Diario de ruta: de gira con Red Hot Chili Peppers (y Nirvana, Pearl Jam y los Smashing Pumpkins)

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Red Hot Chili Peppers.

A comienzos de los 90, Red Hot Chili Peppers abrió la década con Blood sugar sex magik, el disco que los pondría en la cresta de la ola. Allí los californianos serían testigos privilegiados de una era clave para el rock alternativo, desde una gira que surfearon acompañados de los entonces incipientes Pearl Jam, The Smashing Pumpkins y unos mejor posicionados Nirvana.


Según cuenta Anthony Kiedis en sus memorias Scar Tissue (Capitán Swing, 2016), el éxito acabó con la desagradable salida de John Frusciante y legó una serie de historias de desencuentros, choques de egos, divorcios, sobredosis y paranoia, entre cameos de Kurt Cobain, Courtney Love, Billy Corgan, Eddie Vedder, Flea, Chad Smith, Dave Grohl, Madonna, Perry Farrell, un error llamado Saturday Night Live, chicas hawaianas, William Burroughs y un largo listado de personajes.

Los esforzados y los raros

La gira del Blood sugar sex magik (Warner, 1991) parecía augurar un cambio de guardia en lo musical. Definitivamente, por entonces existía la sensación de que la mentalidad musical de los ochenta estaba muriendo. Grupos cursis de pop-metal como Warrant, Poison o Skid Row estaban acabados; series familiares cursis como El show de Bill Cosby iban camino del fin. Se respiraba algo nuevo en el aire. Recuerdo pillar una cinta del álbum nuevo de un grupo llamado Nirvana y estar conduciendo por el Valle en mi Camaro con la capota bajada, maravillado con el universo del que habían salido estos tipos, con esas canciones tan ajenas a este mundo. Mientras nos preparábamos para la gira, una noche vi un video en la MTV de otro grupo, los Smashing Pumpkins. La canción era de Gish (Caroline, 1991), un disco realmente precioso, con una textura y una energía distintas a las de la basura usual de la MTV. Así pues, llamé a Lindy (Goetz, mánager de Red Hot Chili Peppers) y le dije que nos lleváramos a los Pumpkins a la gira.

En esas, Jack Irons (baterista fundador de Red Hot Chili Peppers) nos llamó salido de la nada mientras estábamos en la oficina de Lindy, poniendo cintas de grupos para decidir quién más nos acompañaría en la gira. Jack nos pidió que, como un favor, escuchásemos una cinta de un grupo nuevo, porque el cantante, Eddie Vedder, era amigo suyo. Jack lo había conocido cuando Eddie estaba en un grupo que hacía versiones de los Chili Peppers, imitándome, básicamente. Parecía que Eddie había trabajado además para nosotros como técnico cuando tocamos en la zona de San Diego. El nuevo grupo de Eddie se llamaba Pearl Jam. Escuchamos la cinta y no era muy de nuestro rollo, por entonces, éramos unos esnobs de la música. De todos modos, los tipos sonaban auténticos y verdaderos, y nos alegraba poder echarle un cable a Jack, así que contratamos a Pearl Jam de teloneros.

Empezamos la gira en el Oscar Mayer Theatre de Madison, en Wisconsin. Pearl Jam abrió el concierto, y cuando al final de la actuación tocaron su primer single, "Alive", me di cuenta de que Vedder tenía una voz increíble y de que en las manos de ese grupo había un auténtico exitazo del pop.

En el backstage nos hicimos amigos de los Smashing Pumpkins, y resultó que eran mucho más raros de lo que pudiéramos haber imaginado. Conocí a D'Arcy, la bajista del grupo, y me pareció linda en su rollo gótico raro. James, el guitarrista, era supertímido y delicado, y Billy Corgan, el líder del grupo, era jovial y accesible. Pero después de tocar, D'Arcy se puso tibia de vodka y gas de la risa. Estaba ciega como un piojo. Si aquella era la manera que tenía de empezar una gira, bastaba imaginar cómo estaría al terminarla. Por fin nos llegó el turno de salir y tocamos un montón de canciones del Blood sugar sex magik. Probamos a tocar "Breaking the girl" y se nos vino abajo, pero el resto del concierto fue bien.

