Ken Loach: "La idea que sustenta Yo, Daniel Blake es el conflicto de clases"

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El realizador, irreductible defensor del viejo laborismo socialista, ganó su segunda Palma de Oro en Cannes con el filme que acaba de estrenarse en Chile, reflejo de una Gran Bretaña diferente a la que, según él, "quieren presentar" los que mandan el país.


Hace cuatro años todo parecía indicar el fin. Su productora Rebecca O' Brien había dicho que la vista le fallaba y que la presión arterial lo tenía en retirada, dejando la ficción para pasarse a los documentales. Fue la época en que Ken Loach (1936) estrenó en Cannes su largometraje Jimmy's Hall, drama de época sobre un comunista irlandés que en los años 30 abría un club de baile en el pueblo. Iba a ser su última película. Un buen y amable canto del cisne tras una gloriosa y coherente carrera representada por 24 largometrajes en cine, muchísimos filme para televisión, dos Premios del Jurado en Cannes y una Palma de Oro en el mismo festival por El viento que acaricia el prado (2006), la última de sus cintas que se pudo ver en Chile.

Pero Loach, infatigable militante ideológico de la izquierda marxista y nostálgico del laborismo antes de Tony Blair, no contaba con la aparición de Jeremy Corbyn, líder laborista ubicado en las antípodas de la tercera vía predicada por Blair y Gordon Brown. Fue en el año 2015, uno antes del Brexit que sacó a Gran Bretaña de la Unión Europea.

El cambio de liderazgo en la izquierda de su país hizo que Loach se reencantara con la política, pero sobre le devolvió la sangre al cuerpo. Cuando retornó, fue en grande: dirigió Yo, Daniel Blake (2016) y ganó su segunda Palma de Oro en el Festival de Cannes. Es, por consenso de la crítica, una de sus mejores películas.

Estrenada este jueves en Chile, la cinta número 25 de Ken Loach sigue siendo fiel al universo de británicos proletarios que ha retratado con brocha fina (y también gorda a veces, hay que decirlo) durante 50 años. Desde el implacable retrato del descenso a la indigencia de una madre y sus tres hijos en Cathy come home (1966) hasta la lucha por la dignidad en medio de la enfermedad y el desempleo en Yo, Daniel Blake (2006), hay una constante: la capacidad para conectar con la rutina de quienes no tienen la suerte a su favor. Como retratista minucioso y empático de sus héroes sin dinero, Loach es heredero de la tradición narrativa de Charles Dickens y Elizabeth Gaskell.

Hambre en Newcastle

Su nueva película, como suele ser habitual en la filmografía de Loach, viaja lejos de Londres para contarnos su fábula. Esta vez no va a Escocia ni a Irlanda como en anteriores trabajos, sino que a Newcastle, una de aquellas ciudades del norte de Inglaterra que alguna vez tuvieron un pasado industrial y hoy languidecen al ritmo de las altas tasas de alcoholismo, obesidad y desempleo.

Por las calles de Newcastle se mueve Daniel Blake (Dave Johns), un carpintero de 59 años que tras tener un ataque cardíaco es declarado no apto para el trabajo según su médico. Los doctores del seguro estatal, sin embargo, no creen este diagnóstico y Dan entrará en la pesadilla burocrática de buscar algún tipo de pensión por incapacidad. En medio de esta abrumadora tarea conoce a Katie (Hayley Squires) joven madre londinense de dos niños expulsada de una casa de indigentes. Llega a Newcastle en busca de empleo, pero en la oficina de trabajo no la consideran. Daniel sale en su defensa y un lazo de amistad se sella entre ambos.

En medio de su participación en el congreso del Partido Laborista en el sur de Gran Bretaña, el realizador de Riff-Raff (1991) conversa con Culto sobre Yo, Daniel Blake. Lo hace, por supuesto, con su batería argumental ubicado a la izquierda del mapa político

"La idea que sustenta la película es el conflicto de clases", dice al teléfono al ser consultado por una escena particularmente gráfica. Es cuando Katie, que no ha comido bien en varios días, abre desesperadamente una lata de frijoles en un banco de alimentos, organización caritativa que provee de comida a la población vulnerable.

