Claudio Di Girolamo
SEÑOR DIRECTOR:
Tenía nombre de emperador romano como yo, con un acento ferozmente itálico duro de matar. Lo conocí entrando yo muy joven al ICTUS de fines de los 70, trabajando en esa escritura teatral que se movía y removía hasta el borde mismo del estreno.
El afiche de “Lindo país esquina con vista al mar”, donde participé, lo hizo él parafraseando en sus ilustraciones un juego de los arcanos mayores del Tarot de Marsella que yo solía llevar en el bolsillo de mi chaqueta. Fascinable y fascinado consiguió una ilustración que supo combinar humor y crítica como solía hacerlo siempre.
Después la obra se llamó “Lindo país esquina con vista al mar que estaba serena” pero yo ya no estaba en el plantel y esa es otra historia.
Nos habíamos encontrado en todo lo que se llamara cultura incluyendo un viaje precioso a Estados Unidos donde trabajó con Peter Schumann y el Bread and Puppet Theater en un festival que era inmenso y bello como no lo era el país de esos tiempos y donde coincidíamos en un sueño hermoso y libre de veras.
Llegada la democracia o terminada la dictadura o los dos hechos juntos a la vez, se convirtió en un feroz gestor cultural al servicio de un país que intentaba ser realmente un sueño lindo con vista al mar. Hizo una televisión que hoy no se hace, tuvo cargos ministeriales, no cesó de pintar, siempre vestido de jeans con algo como de cura obrero de las artes, de azul en el día a día, de negro en las ceremonias pero el jeans infaltable. Había venido a trabajar en el arte a como diera lugar y no quería que lo confundieran con un funcionario.
No fue centenario porque la vida es mezquina. Esquivo al monumento, se merecía placa, calle, medalla y cuanto reconocimiento hubiera. Queda su huella en el casillero donde dice inolvidable. O también imprescindible. O simplemente Claudio.
Marco Antonio de la Parra
Director artístico de Teatro Finis Terrae
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