Conforme avanzaba la gira, estrechamos lazos con los dos grupos teloneros. La mayoría de la gente dirá que Billy Corgan es el ser humano más complicado e infeliz del mundo, pero mi experiencia con él fue por completo distinta. Me pareció muy inteligente y sensible, con un marcado sentido de la ironía. Su dirección de correo electrónica solía ser algo tipo "nube_negra@bla, bla, bla". Tenía además un talento notable como jugador de básquetbol. Estábamos tocando en el backstage durante una prueba de sonido para el concierto del Shriner's Club, en Milwaukee, y mi lectura inmediata mirando a Billy fue "alto, desgarbado, musical, intelectual friki", nada de "jugador". Pero nos pusimos a tirar, Billy aceleró y empezó a colar tiros exteriores.

Durante esa gira hicimos varias salidas multigrupales, para ir al cine por ejemplo, y Billy me pareció siempre una persona muy comprensiva, nada competitiva ni extrañamente celosa. No obstante, no había duda de que era el jefe de los Smashing Pumpkins, y el resto del grupo estaba bastante en la palma de su mano. D'Arcy era muy dulce, aunque parecía estar siempre al borde del desastre. James no tenía tanta pinta de cable suelto como D'Arcy, pero el baterista, Jimmy Chamberlain, era un monstruo. Gracias a Dios, durante aquella gira yo estaba sobrio, porque de no haber sido así, habría tenido a Chamberlain como compañero de correrías y habríamos acabado muertos. Bebía y consumía y se enjuergaba como un puto gorila con un corazón enorme. Recuerdo salir por clubes después de los conciertos, sobre todo en Nueva York, y ver a Chamberlain en la barra con una gabardina, disfrutando de la felicidad de su éxito en el grupo, girando por el mundo por primera vez y bebiendo con los bolsillos llenos de esto y de aquello y algunas chicas cerca. Era un auténtico polaco de Chicago, con mucho talento musical y ninguna norma. Ahora le va muy bien, aunque tuvo sus escapadas al lado oscuro.

Con Eddie, Jeff Ament y Stone Gossard de Pearl Jam también pasábamos algunos ratos. Stone era muy cool, un tipo distante y tímido. Eddie y yo nos hicimos amigos en igualdad de condiciones, nunca hubo ningún tipo de idolatría empalagosa en plan: "Oh, llevo tanto tiempo siguiéndote…". Estuvimos en el mismo terreno de fuego desde el día uno y el ego no interfirió en nuestra amistad.

Para cuando llegamos a Boston, Pearl Jam venía provocando un jaleo, un entusiasmo y una atención fantásticos. Por lo general, un concierto en un estadio pequeño está vacío cuando sale el primer grupo, pero nuestro público llenaba para ver a Pearl Jam, y eso era emocionante. En aquel momento de su vida a Eddie le hacía muy feliz tocar, y era una persona humilde y encantadora que se esforzaba por hacerse amigo de todo el mundo. A mi madre se le acercó y le dijo lo genial que era su hijo, y estrechó lazos con Blackie (el padre de Kiedis).

Una piedra en el zapato llamada John Frusciante

Nuestro disco empezó a despegar. Por primera vez estábamos consiguiendo salir mucho en la radio y tener una rotación regular en MTV. Así pues, tanto Pearl Jam como nosotros íbamos al mismo tiempo camino al estrellato de una nueva estratósfera. Todo eso estaba acabando con John (Frusciante). Empezó a perder todas las facetas divertidas, despreocupadas y maníacas de su personalidad. Incluso en el escenario estaba rodeado por una energía mucho más seria. Resultaba desconcertante ver de qué manera tan taciturna estaba empezando a afrontar eso de ser artista. Lo que yo no supe hasta más tarde fue que, por entonces, John no tenía muy claro si seguir en el grupo.

En su diálogo interior, John se imaginaba que dejar el grupo justo después de acabar un álbum de éxito lo dejaría en un lugar misterioso en el que tendría la oportunidad de hacer otros proyectos y no formar parte de la maquinaria de fabricación de estrellas. John sentía que esa gira iba a minar la increíble creatividad que estaba experimentando. Por supuesto, nosotros no sabíamos nada al respecto, porque John se estaba apartando rápidamente del resto del grupo. Se trajo a Toni (Oswald, su novia) con él a la gira y se pasaban el tiempo arropándose el uno al otro.

