Una manera de pasarlo bien




Apareció de improviso, sin avisar. En San Antonio, un grupo de artistas organizó un homenaje a Nicanor Parra y su antipoesía. El lugar elegido era un sitio popular, no un centro artístico o literario, sino una cantina: El Checo, un bar "quitapenas" que solía visitar Roberto Parra, el enamorado de La negra Ester. Los artistas colgaron pinturas y esculturas y titularon la muestra El poeta escondido. Invitaron a Nicanor "por si acaso". Y contra todo pronóstico, apareció. El poeta se entusiasmó con el ambiente y la música y bailó cuecas. También regaló artefactos. Uno de ellos, muestra de su humor feroz, era una soga de ahorcado con dos leyendas: "Se vende/ Poco uso/ Excelente estado" y "Si la quiere probar/ cancele antes".

La escena ocurrió hace un par de semanas en San Antonio. El homenaje celebraba a Nicanor, pero sobre todo celebraba otro aniversario, que ha pasado desapercibido estos días: los 60 años de Poemas & antipoemas, su libro fundamental, el big bang de todo su proyecto poético. Apareció en 1954 y puso de cabeza a la literatura en español.

"Hijo mayor de un profesor primario/ y de una modista de trastienda", Nicanor llegó a Santiago para ser carabinero, pero se graduó en matemáticas y física. Fue a Estados Unidos y a Oxford para seguir estudios en mecánica y cosmología, y acabó titulándose de antipoeta. El camino no fue fácil. Parra comenzó a escribir cuando en Chile el territorio de la poesía lo disputaban tres enormes mosqueteros, que en sus luchas podían mutar en monstruos: Huidobro, De Rokha y Neruda.

A los 23 años, Nicanor publicó Cancionero sin nombre, un poemario en la órbita de García Lorca. Recibió el Premio Municipal de Santiago, pero no se sentía conforme. Es un momento de búsqueda. Lee, visita Chillán, escribe. Y conoce la poesía narrativa de Whitman. Viaja a Estados Unidos con una beca de posgrado en la Universidad de Brown y estudia al autor de Hojas de hierba. Escribe entonces los Ejercicios respiratorios, un eslabón en el camino a los antipoemas. Pero los desecha. Dice que un día miró el retrato de Whitman y reparó en sus barbas de patriarca. "Justo ahí le pillé el lado flaco: Whitman no tenía humor".

De vuelta en Chile lee a Kafka y a los surrealistas. De ellos tomará el humor y el espíritu de revuelta, pero sin su oscuridad. Una nueva beca lo lleva fuera del país: esta vez a Oxford. Es un período feliz para su obra: lee a los poetas ingleses (Eliot, Auden) y escribe. No va a clases, está a punto de perder la beca, pero escribe. En su piso de la calle Norham Gardens concibe Preguntas a la hora del té y Soliloquio del individuo, dos de sus grandes poemas. Su idea estética madura: se declara contra "la poesía egocéntrica de nuestros antepasados", los poetas "cantores de ópera" a lo Neruda, los "tristes y angustiados" y los "profetas". Un título en una librería, Apoems, inspira el nombre de los antipoemas.

El libro aparece a 17 años de su primera obra. Fue un golpe eléctrico en la aldea local. Parr recoge la angustia de la posguerra, la pasa por el absurdo y el humor y el resultado es desconcertante y adictivo. Los jóvenes lo celebran; los mayores lo condenan. Curiosamente, Neruda reconoce su poder explosivo, pero no logra ver que la antipoesía es una bomba de tiempo y estallará en sus narices. Desde entonces, su influencia es incontrarretable, de Enrique Lihn a Roberto Bolaño, quien declaró abiertamente: "Le debo todo a Parra". El poeta ya tiene un siglo y su obra parece fiel a la definición que él mismo acuñó: "Antipoesía/ una manera de pasarlo bien".

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