El PC chileno: la ficción democrática
A partir del año 2011 se abrió en Chile una extensión de demandas ciudadanas que posteriormente se expresaron en un campo de reformas acotadas, aunque ambiciosas, con el distintivo (marca) de "Nueva Mayoría". Dicho en su forma más directa el Partido de la hoz y el martillo hizo un "traspaso" de símbolos nacional/populares -de liturgias y rituales- a nuestro paisaje político con el propósito ampliar la legitimidad basista de la coalición del arcoíris. Es una cuestión algo peculiar que aquel Partido obrero fundado en 1912 por Luis Emilio Recabarren se encuentre en una especie de incurable "bicameralismo psicológico" (disciplina pública versus creencias privadas). Una vez que se consumó el pacto institucional del Partido Comunista con el bacheletismo tuvo lugar un traspaso de "iconos populares" que generan la ficción democrática de la igualdad universal: el cosmético que la elite del arcoíris necesitaba se nutrió del comercio semiótico (popular) que la Nueva Mayoría absorbe del PC para ficcionar, a modo de simulacro, causas populares, imaginarios obreros, minorías activas, mundos alternativos, discursos igualitarios, actores anti-sistémicos y, porque no decirlo, promesas rotas –cuando tal ficción igualitaria se desvanece. A decir verdad, se trató de generar la ficción kafkiana de un gobierno-nacional/popular, pero sin nombrarlo de tal forma. Ello pasa por utilizar la torrentosa memoria histórica del PC. ¿Qué duda cabe? El imaginario comunista supera los 100 años y trasunta infinitamente a sus seis Diputados, dos Ministros, alcaldes, concejales etcétera, -más allá del contenido y la sonoridad de sus demandas. Ello se dispuso al servicio de un gobierno que eventualmente representa una versión genuina del mundo popular y de los programas ciudadanos. En este sentido el PC contribuye con la memoria afectiva de sus semillas populares, su sociabilidad barrial, sus narrativas, su cromosoma cultural-memorial, su trabajo territorial y, por fin, termina por hipotecar una gramática patrimonial –sus piochas de bronce- al servicio de la impostura de que los humildes, los desposeídos, ¡los nunca¡ ¡los nadie¡ –imaginariamente- también pueden (¿podrían?) tener cabida en un ¡gobierno popular¡ -de base ciudadana. La inflación de una democrática semiótica es la validación popular-ciudadana de la Nueva Mayoría.
En este sentido el PC chileno le otorga a la Concertación –actual Nueva Mayoría- la posibilidad semántica de que se autoproclame cosméticamente "Nueva" y de que pueda frasear y movilizar la "impostura" de la pluralidad política, cívica y social. La inflada diversidad de partidos y la ampliación del campo ciudadano opera como la eventual derogación de la clásica elite concertacionista y la restitución de un gobierno ciudadano (Nueva Mayoría), pero a la luz de los acontecimientos y con la factualidad emblemática del Ministro Burgos ello carece de todo sentido. Toda esa ornamentación de símbolos populares (la estética de las farmacias populares, sin negar su sentido) solo es posible con el PC apiñado en el sistema de partidos y ganando determinados espacios territoriales para fungir o simular como genuina democracia participativa. Ahora esa matriz de un partido obrero-campesino-popular se convierte en una parodia kitsch que ofrece sus capitales simbólicos –sus lenguajes- a la agenda de la modernización haciendo precisamente lo que por años se había impugnado abiertamente: ¿bicameralismo psicológico? No olvidemos que por dos decenios el PC criticó ácidamente el modelo productivo y la matriz económico-social. Pero ahora, si me permiten extremar las cosas, invocan el 2011 como el inicio de un nuevo ciclo que se nutre de la reforma ciudadana ¡por favor¡ Los diagnósticos son atribuciones de sentido político a los sucesos, son actos de politización.
La dramaturgia es el inicio de una borradura identitaria, porque de paso, instrumentalizan al militante de base y aggiornan a la clase política con recursos de marginalidad que no existen en los empingorotados Partidos de la Concertación dada su baja sintonía con el mundo popular. Merced a la elitización de la Democracia Cristiana y el Partido Socialista. En resumidas cuentas, el PC es la estetización ad hoc para que la elite del arcoíris (Nueva Mayoría) se pueda escenificar públicamente como "democracia protagónica", el malestar como adorno mesiánico, el oropel como mala consciencia, el aderezo necesario de una escenificación farisea de que aún es posible ampliar los partidos y ficcionar que los discursos ciudadanos y populares tienen cabida. En este sentido las tecnologías de poder que maneja la Concertación son mucho más asertivas y "vampirescas" dado que administran el diferencial simbólico "ofertando" a la ciudadanía un relato de inflación democrática, invocando a los sectores populares donde el militante PC podría llegar.
Además era una opción real entrar a la institucionalidad, pero otra cosa es participar de gabinetes y Ministerios inflando el simulacro (el Ministro Barraza ¡duele ARCIS¡). El PC funge como aquella coalición que coquetea con rehabilitar a los sujetos del trauma, con la eventual insubordinación de los símbolos estatuidos, y pretende arrastrar identidades alternativas, como una comunidad que ficciona el verosímil de la pluralidad de voces ciudadanas. El bicameralismo psicológico ira in crescendo, pero en algún momento tendrán que rendir cuentas antes sus bases porque las decisiones de una obediencia doctrinal tienen un grave costo identitario. Max Weber decía: "quien entra política se acuesta con el diablo". Lamentablemente, y ante la ausencia de acciones preventivas, el Partido de la Hoz y el martillo hizo lo que el sociólogo de Érfurt pronóstico hace más de 100 años.
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