La Warner estaba entusiasmada con la reacción inicial del álbum, y de inmediato empezaron a debatir sobre el lanzamiento de un segundo single y video. Nos encontrábamos casi en la mitad de la gira por Estados Unidos, tocando en el Medio Oeste, cuando una gente de la compañía discográfica apareció en el concierto para comentar la posibilidad de lanzar "Under the bridge" como siguiente single. Para mí, como vocalista, era una canción impredecible; algunas veces lograba sacarla adelante y otras no podía interpretarla como canción. Aquella noche había muchísima gente en el público, y cuando llegó el momento de "Under the bridge", John empezó con los acordes iniciales, pero perdí el pie para entrar. De repente, todo el público empezó a cantar la canción en el punto en el que se suponía que tenía que haber entrado yo. Al principio, me mortificó por haberla jodido delante de la gente de la Warner, que estaban allí para oírme cantar ese tema, pero resultó que se quedaron más impresionados con el público cantándola de lo que lo habrían estado si hubiese cantado yo. Me disculpé por haberla cagado, y me respondieron: "¿Cagado? ¿Estás loco? Si todo el mundo canta una canción en un concierto, ese tiene que ser el siguiente single".

En nuestro recién estrenado éxito vi una bendición monumental. No pensaba que fuésemos mejores que antes, se trataba más bien de que, siendo los mismos tipos, estábamos cantando para muchos más oídos y muchos más ojos y muchos más corazones. Consideraba que debíamos respetar ese don, ese increíble golpe de buena fortuna. No nos vendimos, no cambiamos aquello en lo que creíamos para llegar a más gente, simplemente salió así. John, sin embargo, veía nuestra reciente popularidad como algo malo y solíamos tener discusiones intensas al respecto en el backstage.

-Somos demasiado conocidos. No necesito estar en este nivel de éxito. Me sentiría orgulloso de tocar esta música en clubes como lo hacían ustedes hace dos años —decía John.

-Que estos chicos vengan a vernos no es malo. Mierda, vamos a salir ahí por ellos. No tenemos que odiarnos y cabrearnos con esa gente porque las cosas hayan ocurrido así —le rebatía.

Se le cruzaban los cables del todo, se largaba a esconderse y se ponía de morros, sin hacer lo que yo quería que hiciera, aunque por mi parte era un gran error pretender que todo el mundo reaccionara a aquella nueva situación de la misma manera que yo. John se había hecho su idea de lo que era creíble y lo que estaba increíble, y tocar para un estadio lleno de chicos dejó de ser increíble para él. Habría preferido estar escuchando a Captain Beefheart y pintando. Por entonces, John leía mucho a William Burroughs, y en su opinión, sacada de Burroughs, todo verdadero artista está en guerra con el mundo.

Irónicamente, cuanto más desprecio desarrolló hacia nuestro éxito, más populares nos fuimos haciendo. Cuantos más berrinches hacía, más discos vendíamos; cuanto más desencantado estaba con el número de gente que cruzaba la puerta, más gente cruzaba la puerta. Para mí, haber creado algo especial, y haberlo expuesto al mundo, era la cosa más hermosa, y el mundo estaba reaccionado en consecuencia.

Mis problemas con John empezaron a crear unas tensiones enormes en el grupo y a provocar una mayor angustia en Flea. Flea estaba en proceso de romper con su esposa, así que todo ese estrés lo llevó a tener que tomar cosas para dormir, cosas para despertar y cosas para pasar el día. El funcionamiento químico de su cerebro se estaba apolillando con los fármacos recetados por los médicos. Lo que podía haber sido el momento más emocionante de nuestra carrera terminó convirtiéndose en algo muy extraño. John era una presencia oscura e introvertida, Flea estaba bajo influencia de todo tipo de medicamentos y yo era el bicho raro nervioso, pero todavía limpio. Y Chad era Chad.

Mis tensiones con John llegaron a su punto álgido en un concierto que dimos en Nueva Orleans. Habíamos agotado las entradas y John estaba en una esquina, tocando la guitarra a duras penas. Salimos del escenario y John y yo nos enfrascamos.

-John, no me importa lo que pienses ni dónde tengas la cabeza ni dónde preferirías estar, pero cuando llegamos a un concierto y hay tanta gente que ha pagado dinero por vernos, y es gente a la que le importamos y que quiere experimentar estas canciones con nosotros, lo menos que puedes hacer es estar presente y tocar para ellos, carajo —le grité.

-Yo no veo las cosas así. Preferiría estar tocando para diez personas y bla, bla, bla.

La pelea siguió y siguió. Flea nos observaba, pensando: "Oh, no, si es que esto se veía venir: Anthony el Controlador versus John el Odiador, sacando toda la mierda por fin". John y yo pasamos de pelearnos a irnos a un baño y tratar de llegar al fondo de la cuestión para poder entender el uno al otro. Al final, aunque no veíamos la situación con los mismos ojos, sí llegamos a un entendimiento y acordamos estar en desacuerdo y aceptar la distinta percepción de la realidad que tenía el otro.

