Manuel Baquedano: perfil de un general de la "zona cero"

Manuel Baquedano por Pedro Subercaseaux.
Manuel Baquedano por Pedro Subercaseaux.

El general se ubica en un punto neurálgico de la capital que no lo era en 1928, cuando inauguraron su estatua y rebautizaron la Plaza Italia como Plaza Baquedano. Hoy en la "zona cero", la obra en bronce del escultor Virginio Arias es parte de un conjunto que incluye la Tumba del Soldado Desconocido, y de ahí no se moverá, según determinó el pasado miércoles el Consejo de Monumentos.


Fuera de saber su apellido y que es un general, no se diría que quienes llevan semanas pintarrajeando o intentando derribar la estatua ecuestre de Manuel Baquedano tengan algo especialmente en contra suyo. O que aparezca siquiera en sus radares, como quizá lo hacen Valdivia o Portales (o Alexis Sánchez). Finalmente, no es mucho lo que la cultura popular y la historiografía "civil" le han dedicado al general que en 1880 se puso al mando del Ejército chileno en la Guerra del Pacífico (1879-1884). Y por si justificaciones faltaran para encontrar que su figura desentona en la "Plaza de la Dignidad", este último podría ser un dato pertinente en los días que corren.

El general se ubica en un punto neurálgico de la capital que no lo era en 1928, cuando inauguraron su estatua y rebautizaron la Plaza Italia como Plaza Baquedano. Hoy, en la llamada "zona cero", la obra en bronce del escultor Virginio Arias es parte de un conjunto que incluye la Tumba del Soldado Desconocido, y de ahí no se moverá, según determinó el pasado miércoles el Consejo de Monumentos. Lo que hoy se mueve un poco es cierta controversia en torno a su historia y a su memoria. Nada que pase seguido con un personaje que no es de inflamar pasiones ni de alimentar odios muy paridos.

Días atrás, un exdirector y un miembro del actual directorio de la Academia de Historia Militar -Marcos López y Rafael González- formaron un grupo para difundir la importancia de Manuel Baquedano González (1823-1897). En tanto, historiadores como Patricio Ibarra ("pertenece con toda propiedad a la galería de personajes relevantes que hicieron un aporte macizo a la formación de la República"), Cristián Guerrero Lira ("no fue el único general de la Guerra del Pacífico, pero es el más recordado, no solo por ser el superior") y Soledad Reyes ("es el gran héroe de la Guerra del Pacífico") rescatan tal o cual aspecto de su figura. Eso, sin mencionar la aparición en 2017 de un libro copiosamente documentado del antedicho González (Baquedano. Controversias sobre un general invicto), que lo escuda frente a los reproches y desprecios que le han dispensado, en su tiempo y tras su muerte.

Entre sumas y restas, la impresión general del personaje es más bien ninguneadora y puede rastrearse bastante atrás, considerando sus seis décadas al servicio del Ejército. Por lo pronto, fue objeto de mofa en las caricaturas de prensa en plena Guerra del Pacífico, aunque la estocada más hiriente y perdurable la propinó Francisco Encina en su Historia de Chile (1940-1952): "Tartamudo y de una extraña pobreza de ideas, hacía el efecto de un ser elemental". Si bien es de justicia decir que Encina tuvo conflicto de interés -era sobrino de José Francisco Vergara, ministro de Guerra en campaña con quien Baquedano tuvo serios conflictos-, el daño ya se hizo. Ya en el siglo XXI, Baquedano sigue siendo figura de bajo voltaje, pero no ha faltado quien lo problematice. O lo cuestione. Tampoco quien lo defienda.

Civiles y militares

Las discrepancias en torno suyo parten con su propia fecha de nacimiento, que Rafael González fija el primer día del año 1823, dejando sin embargo constancia de que Vicuña Mackenna y otros la datan en 1826. Hijo de Fernando Baquedano y Rodríguez, y de Teresa González de Labra y Ros, su padre integró las fuerzas derrotadas en el desastre de Rancagua y, más tarde, del Ejército de Los Andes, que cruzó la cordillera en 1817 y venció a los realistas en Chacabuco.

Estudiante del Instituto Nacional, donde conoció o fue compañero de futuros miembros de la clase política, participó a los 15 años en su primera guerra: para la segunda expedición del Ejército chileno contra la Confederación Perú-Boliviana, Fernando Baquedano, comandante del Regimiento Cazadores a Caballo, abordó el buque Hermosa Chilena rumbo a Perú. Manuel lo siguió discretamente, siendo descubierto al cuarto día y ganándose una severa reprimenda. El quinceañero habría dicho entonces: "Padre, hágame fusilar, pero no me obligue a abandonar la expedición". No pasó ninguna de las dos cosas, e incluso Manuel se habría apoderado de un caballo de recambio y entrado en combate en la Batalla de Portada de Guías, el 23 de agosto de 1838, usando un yatagán como sable.

Cinco días más tarde, fue integrado al señalado regimiento en calidad de alférez. Exactos siete meses después, era teniente, tras haber tomado parte en la Batalla de Yungay. Lo promovieron a capitán en 1850, poco antes de que probara lo que acostumbró probar en su vida: su lealtad al poder político constituido. Así ocurrió para el conato revolucionario del 20 de abril de 1851, en Santiago, y ese mismo año en el sur, para el ataque de Monte de Urra (29 de noviembre) y la Batalla de Loncomilla (8 de diciembre), donde fue ayudante del general en jefe, Manuel Bulnes, quien acababa de entregar la Presidencia de la República. A esto hay que agregar su rol en la guerra civil de 1859 y en la Campaña de Arauco, en 1869 (lo que entonces llamaron la "Pacificación de la Araucanía").

