Echo & the Bunnymen: Vamos a lo oscuro
Corren rumores. Ian McCulloch lleva días enfiestado y en bambalinas intentan reanimarlo para cumplir con el debut en Chile. Qué bien. Todo calza con la leyenda del artista de Liverpool, líder de Echo & the Bunnymen, que da entrevistas mientras un asistente le enciende cigarrillos, el mismo que no le dice Morrissey a Morrissey, que maldice a Richard Ashcroft de The Verve por imitarle, y guía de una de las pocas bandas respetadas por Robert Smith en los 80.
Es miércoles por la noche y el remozado teatro Cariola congrega un público de alguna forma similar al que arrastra una vieja gloria del heavy metal de visita en Santiago: aplastante mayoría masculina vestida de negro, mucha panza, canas, y cabelleras que no volverán.
Una hora más tarde de lo anunciado, el grupo con formación de sexteto irrumpe. Por supuesto, McCulloch aparece con lentes oscuros aunque las luces son menos que austeras. Arrancan los redobles de Meteorites, la canción que bautiza y abre el consistente álbum editado este año. La triste solemnidad del original es reemplazada por un sonido un poco más duro.
La voz persiste algo más gruesa que en el pasado, imbuida en un fraseo acostumbrado a dejar en el aire un eco dramático sin atisbos épicos, sino desencantado, romántico y bohemio. Arremete Villiers terrace, del debut Crocodiles (1980), y la fanaticada salta como si tuviera 20 años menos. La canción evoluciona hasta empalmar con Roadhouse blues, de The Doors, y podemos adivinar que no será la primera cita al seminal grupo de Jim Morrison, porque el mundo entero supo de Echo & the Bunnymen en 1987 por su cover de People are strange, una de las selecciones de la noche.
La cita se inclina obviamente hacia material clásico como Seven seas, el himno The killing moon, y lo más cercano que llegaron a un hit con Lips like sugar al cierre, extendida un poco más de la cuenta. De las nuevas, agregaron Holy Moses y Constantinople, una de varias ocasiones donde la atención se trasladó hacia la figura del histórico guitarrista Will Sergeant.
Reacio a explotar con gestos la sofisticada descarga que consigue en las seis cuerdas, expuso el plástico sentido musical que le caracteriza. Sergeant ofrece sin alardes una cobertura de diversas texturas, que dibujan un paisaje donde la luz sostiene un idilio con las penumbras, en grácil alternancia. Un verdadero arquitecto del sonido con angulación propia. Echo & the Bunnymen era una deuda en Chile y saldaron a la altura. Siempre queda la pregunta, por qué no fueron más grandes. Quizás qué importa. La cofradía que los miró cara a cara vivió el final feliz de un capítulo pendiente.
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