Cuanto más avanzaba la gira, más público teníamos. Para cuando llegaron las fechas de tocar en la costa oeste, habíamos dado el salto de los teatros a los estadios en toda regla, así que los promotores se dieron cuenta de que necesitábamos a otro grupo más importante que Pearl Jam.

Una motosierra atravesando la noche

El segundo álbum de Nirvana, el Nevermind (DGC, 1991), acababa de dar el petardazo, y a mí me volvía loco, por lo que sugerí que contratáramos a Nirvana para sustituir a Pearl Jam. Eddie y los demás entendieron la situación, así que Lindy llamó a Nirvana, pero sus managers le dijeron que no estaban disponibles. Tomé entonces el teléfono y llamé en persona al baterista de Nirvana, Dave Grohl.

"¡Anthony Kiedis! Guau, nos encanta tu grupo. Crecimos escuchándolos en Seattle", me dijo Dave. Me contó que acababan de volver de una gira enorme y que Kurt Cobain estaba bastante reventado, pero que intentaría hablar con él para tocar en los conciertos de la costa oeste. Y lo hizo. Nirvana se incorporó al cartel, pero entonces Billy Corgan sacó a los Smashing Pumpkins. Aparentemente, había estado saliendo con Courtney Love, la entonces novia de Kurt, por lo que no aceptaba compartir cartel con Nirvana, y mucho menos hacerles de teloneros. Y así fue como Pearl Jam volvió a bordo.

Nuestro primer concierto fue en el L. A. Sports Arena y yo intenté desesperadamente conseguir que John se emocionase, diciéndole que iba a ser toda una experiencia tocar con Nirvana, pero él seguía en plan: "Nirvana, Shirvana, ¿qué mierda importa?". Al final, terminaría descubriendo a Nirvana por sí mismo y convirtiéndose en un devoto del grupo, de los de conciertos y lados B, pero en aquella ocasión le dio exactamente igual; aunque sí se le aguzaron los oídos cuando Nirvana abrió su actuación haciendo una versión de un tema de los Who. Para nosotros, estar de vuelta en casa para dar nuestro mayor concierto eran palabras mayores. Perry Farrell de Jane's Addiction apareció vestido como un apuesto príncipe, un signo para mí de nuestro recién estrenado estatus.

Aquella noche conocí a Kurt Cobain. Antes del concierto, llegué al camarín de Kurt a saludarlo y estaba allí con Courtney. Parecía hecho polvo, como si acabara de salir de una borrachera importante. Llevaba un vestido roto y tenía la piel de mal color y aspecto de llevar unos días sin dormir, pero era una criatura hermosa de una manera diferente. Me quedé entusiasmado con su presencia y su aura. Parecía muy amable. Mantuvimos una buena charla y le agradecí que tocase en esos conciertos, aunque volver a salir de gira no estuviese en absoluto entre sus planes.

Me pasé el rato mirando a Courtney, convencido de conocerla de algo, hasta que se puso a gritarme: "Anthony, ¿no te acuerdas de mí? Te recogía muchas veces cuando hacías autostop por Melrose en la mitad de la noche, cuando Kim Jones y tú estaban enganchados. Yo entonces era bailarina, y te dejé veinte pavos (CL$ 14.300) y nunca me los devolviste". Llegó la hora de la actuación de Nirvana y Kurt se arrastró para ponerse de pie y salir del camerino, pero ese tipo con pintas de estar tocado por la muerte salió al escenario y reventó al público entero, con el mejor espectáculo que cualquiera hubiese querido ver. Su energía cruda, su musicalidad, su selección de canciones: aquel grupo era como una motosierra atravesando la noche.

Por nuestra parte, nos habíamos guardado un par de trucos para el público de nuestra ciudad natal. El concierto lo abrimos con el bajo estruendoso de Flea, pero él no estaba en el escenario, sino enganchado a un arnés especial que lo bajó desde el techo del estadio, bocabajo, mientras tocaba. John andaba en su onda. No sé si en secreto le aterrorizaba la idea de salir ahí y tener esa responsabilidad, o si simplemente había un flujo de energía demasiado grandes para que le resultara cómodo enfrentarse a él, pero se le notaba muy malhumorado y distante. Tocó bien, aunque no hubo mucha interconexión entre nosotros. Hacia el final, nos colocamos los calcetines, cosa que veníamos haciendo cada vez con menos frecuencia.

