Coronado, encerrado y desterrado: la insólita historia del Rey de la Araucanía de hace 160 años

Orélie Antoine de Tounens, el rey de la Araucanía

Uno de los episodios más inauditos de la historia de Chile comenzó a forjarse en 1860, cuando el aventurero francés Orélie Antoine de Tounens llegó a la Araucanía con la idea de conformar una confederación de estados americanos, como lo pensaba Bolívar. No estaba en sus planes ser monarca, pero los hechos dijeron otra cosa. Ello hizo reaccionar al gobierno chileno, que emprendió la conquista del territorio. La historia completa en Culto.


Llevaban tiempo tratando de cazarlo, pero todo había sido inútil. Las autoridades de la joven república de Chile estaban preocupadas. Parecía que el individuo desaparecía en medio de los tupidos bosques de la región de La Araucanía y que solo podían ver su sombra serpenteando como un fantasma en los valles.

Pero en enero de 1862, un hombre llamado Juan Rosales, quien hacía las veces de explorador y ayudante del buscado, decidió que ya tenía bastante estando al lado del hombre y decidió entregarlo a las autoridades. Para ello, logró enviar una carta a la gobernación de Nacimiento donde indicaba el lugar donde se encontraría el francés Orélie Antoine de Tounens esos días.

Rosales informaba que el galo llegaría el 4 de enero a Malleco, con el fin de conversar con el lonko Trintre. Era el momento que estaban esperando. Apenas terminó de leer las líneas, el gobernador de Nacimiento se puso a mover sus piezas rápido.

Grupo mapuche junto a un rewe, frente a su ruka, hacia 1860. Colección Biblioteca Nacional de Chile.

Una partida al mando de Lorenzo Villagra, más el teniente de policía, Quintana y cinco soldados de caballería cívica, fue la designada para ir a Malleco para capturar a Orélie. Debían demorarse lo menos posible, debido a que el europeo se iría del lugar apenas concluida su reunión con el lonko. Para pasar aún más desapercibidos, se vistieron como comerciantes.

Entre la espesa neblina de los bosques del sur, la partida se adentró en unos terrenos casi vírgenes. Uno de los hombres recibió la misión de adelantarse y hacer contacto con Rosales, a fin de comunicarle que un grupo armado iba a en su protección. El mensajero logró su cometido, y obtuvo la información de que Rosales estaría entreteniendo a Orélie en la zona de los Perales, a un costado del río Malleco, y que habían algunos indígenas acompañando.

La misión, entonces, tendría que completarse con sigilo y cuidado.

Una vez que llegaron al lugar señalado por Rosales, los hombres de la partida de Nacimiento aseguraron su retaguardia y avanzaron sigilosos y silentes. Como un puma acechando a su presa. La información era correcta, y efectivamente vieron a Orélie Antoine de Tounens con su larga cabellera y barba espesa, como se estilaba por entonces.

Así, el teniente Quintana fue el que se arrojó directo a la presa. Le quitó su espada y lo obligó a subir a caballo.

Cerca de las 18.00 horas del 6 de enero de 1862, Orélie Antoine de Tounens se encontraba atado en la plaza de Nacimiento rodeado por una muchedumbre curiosa, que entre risas, burlas y algunos chismes comentaba lo que veían ante sus ojos.

Su majestad, el rey de la Araucanía, había sido capturado.

En busca de un aliado

Hasta 1859, el abogado francés Orélie Antoine de Tounens pasaba como un extranjero más de los que pululaban en un Santiago que iba en tránsito hacia la ansiada modernización de su aspecto colonial. Dos años antes se había inaugurado el Teatro Municipal y el primer edificio que albergó a la Estación Central, mientras a pala y picota los obreros construían la línea férrea que iba a unir a la capital con Valparaíso (se inauguró en 1863) y otros ramales que conectaban con el sur del país.

Eran días en que el progreso era la palabra en boga para aquellos más ilustrados y Francia era su modelo. La élite chilena de entonces, fervorosa seguidora del ideario liberal de la Revolución Francesa, miraba al país de Victor Hugo, Dumas y Eugène Delacroix, como una referencia a seguir en cuanto a patrones de consumo cultural y de ideas.

