité a los cuatro vientos y salté de felicidad, después de siete años esperándolas... pero fue una sola trufa”, recuerda María Angélica García-Huidobro sobre los primeros pasos de su emprendimiento Trufas Araucanía, hace ya quince años. Lo que vino después fue aguante y mucha calma. Cada año fue cosechando un poco más. Una trufa, dos y después una pausa. Diez años después las cuentas comenzaron a ser alegres. Un kilo, dos kilos. Luego, la cosecha solo creció.

Con Trufas Araucanía, María Angélica García-Huidobro dio un giro inesperado a su vida. En el año 2000, con cuatro hijos y con su corazón conquistado por el turismo -tuvo su propia empresa y fue representante de la Línea Aérea Sudafricana en Chile por 18 años-, sus dos padres fallecieron. La herencia fue un gran campo, que fue dividido entre cuatro hermanas. Provenía desde sus tatarabuelos, y por lo tanto la idea era mantenerlo, cuidarlo y ver cómo podían darle vida. Eso recién se concretó para ella en 2009, cuando decidió irse a vivir a la zona con su hijo.

Ahí comenzó su camino: viendo qué otra posibilidad existía para hacer que ese trozo de campo fuera rentable. No querían solamente siembra, ni animales, ni otro tipo de cosas, pero se puso la misión de darle un propósito. El avellano europeo, entre otras, fue una de las tantas opciones, hasta que un día llegó a ellos el nombre de las trufas negras de Perigord, un tipo de hongo que crece bajo el suelo en determinadas circunstancias y que tiene un alto valor gastronómico, gracias a su sabor y aroma inconfundibles.

“Le pedí a mi hijo que investigara de qué se trataba y así llegamos a los proveedores de los árboles... Era algo oneroso meterse en esta aventura, pero creí que valía la pena”, recuerda la empresaria, quien asegura que no son más de cincuenta productores de esta trufa en Chile.

A comienzos de la década del 2000, María Angélica García-Huidobro dejó su trabajo en el mundo del turismo para adentrarse en el especial mundo del cultivo de trufas.

Esa investigación dio frutos. Comenzaron a cultivar, a entender lo que era la trufa y establecieron su huerto. Partieron con tres hectáreas que luego se transformaron en cinco. Pero el aprendizaje no fue solo para entender al fruto, sino también sus usos. Cómo se consumía, por qué era tan preciada como un ingrediente gourmet, cuánto duraba en su efectividad máxima -porque fresca no resiste más de dos a tres semanas- y cómo era su recolección, entre otros puntos.

Limitada por la pandemia

La verdadera alegría de Trufas Araucanía llegó durante el período de pandemia. “El año pasado esto explotó de una forma que no me podría haber imaginado: lo hizo con cincuenta a sesenta kilos, que significó algo muy grande en términos de producción para nosotros”, recuerda María Angélica García-Huidobro.

El problema fue que la mayor cosecha se produjo en plena crisis sanitaria. “Había sacado cincuenta kilos... ¿Qué podía hacer? Las exportaciones estaban paradas, no había solo emergencia en Chile, sino en todo el mundo, y lo que nos favorece a nosotros es que estamos en contratemporada con los europeos”, recuerda García-Huidobro. La clave vino de la mano de su hija menor, asidua a las redes sociales y que está “muy metida” en el tema. “Dijo que tenía un grupo potente de amistades y que empezaría a vender por internet”, cuenta.

Así comenzaron a vender y fueron dándose a conocer. “Fue gracias a estas plataformas que comenzamos a tener clientes y la gente conoció lo que era la trufa, pero también nosotros mismos vimos a qué tipo de personas les interesaba el producto, quiénes lo conocían, y también tratábamos de educar”, dice la empresaria. De hecho, recuerda que cuando comenzó en el rubro, todos le preguntaban a qué se dedicaba. “Y al momento de decirles trufas... Era un comentario común escuchar: ‘¡Qué rico, con harto chocolate!’”, dice entre risas.

Las trufas más preciadas son aquellas redondeadas, sin picadura alguna de insecto; son las la más difíciles de encontrar: en una temporada probablemente no se generen más de dos kilos.