Viajar dejó de ser entretenido

El siguiente concierto fue en Del Mar, una ciudad al norte de San Diego. Tocamos en un espacio gigante tipo hangar, y de nuevo Nirvana salió y destrozó a la gente con su repertorio y los chicos se volvieron locos. El sitio estaba tan lleno para cuando salimos al escenario que el vapor emanado del público formaba una nube discernible. Esa noche tocamos mejor. Había menos presión, por un lado, y John se sentía algo más dispuesto a darlo todo. Quizá Nirvana lo estuviese motivando. Aquella noche fue el principio de mi batalla actual con el zumbido de oídos. Chad y yo salimos del escenario, nos abrazamos en el backstage y nos dimos cuenta de que nos pitaban los oídos perceptiblemente. Terminé la gira con un daño de oídos permanente, algo que, por desgracia, es una de las cosas más complicadas de curar.

Nuestra siguiente actuación fue en San Francisco, en el Cow Palace, para una fiesta gorda por Año Nuevo. Nos alojamos en el Phoenix Hotel, un motel con pretensiones en un barrio ruin. Después del concierto, celebré el Año Nuevo sentándome junto a la piscina con Kurt y Courtney. Estuvimos allí sobre una hora bajo las estrellas, hablando y teniendo un rato de intimidad, sin más. Nunca antes había visto a Kurt más relajado, ni más sobrio probablemente.

Para cuando llegamos a Salem, en Oregón, me había dañado las cuerdas vocales. Las tenía como dos salchichas gordas aplastadas la una contra la otra y no era capaz de emitir ni un sonido, así que tuvimos que cambiar las últimas fechas de la gira por la costa oeste. Después de un breve descanso, llegó el momento de hacer gira por Europa. John no solo seguía distanciándose de la alegría de estar en el grupo, sino que había empezado a perder la batalla del bienestar psíquico. Atravesó un período en el que estuvo convencido de que alguien —el conductor, el botones del hotel, quien fuera— trataba de matarlo todos los días. Estoy bastante seguro de que lo creía de verdad, así que debíamos batallar constantemente para convencerlo de que nadie estaba intentado matarlo. "Bueno, no sé. He visto al conductor hablando con alguien en la calle, y creo que esa persona está vinculada con la gente que me quiere muerto". Diría que John estaba experimentando la vieja paranoia marihuanera llevada al extremo. Fumaba montones de hierba y bebía litros de vino, por no querer estar en esa gira, pero verse allí metido.

Viajar dejó de ser entretenido. Ya no subíamos al autobús y cantábamos y escuchábamos música juntos, ni hablábamos sobre lo que había pasado ese día ni teníamos pequeñas competiciones. El autobús se convirtió en un lugar oscuro y nada acogedor, porque nos habíamos dividido en secciones. John había roto nuestra norma no escrita de no llevar a mujeres ni a novias cuando salíamos a la carretera. No nos entusiasmaba tener a Toni en la gira, porque eso le permitía a John aislarse más en sí mismo. Mucha gente comparaba su relación con la de John y Yoko, pero las cosas no eran exactamente así. A Toni nunca se le ocurría hablar en nombre de John; estaba allí para consentirlo y apoyarlo en sus decisiones. Incluso ante los momentos de tensión, Toni sonreía plácidamente, así que nunca pensé que se interpusiera entre John y el grupo. Eso era claramente una cosa de John, y ella estaba pegada como una lapa.

La situación se deterioró hasta un punto en el que John y yo no hablábamos en el autobús y si nos encontrábamos al pasar, ni siquiera nos saludábamos. Estábamos en una posición bastante insoportable.

Un puñal llamado Saturday Night Live

Todo fue para peor antes de empezar a mejorar. Interrumpimos la gira por Europa para viajar a la ciudad de Nueva York hacia finales de febrero y acudir al Saturday Night Live. El programa fue un desastre de principio a fin. No habían pasado ni cinco minutos cuando John empezó a pelearse con el personal. El supervisor musical, un tipo que llevaba años trabajando allí, se acercó y le hizo un comentario inocuo a John, y John le dio la espalda y le dijo a Louie: "Este tipo vuelve a dirigirme la palabra y no hago el puto programa". Yo ya me sentía inquieto, porque teníamos previsto tocar "Under the bridge" como segundo tema, y esa canción me suponía siempre un reto de interpretación. Dependía por completo de que John me diese el pie musical para entrar, y cuando hicimos el ensayo general se puso a tocar algo en una clave distinta, sin seguir la melodía, con un tempo diferente, reinventándose la canción para sí mismo y para nadie más, básicamente. Me desconcertó del todo. Nos retiramos a nuestro camerino y tratamos de discutirlo, pero no hubo manera de hablar con él. Buscó a Toni y se fue a otra sala.

