Burke y la refundación




Si bien el parlamentario británico Jesse Norman es relativamente conocido entre los políticos e intelectuales jóvenes chilenos de centroderecha por ser el cerebro del nuevo conservadurismo inglés –estuvo en La Moneda y otros centros de estudios chilenos durante octubre de 2011–, y autor del texto de cabecera de David Cameron, The Big Society: The Anatomy of the New Politics (recientemente traducido en Chile por Pablo Ortúzar, IES-Fundación Cientochenta), es menos conocido por su libro más reciente: Edmund Burke: The First Conservative.

Más allá de que liberales clásicos y conservadores se disputan la militancia intelectual de Burke -Hayek, por ejemplo, en su Constitution of Liberty sostiene que Burke y otros whigs (en Chile la mejor traducción sería "pipiolos"), no habrían aceptado que se los pasaran por conservadores o tories -, el libro de Norman es relevante porque busca mostrar diversas facetas de la dimensión humana y la herencia intelectual de Burke. Y si bien no se trata de buscar una conexión con la nueva derecha británica o ser la continuación de The Big Society (buscando aumentar su densidad), sí se trata de un esfuerzo deliberado por rescatar la figura de Burke para la política británica contemporánea, y especialmente para la nueva derecha inglesa.

Así, en momentos en que la centroderecha reflexiona en torno a su presente y futuro, y que Chile a ratos enfrenta un escenario gobernado por maximalistas -defensores del más estricto statu quo versus propulsores de la refundación de Chile (aquello que llevó al Presidente de la DC a decir que su vía es una más modesta "reformista")-, volver a Burke resulta imprescindible.

Hay dos aspectos del pensamiento de Burke en los que hoy parece necesario detenerse: su especial valoración por el incrementalismo o gradualismo como fórmula de cambio -que es válido tanto para un debate micro de políticas públicas, o uno macro como el constitucional-; y su actitud escéptica de las grandes transformaciones sobre la base de abstracciones.

Burke era un empirista, prefiriendo la evidencia acerca de la efectividad de las políticas más que de las predicciones teóricas. A Burke le desagradaba el cambio radical, que en su perspectiva se basaba en la razón imperfecta y no en la experiencia. Burke no rechazaba todo cambio, sin embargo, favorecía el cambio incremental, con cada paso evaluado empíricamente antes de que se tome siguiente. Para Burke, mediante un progreso lento pero sostenido, "se vigila el efecto de cada paso. El buen o mal éxito del primero nos ilumina para dar el segundo, y así, de luz en luz, somos guiados con seguridad a lo largo de toda la serie".

Para él conservación y cambio van de la mano, no operan como antónimos. Se trata de una cuestión de la mayor importancia a la hora de intentar caricaturizar el pensamiento de Burke como la simple mantención del statu quo: "Un Estado sin medios de efectuar algún cambio carece de medios propios de conservación". Por lo demás, frente a las críticas de la (baja) velocidad del cambio asociadas a este enfoque, destaca el que para éste, los cambios radicales tienen un impacto concreto en la vida de las personas que se verán afectadas, sensibilidad que nuestro autor no encuentra en quienes plantean cambios radicales.

Desde la perspectiva del escepticismo burkeano ante el cambio radical y sus promotores, un buen punto de partida, es entender que aquellos que se aproximan a los problemas de la vida política bajo el espíritu prudencial recomendado por Burke, son muy deferentes -aunque no por ello acríticos- con las prácticas e instituciones políticas existentes. En sus aproximaciones toman especialmente en consideración las características peculiares, típicamente accidentales, que definen una cultura política particular en la que accidentalmente se encuentran. Por el contrario, aquellos que ven los mismos problemas bajo un prisma filosófico, rechazan reconocer las contingencias que son consideradas de manera relevante en las decisiones del político prudente. Insisten, en cambio, en que la política requiere de una aproximación abstracta que ignora la práctica pasada entre los regímenes que han evolucionado históricamente. Para ello, estas contingencias no son más que escombros sin mayor trascendencia, y su ideal es ver cada problema con la frescura y la transparencia que pueden ser alcanzadas, sólo ignorando la basura acumulada del pasado. Para aquellos que poseen esta especial visión, pronto concluirán que sus poderes de reflexión abstractos son suficientes por sí mismos para alcanzar cualquier dilema imaginable y resuelven actuar en todo momento como si estuvieran fundando sus regímenes desde cero, carte blanche como diría Burke.

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