"La figura de Baquedano se apegó en general a la norma constitucional de obediencia y no deliberación", explica el historiador Gabriel Cid. "En los conflictos civiles siempre estuvo del lado del gobierno, lo que incluso lo llevó en 1851 a combatir contra su padre. Ese conflicto fue el canto del cisne para el modelo del militar político decimonónico: de ahí en más, la carrera militar tendió a profesionalizarse y a desligarse de la vida política".

Según plantea Rafael González, en marzo de 1880, cuando un Erasmo Escala "peleado" con el gobierno deja el cargo de general en jefe del Ejército de Operaciones del Norte, se instala allí a Baquedano porque se estimaba "fácil de controlar" por parte del mundo político: "Muchos pensaban que no tenía la capacidad ni la personalidad suficientes, por lo que sería fácil de manejar para los directores civiles de la guerra".

Su idea era tomar la ofensiva y derrotar al enemigo donde este se encontrara, por lo que se vio contrariado cuando el gobierno aceptó unas conversaciones de paz auspiciadas por EE.UU. Pero, en cuanto pudo, organizó la invasión de Lima (1881), que muchos vieron erróneamente como el inicio del fin de la guerra. Tanto así, que la popularidad de Baquedano le ganó el mote de "héroe" y lo alzó el mismo año como candidato a la Presidencia en el bando de los conservadores. La apuesta de estos últimos, observa Cid, fue "movilizar una figura popular, en su mejor momento". Sin embargo, "no consideraron las resistencias del mismo Baquedano, quien quiso pasar a la historia como lo que siempre había sido: un militar" (cabe agregar, eso sí, que el mismo 1881 se convirtió en senador y consejero de Estado).

Esta resistencia a la politización, prosigue el académico de la UDP, es clave para entender por qué asomó como figura de consenso en el vacío de poder que originó en agosto de 1891 la derrota de Balmaceda, quien no lo nombró Presidente provisional, cargó que solo ejerció durante tres días: se le veía como "una figura heroica no identificada con alguna agrupación política, más allá de su sensibilidad conservadora". Con todo, "sobredimensionó la fuerza que tendría su prestigio militar en contener los desmanes y saqueos que siguieron a la ocupación de la capital por las fuerzas congresistas, creyendo que su sola presencia bastaría para apaciguar los ánimos. Fue un error político de proporciones".

Otro error, cuando no descriterio, es el que a juicio de William Sater cometió al afrontar los combates de la Guerra del Pacífico. En 2007, el historiador estadounidense publicó Andean tragedy (traducido en 2016 como Tragedia andina. La lucha en la Guerra del Pacífico, 1879-1884), donde afirma que Baquedano desestimó las posibilidades que ofrecía la guerra moderna de maniobras, favorecida por el mencionado ministro Vergara, donde la artillería tenía poco impacto frente a la infantería atrincherada, reduciéndose así el número de bajas evitables.

Baquedano "prefería el ataque frontal más simple, si no el más simplista", escribe Sater. "Consciente de las muchas bajas que causaría esta decisión, creía que sus soldados triunfarían de todos modos, simplemente porque eran chilenos". De ahí que lo considere "invariablemente generoso con la sangre ajena". A juicio de Sater, quien lo ha llamado "carnicero", Baquedano no demostró valentía personal frente al enemigo, pues dio órdenes, pero no combatió en el frente. No obstante ello, "debemos aceptar que comandó a un ejército victorioso y que ayudó crear un Chile más grande y más rico".

¿Es Baquedano un héroe, finalmente? Y si lo es, ¿de qué calado? Todo depende de la idea que tengamos acerca de un término esencial en el siglo XIX, cuando la historia era un pegamento de la nacionalidad que no temía echar mano a las visiones míticas, y que hoy es visto con cierta ironía, asociado más bien al fútbol, a las películas de Marvel e incluso a un fallecido perro negro de pañuelo rojo.

"Baquedano dista de ser el gran héroe de la Guerra del Pacífico. El que descuella, por lejos, es Arturo Prat", constata Gabriel Cid. "Pero esto no tiene que ver con cualidades personales o con restarle méritos a sus acciones militares, sino con cómo la sociedad dispensa el mérito cívico". El problema de Baquedano, añade el historiador, es que la construcción de su figura heroica se inserta en un momento de cambio en los criterios de acceso al panteón nacional: un escenario donde prevalece el modelo del "héroe mártir" antes que el del "héroe victorioso", predominante en la Guerra contra la Confederación (Bulnes, Candelaria Pérez, Juan Colipí): "La Guerra del Pacífico y la movilización de masas que supuso, reivindicaron el valor cardinal del nacionalismo, que es la disposición a morir en nombre de la patria. De ahí la predilección por los caídos en combate".

No era, entonces, el mejor momento para este hombre sin demasiadas luces, más de acciones que de palabras. Tampoco lo es hoy para este "caballero de sobriedad espartana", como lo llamó Enrique Bunster, zamarreada como se ha visto su estatua.

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Imagen histórica del monumento a Manuel Baquedano. Colección Biblioteca Nacional de Chile.[/caption]

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