No obstante, John sí permaneció en el camerino el tiempo suficiente para sentirse despreciado cuando Madonna nos hizo una visita. Madonna iba a participar esa noche en uno de los sketches, así que se pasó a saludar. Yo la conocía de hacía años, desde su video "Holiday", cuando quiso contratarme para actuar si aceptaba cambiarme el pelo (cosa que no hice). Mientras estuvo en el camerino, y sin darse cuenta, obvió a John, que se puso hecho una furia, encolerizado porque Madonna no le hubiese prodigado cariño ni felicitaciones.

El programa empezó e hicimos nuestra primera intervención con "Stone cold busg", un tema roquero de ritmo rápido. Salió bien.

Luego volvimos para tocar "Under the bridge". Posteriormente, he oído que John estaba puesto de heroína en ese programa, pero bien podría haber estado en otro planeta, porque empezó a tocar una mierda que yo no había oído nunca antes. No tenía ni idea de qué canción estaba tocando ni en qué clave. Parecía andar en otro mundo. Todavía hoy, John niega haber tocado fuera de clave. Según él, estaba experimentando, igual que lo hubiera hecho de haber sido un ensayo de la canción. Bueno, pues no lo era, estábamos en directo en la televisión delante de millones de personas, y fue una tortura. Empecé a cantar en lo que creí que era la clave correcta, aunque no coincidiese con lo que estaba tocando John. Me sentía como si me estuviesen apuñalando por la espalda y dejándome arrumbado delante de todo Estados Unidos mientras ese tipo estaba apartado en un rincón en la sombra, tocando un experimento disonante y desentonado. Pensé que lo estaba haciendo a propósito, solo por joderme.

Logramos terminar la canción, que sonó como si cuatro personas diferentes hubiesen tocado cuatro canciones diferentes. En esa época estaba saliendo con Sofia Coppola, otro de mis intentos insatisfechos de mantener una relación durante ese período de mi vida. Sofia era de lejos la tipa más increíble con la que había salido, y le dije que se asegurara de ver el programa, y al final me estaban dando ganas de morirme. Cuando ocurre algo así, es como cuando un pateador falla un gol de campo en los últimos minutos: lo único que puede aliviar el dolor es jugar otro partido y tener otra oportunidad de lanzar el gol.

El dolor permaneció ahí durante mucho tiempo, porque regresamos a Europa y el comportamiento de John se hizo incluso más errático. Cuando le llegaba el momento de hacer su solo, le quitaba el cable a la guitarra, provocando chirridos, para después volverla a enchufar y, si estaba de humor, tocar el estribillo. La parte irónica de lo que pasó en Saturday Night Live fue que, durante la semana después de nuestra actuación, las ventas del disco se dispararon. Quizá fuese una coincidencia, aunque a lo mejor la gente escuchó algo en esa actuación caótica que le impactó.

Aloha, sayōnara

Al acabar la etapa europea de la gira, volvimos a casa y tuvimos un par de semanas libres antes de ir a Hawái, Japón y Australia. Cuando regresábamos a casa entre etapa y etapa de una gira, veía menos a Flea y nunca veía mucho a Chad. John desaparecía y se dedicaba a consumir drogas. Así que yo pasaba el rato con la chica a la que estuviese viendo en ese momento; de todos modos, lo que hacía principalmente era tener citas aleatorias, porque nada cuajaba. Desde mi separación de John, tenía sitio en mi vida para un nuevo compañero de andanzas, y encontré uno en Jimmy Boyle. Jimmy era amigo de Rick Rubin y la viva imagen de Rasputín, con barba larga y bigote y pelo largo como Jesucristo, además de unos ojos azules de psicótico y la vestimenta de un trapero elegante. Cuanto más nos veíamos, más nos dábamos cuenta de la cantidad de cosas que teníamos en común. Jimmy era un drogadicto en proceso de recuperación que acababa de divorciarse de una adicta joven, preciosa y trágica con la que yo también había salido. Era vegetariano como yo, le encantaba la música y le encantaba ir detrás de las chicas. Siempre que me encontraba en la ciudad, nos reuníamos todos los días para hacer un desayuno ritual de panqueques de arándano en el À Votre Santé, en La Brea.