En esos años, cuando el todavía muy provinciano Chile se abría al mundo, algunos extranjeros llegaban al país a trabajar en el comercio y en algunas profesiones. Aunque no todos. Para 1859, Orélie Antoine de Tounens llevaba un poco más de un año en el país, y tras alternar domicilios entre Coquimbo, Valparaíso y la capital, se integró a logias masónicas locales. No solo eso, además aprendió el castellano y el mapudungún.

“Él era originario del sur de Francia -explica a Culto el investigador francés Jean François Gareyte, autor de la extensa biografía en dos tomos El sueño del hechicero. Antoine de Tounens, Rey de La Araucanía y de la Patagonia (La Lauze, 2019)-. Hablaba francés, pero también occitan (una lengua del sur de Francia que es como el catalán de España), lo que le ayudó mucho para aprender y hablar castellano”.

Jean François Gareyte

Las biografías más clásicas y la información disponible en sitios de internet suelen mencionar que el galo llegó al país con un plan que a primera escucha suena un disparate: concretar un reino en la Araucanía con él a la cabeza. Una suerte de monarquía mapuche liderada por este hombre barbado y de cabellera larga, que había dejado su país -donde trabajó de procurador de un tribunal-, tras entusiasmarse con la lectura de La Araucana, el poema épico de Alonso de Ercilla (publicado en 1569) que cantaba la Guerra de Arauco y la resistencia del pueblo mapuche contra el conquistador español.

Pero originalmente, Orélie había tomado el barco a Chile con otra intención.

“Al principio, Orélie Antoine no vino a Chile para convertirse en rey, vino con otro proyecto”, explica Jean François Gareyte. “Como masón, él quería emprender un gran programa, (como muchos otros masones de América Latina o de Europa) emprender el ‘sueño de Bolívar’”, es decir, formar una suerte de gran confederación sudamericana.

Más tarde, cuando fue detenido, ante el oficial que lo interrogó dijo que su idea era “reunir las repúblicas hispanoamericanas bajo el nombre de una confederación monárquica constitucional dividida en diecisiete estados”.

Pero en 1859, el horno no estaba para bollos en el país. Entre enero y mayo estalló una sangrienta guerra civil contra el gobierno conservador del Presidente Manuel Montt. Si bien, las principales acciones ocurrieron en el norte -con Pedro León Gallo a la cabeza-, en la zona de la frontera hubo un levantamiento liderado por Nicolás Tirapegui y Bernardino Pradel, quienes ocuparon Los Ángeles y Nacimiento, pero fueron derrotados cerca de Chillán.

Desde Santiago, Orélie Antoine siguió con atención los acontecimientos. Le interesaba el resultado de la guerra por una razón en particular: el apoyo de algunos líderes mapuche a los rebeldes. En especial de uno de los más importantes, el toki Mañil, un hombre -además machi- sobre el que hay tanto de verdad como de mito. “Tenía pelo canoso, largo y padecía vitiligo, así que le decían ‘el overo’ y usaba un caballo manchado igual que él -cuenta el historiador y académico Fernando Ulloa-. Tenía piedras mágicas que le anunciaban el futuro y le atribuían poderes sobrenaturales”.

Mañil, líder de los lonkos arribanos -es decir, quienes vivían cerca de los faldeos de la cordillera- tenía ciertos intereses en el conflicto, ya que era amigo de Bernardino Pradel, uno de los cabecillas rebeldes. “Mañil estaba muy inquieto, preocupado por el avance constante de los colonos chilenos en los territorios del wallmapu -explica Gareyte-. Buscaba aliados para proteger sus tierras”.

Cementerio mapuche, hacia 1890, Colección Biblioteca Nacional de Chile.

Por eso, una vez derrotados sus socios en la guerra civil, al viejo líder indígena le quedaban pocas opciones. “Intentó hacer una alianza con un general argentino de apellido Urquiza, por un proyecto político de confederación”, explica Gareyte.

