Columna de Héctor Soto: Poco antes de Hitler

El ángel azul, basada en una novela de Heinrich Mann, entregó municiones a quienes pensaban que Alemania se estaba yendo al precipicio, no solo en términos económicos y políticos sino también morales.


El ángel azul se estrenó en 1930, cuando Alemania estaba punto de estallar. La República de Weimar había logrado sobrevivir apenas a la pesada carga de las reparaciones de guerra impuestas por Versalles y a la devastadora inflación de 1923, cuando un dólar llegó a costar arriba de cuatro billones de marcos. La nación estaba además haciendo lo imposible por superar la Gran Depresión, cosa que nunca lograría y que terminaría explicando el ascenso de Hitler. De una u otra manera, era una nación en la que todo se estaba viniendo abajo y esta película fue el golpe de gracia a la ética de la vieja Alemania imperial. Su protagonista, un viejo profesor de una ciudad de provincia, sobreviviente del derrumbe de la clase media, ejerce un magisterio autocrático en sus clases. Aunque es pobre y temido, goza de gran reconocimiento social. Fiel a una recia tradición pedagógica germana, siente que los alumnos son sus enemigos y que su función consiste en doblegarlos a punta de humillaciones y castigos. Pronto descubre que los estudiantes se escapan a un cabaret de arrabales y de mala muerte donde se entregan a la disipación viendo a Lola-Lola, figura de gran magnetismo erótico, insuperable en el manejo del desdén, que dice estar hecha solo para el amor, que es algo andrógina, algo sado, un poco distorsionada y que enardece a las audiencias. El profesor la va a encarar para que deje tranquilos a los jóvenes. Pero, lejos de convencerla, sucumbirá a su encanto. Comete el error de enamorarse, de casarse, de volverse patético. Pierde gradualmente su dignidad, su trabajo, su posición social. Terminará haciendo de payaso en el show de su mujer.

Fue desde luego una película muy importante. Corrió las fronteras del erotismo y reivindicó con lascivia los muslos de Lola-Lola. Instaló a Marlene Dietrich en el Olimpo. Determinó el triunfo de su dupla con el director Josef von Sternberg, que se mantendría por otros seis títulos en una relación cada vez más perversa, donde nunca se pudo establecer bien si era él el dominante o el sometido.

El ángel azul, basada en una novela de Heinrich Mann, entregó municiones a quienes pensaban que Alemania se estaba yendo al precipicio, no solo en términos económicos y políticos sino también morales. De hecho el proyecto de Hitler consistió en recuperar el orgullo del viejo imperio y restituir los valores de la antigua moralidad. Fuera Lola-Lola, que vuelva Wagner. La cinta fue parte de lo que el Tercer Reich quiso borrar.

Si tiene algún sentido recordar los 90 años de El ángel azul es porque se estrenó en un contexto de profunda crisis política (revueltas, sublevaciones, paros, violentos enfrentamientos entre adversarios y con la policía) y de fuerte crisis económica. Hoy más que nunca, no hay sociedad que esté libre de esas contingencias. El año 30 el desempleo en Alemania estaba creciendo y se dispararía, antes de Hitler, al 42%. Fue tal vez casualidad que su estreno coincidiera con el de Sin novedad en el frente, drama antibélico producido por Hollywood que cuenta la historia de un grupo de amigos que pierde la vida yendo a la guerra (el último muere en la fase final de la contienda, cuando el parte bélico del día indica que no hay novedad en el frente). Goebbel, el futuro ministro de propaganda del régimen nazi, se indignó. La cinta planteaba que esas muertes habían sido inútiles. Para los nazis, sin embargo, no tenían nada de anodinas porque era la sangre que precisamente querían vengar.

Bajo la caparazón de una historia que trasunta erotismo, cambios en las costumbres y degradación personal, El ángel azul habla sobre todo de una Alemania que pronto iba a estar en llamas. Exageran tal vez los historiadores del cine que creen que el incendio partió por aquí. Pero indudablemente sus imágenes elevaron la combustión.

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