Cariño, reproches y combos en la Patagonia chilena

El hombre del futuro, ópera prima de Felipe Ríos Fuentes, es una película inusual en el cine chileno. Entre Cochrane y Villa O'Higgins se despliega este drama sobre un camionero (José Soza) y su hija boxeadora (Antonia Giesen).


Aunque el ejercicio dependa más de la intuición que de la estadística, una mirada somera a la filmografía chilena del siglo XXI puede llevar a un par de conclusiones: primero, que pese a lo aportado por Matías Bize, Rodrigo Sepúlveda, Edgardo Viereck y otros, dramas y melodramas no abundan en la realización local, tenga o no que ver esto con el "temor a la emoción" que denunciaba hace una década Orlando Lübbert; segundo, que si se compara con un vecino como Argentina, la vocación por estos géneros, y por el cine de género en un sentido amplio, se da menos por estos lados. Y con menos éxito.

Todo esto tiene que ver con El hombre del futuro (Chile/Argentina, 2019), que integró la competencia internacional de Sanfic y está en la cartelera local. El primer largometraje de Felipe Ríos Fuentes es un drama, cuando no un dramón, inmerso en los verdes australes de la Patagonia aysenina. Cuenta dos historias que, en plan clásico, corren por vías paralelas hasta converger, necesaria e inevitablemente.

A quien vemos en el arranque, con su perfil aguileño y su voz cavernosa, es a Michelsen (José Soza), un camionero que anda por los 70 años con una salud que pinta mal, y a quien acaban de jubilar informándole que su próximo viaje, con ovejas a Villa O'Higgins, será el último. La contraparte de este "Cristóbal Colón de la carretera", como lo llaman, es su hija Elena (Antonia Giesen), una colegiala que vive en Cochrane y que dejó de verlo siendo pequeña. Su mayor afición es el boxeo, aunque le falta curtirse. Y por eso, porque le falta, no va a ir al norte a pelear, sino más al sur, a Caleta Tortel.

Precisamente porque los géneros pautean nuestras expectativas es que, desde antes de ver la película –o al momento de ver el trailer -, sabemos de este encuentro y nos dirigimos hacia allá. Lo que está por vivirse es la experiencia del viaje, así como las culpas y los reproches que se pondrán sobre la mesa.

"El hombre del futuro es una película que no le teme a las emociones; al contrario, las enaltece", comenta Giancarlo Nasi, productor del filme, a propósito de un factor definitorio de la recepción que le brindaron en el festival checo de Karlovy Vary, donde Giesen fue premiada como "artista revelación".

Nasi, productor también de Jesús y Marilyn, plantea que en la diversidad está la fuerza del cine chileno, "y eso es algo que el cine argentino entiende muy bien y que le ha permitido tener un mercado interno mucho más fuerte y cinéfilo que el nuestro". En último término, "el melodrama también es arte y puede ser la base de películas tremendamente autorales".

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José Soza y Antonia Giesen en El hombre del futuro.[/caption]

Unir las piezas

El hombre del futuro, según relata su director, es una película cuyo proceso tomó cuatro años: "Comenzó con uno de mis primeros viajes a la región de Aysén. Ahí me maravillé con los ambientes, los espacios naturales, los oficios, muchos de ellos en extinción. Pero, por sobre todo, con sus personajes y esa suerte de incapacidad que tienen para demostrar sus emociones".

Todo empezó a cobrar sentido, agrega este egresado de la Escuela de Cine de Chile, en la perspectiva de "desarrollar un trabajo muy personal en el que me conecté con mis propios recuerdos de infancia y empecé a explorar mi biografía". Vino luego la escritura, donde colaboró con el guionista y director argentino Alejandro Fadel (Los salvajes).

Aquella colaboración fue el arranque de un trabajo binacional que no era evidente en un principio, como deja ver el propio director: "El proyecto fue creciendo y en un momento tuvo sentido coproducir, ya que uno de los personajes del guión es una mochilera argentina. Ahí apareció inmediatamente el rostro de María Alché [protagonista de La niña santa, de Lucrecia Martel, además de directora]. El proceso fue largo y tuvimos muchos inconvenientes".

Giancarlo Nasi no podría estar más de acuerdo con esto último. Para ilustrar, refiere un viaje "épico" desde el Parque Nacional Queulat y Coyhaique hasta Villa O'Higgins. "Recorrimos más de mil kilómetros con un tremendo equipo humano, con camiones, luces, fierros", cuenta. "Pasamos por momentos de peligro, por muchas aventuras, y al mismo tiempo descubríamos los lugares más hermosos y a las personas más cálidas. No fue fácil, fue arriesgado, quizás una idea loca, pero valió la pena".

En todo este camino, hubo que aguzar el oído para traducir el habla y la experiencia locales a una propuesta creíble y –deseablemente- entrañable. También, combinar intérpretes de oficio (como Soza, Amparo Noguera y Roberto Farías, que encarna a otro camionero, el "Cuatro Dedos") con una debutante como Antonia Giesen, a quien se verá también este año en Ema, la nueva película de Pablo Larraín.

Dice el realizador que, pese a sus estudios e investigaciones, dirigir actores siempre fue un misterio para él. Por eso, y porque no logró dar con una metodología clara, decidió "hacer un trabajo más intuitivo y con mucha conversación previa. Quería entender las historias de vida de los actores principales e integrarlas en el guión. Conversamos mucho sobre temas que no tenían que ver con la película, y eso nos permitió acercarnos, tener confianza e ir uniendo las piezas".

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