Exquisita brevedad
La obra de Takuboku, el gran poeta japonés, es poco conocida en nuestro medio. Una traducción de Claudio Bertoni, quien tradujo del inglés, repara esta ominosa carencia.
La poesía clásica de Japón tiene dos formas: la tanka y el haiku. La tanka consiste en 5 versos sin rima, y en sus últimos poemas Takuboku redujo las 5 líneas a 3. A Hajime Ishikawa, más conocido como Takuboku, se le considera el creador de la poesía moderna japonesa. Su obra es autobiográfica y murió de tuberculosis en 1912 a la edad de 27 años. "cuatro meses enfermo / y ya recuerdo con afecto / el sabor de los remedios". Esta es parte de la información que entrega Claudio Bertoni en una nota sobre el autor al final de Sin decir nada, libro breve y magnífico que consiste en 88 tankas de Takuboku seleccionadas y traducidas por el poeta chileno. La fuente del material proviene de A handful of sand (Un puñado de arena), título de una traducción al inglés hecha por Shio Sakanishi.
Por medio de una declaración que suena tan delicada como su poesía, Takuboku explica la exquisita brevedad que lo distingue: "Todos los días tenemos miles de impresiones que pasan velozmente y que olvidamos y despreciamos o simplemente no tomamos en cuenta. Sin embargo, si realmente apreciamos la vida no debemos olvidarlas porque no volverán jamás y son preciosas. Y no las voy a dejar escapar. Les quiero dar forma y eternidad". Los poemas aquí reunidos son evanescentes sólo en apariencia, pues, ya sea en conjunto o individualmente, producen impresiones duraderas, al tiempo que transmiten con suma claridad la tristeza, la desesperación ocasional y el desamparo que inspiran al autor. En este sentido, el título del libro debe interpretarse como un guiño irónico: sería insensato, o más bien imposible, poner en duda la elocuencia de estos versos.
Otra cualidad que contribuye a la contundencia del volumen es que no hay interrupciones entre un poema y otro, con lo cual, al leerlos de un tirón, será fácil para el lector construir una especie de relato unitario. Un hombre que camina por una playa, que regresa a su hogar, que se emborracha, que vaga y divaga y llora mientras las estaciones van cambiando el aspecto del paisaje. Un hombre que se entristece, que añora y que enferma. Observaciones finas y templadas ("¿de quién eres la tumba / cerrito de arena / que la tormenta / juntó en la noche?") se contraponen con momentos que auguran una probable oscuridad: "haciendo / un hoyito / en la arena / encontré una / pistola oxidada". Otras veces el llanto -expresión frecuente de la emocionalidad del autor- irrumpe sorpresivamente: "llevo al apa / a mi mamá en broma / y es tan liviana que lloro".
Con distintas intensidades, Takuboku alude varias veces a la figura materna; en casi todas ellas, eso sí, prima la ternura: "¡ay!, madre, / cuando me duermo con hambre / yo, tu único hijo, / aún recuerda el sabor de tu leche". Por otro lado, cierto amor que uno supone perdido da pie a versos en los que campean la tristeza y la melancolía: "como un hijo de las colinas / siempre piensa en las colinas / cuando tengo pena / siempre pienso en ti". La pesadez del diario vivir se ve reflejada en los siguientes versos: "¿es que sigo / en el año pasado? / es año nuevo / y ya estoy harto". Y el valor ambivalente del llanto está aquí magníficamente retratado: "lágrimas, lágrimas, / que misteriosas son. / bañado en ellas / mi alma es un payaso". En suma, y para no violar la lección de brevedad aprendida, les aseguro que éste es un libro insoslayable.
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