Invité a Jimmy a venir a Hawái con nosotros. Le encantaba la idea, porque le encantaba rodearse de la emoción de la música, por no hablar de las chicas. Además, íbamos a Hawái, por el amor de Dios. John siguió estando distante durante nuestra estancia en Hawái. El disco iba bien, mejor que todos los que habíamos sacado antes (N. del E.: The Red Hot Chili Peppers, Freaky Styley, The Uplift Mofo Party Plan y Mother's Milk), aunque todavía iba solamente bien, sin entrar apenas en el Top 40. Una vez en Hawái, recibimos una llamada de Lindy. "Chicos, no sé qué decirles, pero este disco va que va. La semana que viene llega al puesto número ocho". Para mí, eso era motivo de celebración. Flea se sentía igual que yo, pero John seguía ausente de todo el tema.

El viaje entero estuvo repleto de jóvenes hawaianas hermosas y fue una época de diversión para todos, porque nos sentíamos llenos de vida entre el sol y el mar. Boyle y yo compartíamos habitación; una noche, a las cuatro de la mañana, estando dormidos, llamaron a la puerta. Fui a responder y allí me encontré a una señorita hawaiana.

-¿Puedo pasar? —preguntó.

-Bueno, mi amigo está durmiendo. No es una muy buena idea son las cuatro de la mañana —le recordé.

-¿En serio no puedo entrar? —insistió.

-Eeeeh, esta situación es un poco incómoda.

Y allí mismo, en el pasillo de ese hotel, se puso de rodillas y me hizo una mamada. Jimmy estaba superceloso. "No me lo puedo creer. Oyes una puta llamada a la puerta en mitad de la noche, vas a abrir y la chica más guapa de la isla se pone de rodillas y te hace una mamada. ¿Qué es esto? ¿Qué he hecho mal en la vida para no merecer este tipo de trato?".

A mí no me alegraba en exceso toda esa nueva ola de adulación que estaba recibiendo. No tuve la misma reacción que John, pero en un nivel personal tampoco dejaba que se me subiera a la cabeza. Diría que no me creía con derecho por estar haciéndome famoso, y mantuve una cierta humildad. Esa era mi percepción, y estoy seguro de que otra gente tendría una percepción distinta. Reconozco cuando me creo con derecho a algo —y te acostumbras a que las cosas salgan a tu modo—, pero también reconozco lo absurdo que puede ser, y estoy dispuesto a reírme de mí mismo y a admitir cuándo me comporto como un niño mimado y cuándo no. Me parecía una situación fascinante y peculiar, y no es que de repente pensara que era "mejor que" o "más santo que".

Resulta irónico, porque por lo general Flea es el mayor niño mimado del grupo, pero en Santa Mónica tuvimos una charla los dos y me dijo:

-Anthony, este disco está saliendo tan bien que creo que te estás volviendo un poco egocéntrico.

-¿Yo? ¿Yo? Tú eres el egocéntrico. Échale un ojo a tu propio ego —le propuse.

Seguro que había algún elemento de ego henchido que no era capaz de reconocer en mí, pero no tenía la sensación de que fuese a durar mucho. Lo extraño es que mucho antes de que tuviéramos ningún éxito a escala comercial yo ya había desarrollado ese sentido de creerme con derecho. Lo tenía desde la infancia, una sensación innecesaria, injustificada, infundada y egocéntrica. Cuando me mudé con mi padre, él era arrogante y estaba muy pagado de sí mismo, y eso pasó a mí, así que siempre tuve ese sentido de creerme con derecho y un concepto de identidad propia semifalso. Robaba porque tenía esa sensación, ya fuesen casas o autos o muebles o cactus, lo que fuera. Entiendo que haya quien pueda convertirse en un delincuente frío y despiadado, porque recuerdo que en ese momento de mi vida no pensaba en las consecuencias que afectaran a las partes implicadas, más allá de mí mismo. Y las consecuencias para mí eran que conseguía lo que quería.

Cuanto más rico y más famoso me hacía, menos me comportaba de esa forma. Sin duda el ego se infla, se convierte en algo retrasado y grotesco en ciertos sentidos, pero existe la opción de aprender, la opción de adoptar una actitud de "ok, ¿qué tengo que hacer para lidiar con esta historia rara, y cómo disminuyo el ego hasta un punto en el que no interfiera en mi relación con el resto del universo?". Todo esto me estaba ayudando, si es que lo estaba haciendo, a ser menos egoísta y menos egocéntrico, y a interesarme más por salir de mí mismo y situarme en un lugar que pudiese compartir. Muchas veces la gente te juzga según su percepción de cómo estás actuando. Si te encuentras en una habitación y te sientes tímido y no quieres recibir cierta cantidad de atención, no vas a salir de ahí a hacerte amigo de todo el mundo. Entonces saldrá alguien que dirá: "Menudo petulante, ni siquiera ha intentado hablar conmigo". Cuando intentas pasar desapercibido y no darte mucho bombo, hay quien te ve como el tipo que es todo eso y mucho más.