Pero en algún momento, una carta llegó hasta él. La firmaba un tal Orélie Antoine de Tounens. En la misiva le ofrecía su ayuda para formar una gran confederación, que podría contar con el reconocimiento diplomático de Francia. El toki lo pensó. Le envió una carta de vuelta. Aceptaba reunirse con él en el cerro Adenkul en la Araucanía (cerca de Traiguén) para conversar. Entusiasmado, Orelie viajó al sur. El sueño, estaba por cumplirse.

La tensa calma

El siete de enero de 1825, a orillas del río Tapihue -donde ya se habían celebrado parlamentos en el periodo colonial-, un grupo de lonkos mapuches firmó un tratado con el gobierno central de Chile (representado en esa ocasión por el coronel Pedro Barnechea), que reconocía al río Biobío como frontera común, además de distintas obligaciones entre las partes, como la prohibición a los chilenos para adentrarse en las tierras de los líderes indígenas. Fue un intento de regular las relaciones, tras el apoyo de varios líderes mapuches a la causa realista durante la guerra de Independencia. Pero con el tiempo, lejos de la cordialidad, la tensión fue en aumento.

“Hasta antes de la ocupación de la Araucanía las relaciones entre ambos estuvieron dictadas por la continuidad de los pactos de los parlamentos -explica el historiador y Doctor en Historia, Fernando Pairicán-. Lo que los mapuches van a solicitar bajo la república de Chile es la continuidad de los parlamentos. Entonces la resistencia mapuche se va a dar cuando el estado chileno pase a llevar los acuerdos”.

Grupo de lonkos mapuches con manta y trarülongko, hacia 1890. Colección Biblioteca Nacional de Chile.

Sin embargo para mediados del siglo, el estado estaba comenzado una paulatina ocupación de las tierras del wallmapu. “Las autoridades chilenas, los presidentes, las élites penquista y la élite santiaguina, están ocupados en abrir esos espacios a la industria del carbón, de conseguir maderas -afirma el historiador Fernando Ulloa-. El general José María de la Cruz tuvo un plan de ocupación anterior al de Cornelio Saavedra y al viaje del ministro Antonio Varas, que ya por la década del 40′ había cruzado a La Araucanía, como también lo hizo [Ignacio] Domeyko. Ellos hicieron observaciones positivas, sobre todo del punto de vista del paisaje y de los recursos disponibles en ese espacio que querían asegurar para la república todavía en formación”.

Por ello es que la política de alianzas no era descabellada. “En aquellos años estaban en boga las ‘Confederaciones’ indígenas”, explica Ulloa. Y como ejemplo, cita un caso, el del líder Calfucurá, quien formó la Confederación de Salinas Grandes, la que aglutinó a las tribus de las pampas desde Neuquén, hasta algunas zonas de la provincia de Buenos Aires -en el territorio argentino- hasta al menos mediados del siglo. Precisamente, este era primo del toki Mañil.

Lonko Juan Huaraman. Colección Biblioteca Nacional de Chile.

“En la documentación de la época uno puede apreciar que había longkos que tenían verdaderos aparatos diplomáticos y un despliegue muy fino de la hospitalidad -complementa Ulloa-. Eran longkos que leían diarios o hacían que se los leyeran, estaban profundamente interesados en los detalles de la política chilena y comprenden los sistemas de alianzas y las tensiones entre unos y otros generales”.

Por ello es que la idea de aliarse con un extranjero, que ofrecía una alianza y un posible reconocimiento internacional, era una oferta muy atractiva para un jefe como Mañil. Sin embargo, no alcanzará a concretarla. Mientras Orélie iba en viaje, el viejo líder murió. La llegada del francés, ya en 1860, coincidió con la reunión de los lonkos de la zona y el surgimiento de un nuevo liderazgo, el de Quilapán, hijo de Mañil.

Una elección entre asado y chicha

En los frondosos bosques de la Araucanía, Orélie Antoine se encontró con Quilapán, el hijo de Mañil, justo antes de realizarse el llamado trawun o junta para elegir al nuevo toki. “También se puede denominar koyag y que los españoles anotaban como collao, tal como se le llama al estadio de Concepción”, añade Ulloa.

