Viña 2019: el jardín marchito

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"Viña del Mar, urbe histórica de realidades disociadas -la pobreza de sus cerros en contraste con las ambiciones internacionales de su borde costero-, llega marchita a esta cita", afirma Marcelo Contreras en su columna sobre el festival que comienza este domingo.


"Flojo el verano" se queja el chofer de una destartalada micro que recorre el borde costero entre Concón y Viña, lo mismo comenta un croupier con décadas en el casino, 30% de turistas menos confirma Sernatur. Los argentinos no llegaron y los dardos apuntan al desastre económico de Macri, pero las autoridades del rubro revelan un dato: el turista nacional tampoco contribuye, apenas visita la Ciudad Jardín los fines de semana.

No hay espectáculos como antaño y los restaurantes cobran como si se tratara de la riviera mediterránea en medio de un decorado urbano tercermundista, con ciclovías entrecortadas y veredas maltrechas. El popular balneario de Caleta Abarca que hasta hace dos años cobijaba los programas satélites del Festival, claves para inyectar ambiente festivalero en la ciudad -hoy ausentes-, está sucio y maloliente seguido por las viejas baldosas y las barandas carcomidas por el óxido del tradicional paseo de la avenida Marina.

La alcaldía de Virginia Reginato gana titulares por un déficit brutal de más de 17 mil millones de pesos y su popularidad sigue la trayectoria de un kamikaze buscando un portaaviones yanki tras ser regalona de la prensa largo tiempo. La tía Coty que antes se paseaba por cuanto programa podía evitó la alfombra roja en la gala del viernes y si asiste esta noche a la Quinta Vergara se expone a una pifiadera monumental, una lápida en vivo y en directo de pretender la reelección.

Este escenario trajinado y empobrecido del balneario más famoso de Chile acoge una fecha simbólica, los 60 años de un evento de humildes orígenes convertido en un titán de la cultura pop latina, verdadero dinosaurio de los espectáculos en vivo y una especie única que pretende la diversión total de públicos transversales mediante la música y el humor, vitrina espectacular para cualquier artista en español con ansias de estrellato total y un sitio para confirmar el estatus en el caso de los consagrados.

La asociación entre C13 y TVN, más el trabajo de la productora T4F + Bizarro encargada del fichaje de artistas, exhibió retrasos en una parrilla revelada con inusitada lentitud para el historial de Viña, sin contar que el martes en el Movistar Arena quedó en evidencia que las aprehensiones con Luis Miguel fueron exageradas y así el festival se quedó sin el máximo astro de la canción latina de todos los tiempos.

Es cierto que Backstreet Boys llega con el efímero título del número uno del Billboard -un "rajazo" como reconoció a este diario el director ejecutivo de C13 Javier Urrutia- pero ese dato no aporta mucho al público, arriban con pegatina del recuerdo y es muy probable que visiten poco y nada del nuevo lanzamiento.

En los seis días de certamen sólo el último representa figuras internacionales del momento y en plena ebullición -Bad Bunny y Becky G-, modelos perfectos de la mecánica reinante en el pop concentrada en los singles y distante de los álbumes, curiosamente muy parecida a las estrategias discográficas y promocionales que dominaban a la industria musical cuando el Festival se iniciaba hace 60 años en medio del bosque de la taciturna Quinta Vergara.

El resto de la parrilla es correcta a lo sumo y no refleja las expectativas de un evento parte de nuestra cultura popular en un aniversario significativo. No está en cuestión la calidad ni la trayectoria de Raphael, Marco Antonio Solís o Marc Anthony pero sus incontables visitas forman parte de una nebulosa. Falta la espectacularidad, la sorpresa y el glamour que merece una fecha especial y nombres como David Bisbal o Yuri no contribuyen en esa línea, tampoco que la televisión abierta golpeada por una prolongada crisis no se tome los rincones característicos de la ciudad en programas pendientes de la más tradicional de las fiestas del verano chileno, todavía la más relevante de todas.

Viña del Mar, urbe histórica de realidades disociadas -la pobreza de sus cerros en contraste con las ambiciones internacionales de su borde costero-, llega marchita a esta cita. El encanto turístico, la razón de su ser, ha sido descuidado y repercute en su economía local. El festival de Viña tenía que tirar la casa por la ventana este 2019 y apenas cumple, como si 60 años no fueran gran cosa olvidando que su fama fuera de las fronteras es merecida y consolidada. Es una señal de alerta. Abundan en la historia balnearios decadentes incapaces de remontar la ola.

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