No creo que estuviese cambiando la concepción que tenía mí mismo mientras eso ocurría. En todo caso, mi concepción se encontraba bajo un prisma peor, porque con John había perdido una conexión importante en mi vida. Empecé a darme cuenta de que me había dejado llevar por mi yo friki controlador, obsesionado con que todo saliese según mis planes, lo que resultó ser la mayor de las jodiendas. Solía pensar que si Flea se comportaba de tal modo y John hacía lo que quería que hiciera, todo iba a ir genial, y quizá ese fuese el mayor de los errores que cometí en esa época: pensar que sabía más que el resto o que tenía un plan, y que si todo el mundo lo seguía, las cosas saldrían estupendamente. Era una receta para la desgracia y la ruina. Una vez que lo reconocí todo, la hermandad de nuestro grupo había vuelto a quedar comprometida más allá de todo arreglo.

Llegamos a Japón a principios de mayo de 1992. Resulta extraño, porque John pensaba que habíamos arreglado nuestras diferencias para entonces, pero yo seguía sintiendo que estábamos alejados. Él continuaba en su romance con Toni y estaba mostrando de nuevo un comportamiento raro. La noche antes de nuestro concierto en Tokio, John estaba en el vestíbulo del hotel con Louie y se convenció de que se había expuesto a unas cazadoras de autógrafos, por lo que estaba en peligros inminente de que lo arrestaran y deportaran.

Había una atmósfera evidentemente errática e impredecible en torno a John. Tenía la cabeza perdida por los porros, y también le estaba dando al vino de tal manera que las suyas no me parecían las borracheras típicas. A lo mejor se debía a la combinación de vino y maría, pero era como si estuviese bebiendo zumo psicótico en vez de solo vino. Tenía el comportamiento típico de un borracho, aturdido, pasmado, mareado y fangoso, pero se le notaba también esa especie de borrachera como de PCP (fenciclidina), como si estuviese en un espacio distinto.

A la mañana siguiente, John fue hasta el sitio del concierto con el resto del equipo. Lindy, Flea, Chad y yo tomamos un tren más tarde, y cuando llegamos al estadio, Mark Johnson nos dijo que John había dejado el grupo y quería irse a casa de inmediato. Hay que tener en cuenta que el plan era ir a Australia después de Japón, y esa iba a ser nuestra primera gira australiana. Era algo increíblemente importante para nosotros, porque Australia nos encantaba: el lugar de nacimiento de Flea, la nueva tierra prometida de sol y mujeres, un lugar mágico. Había pánico en los ojos de Lindy y en los de Flea y en mi corazón. Necesitábamos hablar con John de inmediato, aunque las últimas cartas ya estaban echadas.

Volvimos a la sala en la que John se había refugiado.

"Tengo que dejar el grupo, tengo que dejarlo. Tengo que volver a casa ahora mismo, no puedo seguir con esto. Voy a morirme si no salgo de este grupo ya", me dijo.

Le vi la mirada en los ojos y supe que no había elección. No tenía sentido ni siquiera intentar hablar con él para que se quedase. Me sobrevino una sensación enorme de alivio. Lo último que quería que pasara en el mundo estaba pasando, pero gracias a Dios John iba a marcharse, porque por mucho daño que fuese a causar sería mayor que ese dolor sufrimiento autoimpuestos.

A Lindy le preocupaba el lleno absoluto del estadio. Al final, conseguimos que John aceptase tocar en ese concierto antes de tomar un avión y marcharse a casa. Fue la más horrible de las actuaciones. Todas y cada una de las notas, todas y cada una de las palabras, dolían, conscientes todos de que ya no éramos un grupo. No dejé de echar miradas a John y ver a aquella estatua muerta de desprecio. En cierto modo, ojalá hubiésemos cancelado el concierto y devuelto el dinero de las entradas, antes que convertir a toda esa gente en testigos de aquella muestra de energía viciada. Esa noche, John desapareció del mundo caótico de los Red Hot Chili Peppers.

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