El proceso tenía mucho de una negociación palaciega, digna de House of Cards, con alianzas y promesas para asegurar los votos. Todo mientras se compartía un generoso banquete aprovechado las bondades de la zona y el poder de cada familia. “Compartían carne de caballo, muday (el nombre mapuche para la chicha) de trigo y maíz, cordero asado, carne cocida, papas y vacuno. También se come catuto o multrun, que es básicamente trigo amasado echado a cocer en agua”, agrega el historiador.

La elección se hacía de una forma muy particular. “Los distintos jefes de linajes exponían hablando largamente las razones que los llevaban a ‘levantar’ o apoyar a un candidato”. Hábil, Orelie comprendió rápidamente el juego y de inmediato se dio a conocer entre los lonkos. Mientras bebía y comía alguna suculenta pieza de carne, se abocó de lleno a sostener reuniones en que explicó su proyecto de una confederación, con lo que se granjeó el respaldo de Quilapán y sus allegados, lo que fue decisivo para el momento final.

“Se sucedieron días y semanas de discusión y debates, donde las autoridades mapuche lo van a escoger el como nuevo toki -explica Jean François Gareyte-. Esa decisión se tomó antes en cuatro oportunidades, 1860, 1862, 1869, y 1876. Decir hoy dia, que Orélie Antoine se ‘autoproclamó’ rey es una mentira”.

Según su biógrafo, el francés -entonces de 35 años- tenía labia y lograba convencer con cierta facilidad. “Los testimonios lo describen como simpático, carismático, él amaba y cuidaba a sus amigos, inteligente, interesado por la cultura, los artistas, la política”.

Pero lo cierto, es que el nuevo rey también se encontró con un interés recíproco por su oferta de liderazgo entre los mapuches. “Los que se conjuraron con Orélie, en parte eran nostálgicos del respeto que les profesó la Monarquía española -explica Fernando Ulloa-. Sonaba descabellado hace algunos años, pero hoy muchos saben que sujetos como Ambrosio O’Higgins o el Marqués de Baydes se entendieron mejor con los mapuches que nuestras últimas autoridades”.

“El pueblo mapuche acepta a Orélie por su capacidad de comprender, de manera más rápida tal vez, las conexiones internacionales -aclara Fernando Pairicán-. Primero, él llega con un pacto de protección, dice ‘si ustedes aceptan esto, hay una posibilidad de protección internacional’. También ofreció una modernización del aparato tecnológico de los mapuches, armas, etc. Entonces lo admiten porque son formas de hacer alianzas que ellos plantean para mantener su independencia”.

Orélie Antoine de Tounens vestido a la usanza mapuche

El nuevo líder no perdió el tiempo. De inmediato envió a los principales diarios, El Mercurio de Valparaíso, El Ferrocarril y la Revista Católica, una copia con el decreto que anunciaba la fundación del Reino de la Araucanía y Patagonia. Fue más allá, e incluso le escribió una carta al Presidente Manuel Montt, dándole aviso de la existencia de la monarquía. Y por cierto, también hizo llegar una misiva al entonces canciller, Antonio Varas, firmada por su flamante ministro de Relaciones Exteriores, M. F. Desfontaines, un colono francés que vivía en la patagonia.

Además, Orélie Antoine quiso darle sustento jurídico a su reinado. Hijo de la ilustración y la Revolución Francesa, redactó de su puño y letra una carta magna para el wallmapu. “Esta constitución que Orélie-Antoine le envió al gobierno de Chile y a la prensa chilena, demostró la plena y legítima existencia de los mapuche, como pueblo, de manera jurídica, siguiendo las leyes europeas -detalla Jean François Gareyte-. Con una constitución, era posible intentar una protección diplomática del gobierno de Napoleón III”.

