Orange is the New Black: el ciclo sin fin

Ya en su segunda entrega, la ficción había definido el camino por el que ha seguido marchando hasta ahora: una vez superado el libro en que se basó, la serie dejó de tener una protagonista para convertirse en una historia coral.


Hace cinco años en Netflix debutó una mezcla de comedia y drama que se convertiría en uno de sus primeros fenómenos y que llegó a confirmar que lo de House of cards no había sido un bien ejecutado accidente, sino que el inicio de una avalancha de contenido original listo para competir con quien se le pusiera por delante. Orange is the new black, la serie que partió contando la historia semi real de una veinteañera rubia, algo hipster y totalmente burguesa que es encarcelada en una prisión de mínima seguridad, fue ese acierto. Y cinco años después, cuando Netflix ya está consolidado como un gigante y parece que ha pasado tanto tiempo desde esa primera temporada, en la historia de la serie los años y ciclos dan la sensación de estar detenidos o, más bien, en constante repetición.

Porque ya en su segunda entrega, Orange is the new black había definido el camino por el que ha seguido marchando hasta ahora: una vez superado el libro en que se basó -las memorias de Piper Kerman y su año en la cárcel- la serie dejó de tener una protagonista para convertirse en una historia coral, con un grupo de reclusas y sus vidas, sueños, relaciones y derrotas al centro.

Haciendo esas narraciones, las reclusas han pasado de ser prisioneras poco amenazantes, que se pasan los días peleando entre grupos y pensando en formas de matar el tiempo, a llevar negocios de contrabando y luego tomarse la cárcel, lo que nos lleva al punto inicial de este ciclo: el levantamiento terminó y un grupo de las reclusas está en la cárcel de máxima seguridad, donde abusadores y aburridos guardias se divierten viéndolas sufrir. Además, sus nuevas compañeras de prisión son mucho más amenazantes y hay un grupo de policías presionados a encontrar culpables por la revuelta, y que ocupará todo tipo de técnicas para conseguir confesiones.

Pero con todas estas novedades, el sentimiento que queda es que simplemente se está volviendo a iniciar el ciclo: hay amistades que se quiebran, grandes injusticias, conexiones improbables, momentos dolorosos seguidos por risas y destellos de esperanza… y todas siguen encarceladas. También hay demasiadas protagonistas, por lo que ninguna historia se desarrolla más allá de lo mínimo y todas se mueven a paso lento. Lo mismo que pasaba en las temporadas anteriores, amplificado por el nuevo contexto, que es el que plantea la gran pregunta: ¿lograrán surgir y establecerse en este lugar nuevo y menos amable? Sería muy sorprendente que la respuesta fuera que no.

De darse esta lógica, y con una séptima temporada de la serie ya confirmada, sólo se pueden esperar 13 capítulos de entretención, emociones y pocas sorpresas, porque es difícil pensar que el final vaya a ser demasiado distinto que el de la temporada anterior o la que vino antes de esa.

Una vez que se acepta esto, los fans pueden sentarse a disfrutar una buena temporada, y esto es incluso gracias a que están ahí todas sus zonas de comodidad: el sexto es un ciclo que funciona y que vuelve a una rutina que los escritores de la serie saben narrar muy bien.

En la quinta temporada, con las reclusas al mando, a veces la historia se perdía en el mismo caos que se veía en los pasillos de la cárcel. Ahora, en el regreso al status quo, los personajes brillan más y se sienten más reales, cercanos y vulnerables. Así, mientras no se esté esperando que nada cambie realmente, más allá de un poco de contexto y nuevos roles, la serie está ahí para la entretención de todos lo que hicieron de esta ficción la exitosa máquina de contar la misma historia una y otra vez.

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