También empezaron a contactarlas distintos chefs locales, y luego, desde Singapur o Italia. Como emprendimiento, dice que tienen bastantes proyectos a futuro para hacer con el campo, porque la trufera está situada sobre una colina y, cuando hay días despejados, se pueden ver “cinco volcanes de un viaje”.

Angélica García-Huidobro comenta que el último proyecto que tiene su hija es poder hacer algo con turismo, que es la gran pasión de su madre. La idea, dice, es comenzar con visitas de no más de nueve personas, para que puedan salir a cosechar y poder así familiarizarse con las trufas. En esos recorridos no participarían solo humanos. En cuanto la empresaria comenzó a interiorizarse con las trufas y su recolección, aprendió que esta se realizaba con cerdos o con perros. García-Huidobro optó por los perros.

A manos y patas

Aunque este sea su negocio, María Angélica García-Huidobro asegura que desde mayo a agosto son los peores meses. No lo dice como crítica, sino con un toque de gracia. “Abres el refrigerador y todo huele a trufa: la casa, la ropa, los huevos, el arroz y aquí todos se quejan, mis nietas siempre me lo dicen”, lanza entre risas.

Es justamente ese el período en que se producen las cosechas. Después solo resta esperar hasta un año más. Cosechan entre dos a tres veces por semana, en tramos de tres a cuatro horas. Hay que recorrer la trufera, seleccionar las trufas maduras, las que tienen un buen olor -aunque eso no signifique necesariamente que estén listas-, entre otras cosas.

El trabajo de encontrar las trufas lo hacen Ema, una border collie; Mike, un springer spaniel; y Honey, una golden retriever. “Al principio la Ema las olía y, con las patas, las rompía, pero hemos ido mejorando; Mike las ve y se sienta, no hace nada más; la Honey es más despistada, porque la encuentra y se echa en la tierra, y uno tiene que estar buscando en un radio de un metro a ver si hay algo o no”, dice María Angélica García-Huidobro entre risas.

“Dentro de todo, el cultivo no es fácil. En mi tiempo, proponerle a alguien hacer una inversión, pero que tardaría entre 12 a 14 años... generaba mucha ilusión que al final no llegaba a puerto”, comenta.

Eso ha cambiado. Hoy en día, con las tecnologías, existen nuevas formas de cultivo que han permitido que las truferas produzcan antes de los once o doce años. “Pero sigue requiriendo de un esfuerzo”, argumenta.

No ha sido un camino de mucha risa, afirma. Ha tenido que saber entender al mercado y a los usuarios. “Es un producto completamente desconocido; hay una o dos truferas que partieron antes que yo, y cuando partieron se llevaron a todos los chefs, pero internet ha abierto esas puertas”, asegura. Comenzaron a llegar pedidos de Arica, Iquique, Talcahuano, Concepción y otras partes. “Y las redes sociales son las que hicieron todo eso”, añade.

Mantequilla clarificada, salsa de toffee y tapenade -en la foto- de trufa son algunos de los subproductos que comercializa Trufas Araucanía, además del hongo mismo.

Hay trufas de todo tipo. Y no por ser las más grandes, dice la empresaria, serán las mejores. Por ejemplo, dice que cuando en un restaurante entran y rallan los frutos sobre un plato, lo hacen con una de un tamaño más reducido. “No porque te pese un kilo se venderá mejor, porque si van a la mesa con eso en la mano, se verá grosero y exagerado”, afirma. De ahí es donde surgen distintas categorías. La más preciada es esa más redondeada, sin picadura alguna de insecto y que es la más difícil de encontrar. De esas, en una temporada probablemente no se generen más de dos kilos. Desde los 100 grs hacia arriba se permite cierta imperfección. Bajo ese mismo criterio, decidieron no centrarse expresamente en estas, sino crear subproductos de trufa.

Trufa fresca, mantequilla, tapenade y salsa de toffee -el último producto que fabricaron-, completan su catálogo, al que próximamente quisieran añadir las visitas presenciales al lugar. “Ni yo me creería todo lo que estamos haciendo y cuando veo lo que estamos logrando, les digo a las niñitas que esto no es lo mío... He corrido toda la vida”, afirma María Angélica, quien luego guarda silencio y duda en la respuesta. “Cuando me vine al campo todo cambió, obviamente hay días y días... pero está bien la vida que llevo y es lo que me hace feliz, con logros que no me propuse y surgieron”, cierra.

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