Loach analiza: "Creo que el sistema utiliza el hambre como una herramienta para disciplinar a la población más pobre, como una forma de mantenerlos atemorizados. Cuando la gente tiene hambre no puede devolver el golpe, no tiene energías para luchar. Eso es un poco lo que describo en Yo, Daniel Blake. Esa es la posición ideológica de la película y espero que se entienda como el Estado utiliza el hambre para mantener a la gente atemorizada, débil y sin capacidad de lucha".

Para el realizador nacido en Nuneaton, las cifras de crecimiento económico que Gran Bretaña ha mostrado en los últimos años son sólo la verdad fraguada por los gobiernos de turno: "El nivel de pobreza es bastante severo en Gran Bretaña y hay estudios que indican que más de un millón de personas se acogió a los organismos de caridad que hay en el país durante el año pasado. Peor, más de medio millón de niños ha tenido que depender de los bancos de alimentos, que son básicamente instituciones de caridad. Definitivamente es muy diferente a lo que el gobierno quiere presentar".

El realizador, que siempre maneja coordenadas ideológicas en sus respuestas, escogió a Newcastle como locación bajo el mismo prisma de relevancia social.

"Newcastle es una una tradicional área de la clase trabajadora británica, con una cultura muy fuerte y con gente que tiene además un gran sentido del humor. Se trataba de una vieja zona industrial, cuyas fábricas fueron muriendo de a poco y, lamentablemente, pocos trabajos fueron reemplazados", comenta. Luego se explaya en la elección de Dave Johns, conocido stand up comedian en Gran Bretaña, para ser Daniel Blake: "Dave es simplemente el mejor actor que encontramos. Es de familia obrera, entiende lo que le pasa a su personaje, conoce la situación, es muy creíble y, sobre todo, se comunica con la audiencia. En rigor, era la viva representación de Daniel Blake, ni siquiera tenía que interpretarlo".

Estrenada en Cannes un mes antes de la votación de los británicos para salir de la Unión Europea (el famoso Brexit), la cinta funcionó además como un termómetro de la población más insatisfecha de su país. Aún así Ken Loach cree que el personaje de Daniel Blake hubiera tenido otra opción en aquella encrucijada. "Probablemente ni siquiera hubiera ido a votar en el referéndum del Brexit. Está al final de su vida y se siente solo: no quiere comunicarse con ese tipo de actos ciudadanos. Está algo deprimido y con el ánimo en otra parte".

Eso sí, el realizador de Pan y rosas (2000) hace el siguiente análisis sobre el Brexit: "Creo que la sensación general en Gran Bretaña, al menos cuando estrenamos Yo, Daniel Blake el año pasado, es que la gente no está feliz con el mundo en el que viven. Hay una cierta convicción de que en algún momento fueron estafados y saqueados. Por esta misma razón se suele buscar a alguien a quien culpar, a un chivo expiatorio. Algo de esa rabia se pudo haber volcado a favor del Brexit, pero por otro lado tengo claro que la mayor parte de ese voto era de la derecha".

Hombre formado en la factoría televisiva de la BBC durante los años 60, Ken Loach es más allá de la política, la contingencia y los idealismos, un magnífico director de actores. En los sets de sus películas han madurado futuras estrellas del cine británico como Terence Stamp, Robert Carlyle, Peter Mullan y Cillian Murphy, cada cual dueño de un particular aspecto del británico de a pie. ¿Hay algún secreto para lograr tal empatía y realismo en las escenas de sus películas? ¿Algún trabajo extra de ensayo? ¿Cierta disciplina de estudio en particular?: "No, la verdad es que es al revés. Mientras menos ensayamos las escenas, quedan mejor. Demasiado ensayo quita espontaneidad. Lo que hacemos es preparar mucho el largometraje, pero a la hora de filmar soy rápido".

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