Sin embargo, allí el asunto se empezó a complicar. Según detalla el historiador Hamish Stewart en su artículo “Alberto Blest Gana y el Rey de la Patagonia”, en esos días Orélie Antoine viajó a Valparaíso para recabar apoyo entre los franceses residentes y promocionar su reino, pero solo encontró sonoras burlas. Además, las autoridades chilenas no hicieron caso de sus cartas, lo que le ocasionó una gran frustración.

Según Gareyte, en su país natal hubo alguna campaña para darle el apoyo oficial, incluso por parte de gente influyente y cercana a Napoleón III. “Pierre Magne, el todopoderoso ministro de la Hacienda del gobierno y presidente del consejo privado del emperador, era un amigo de Orélie-Antoine. Intentó ayudarlo muchas veces tratando de generar interés oficial en su proyecto”. Pero la gestión no prosperó.

De regreso a la Araucanía, el nuevo monarca reunió apoyo de más jefes. Robustinao Vera en su texto La pacificación de Arauco, afirma que el lonko Huentecol se comprometió a proporcionarle hombres para un eventual ejército. Según los expertos, fue allí cuando el gobierno chileno se alarmó y temiendo un posible alzamiento, ordenó su detención.

En ese momento, Juan Rosales, un hombre que hacía de guía y explorador en la zona, decidió entregar al rey a las autoridades. En enero de 1862 se realizó el operativo que acabó con el líder preso en Nacimiento. “Lo detuvieron y mantuvieron aislado hasta que se le cayó el pelo -explica Ulloa-. Las condiciones de su detención fueron durísimas y de ahí se explica que lo motejaran de ‘loco””.

En efecto, en Los Angeles le siguieron un juicio, en que se le declaró incapacitado mental. Por ello fue encerrado en la casa de orates de Santiago de donde lo sacó el cónsul general de Francia, quien lo mandó de regreso a Europa en ese año. Mientras, la prensa lo describió poco menos como un aventurero lunático. La correría había terminado.

Parlamento celebrado en Hípinco entre el Coronel Saavedra y todas las tribus costinas y abajinas, representadas por sus principales jefes : 24 de diciembre de 1869. Colección Biblioteca Nacional de Chile.

El temor a una intervención europea acicateó al gobierno. Por tal razón, ese mismo año se envió una gran avanzada militar chilena a la Araucanía. “La expansión internacional que están llevando a cabo las naciones modernas que generan protectorados, como lo que hace Gran Bretaña con algunos pueblos originarios en el caribe, hace que se apure el proceso de ocupación”, detalla Fernando Pairicán.

La campaña fue liderada por el coronel Cornelio Saavedra -quien ha vuelto a la palestra debido a que se han derribado estatuas y monumentos en su honor-. En el sur, levantó una línea de fortificaciones en Mulchén, Negrete, Angol y Lebu, siguiendo el modelo que había empleado el gobernador español Alonso de Ribera en el siglo XVII. Algunos clanes de la costa aceptaron entrar en conversaciones con él, pero arriba en la cordillera, Quilapán lideró la resistencia.

Era el comienzo de la llamada “Pacificación de La Araucanía”, un proceso cuyo nombre ha sido discutido por los historiadores, considerando que la forma de denominarlo no fue unánime, al menos desde el comienzo.

“Prefiero usar el concepto ocupación, en vista que [Sergio] Villalobos le llama incorporación -detalla Fernando Ulloa-. Aunque en su tiempo Vicuña Mackenna le llamó conquista de Arauco. Además, Cornelio Saavedra, al plan trazado y los papeles que entregó, les puso como nombre ocupación de Arauco. Fueron recién los cronistas militares como Horacio Lara y Leandro Navarro quienes a fines del siglo XIX y comienzos del XX, instalaron la idea de la pacificación, retomando un viejo concepto militar, presente ya en los tiempos de los monarcas españoles”.

El retorno del rey

Pero la historia aún no había terminado. Hasta el final de la década, Orélie Antoine de Tounens se dedicó a promocionar su aventura e intentó reunir apoyos a diferentes niveles para regresar a su reino. Distribuía folletos, publicó sus memorias e incluso levantó un diario en la ciudad de Marsella llamado La Corona de Acero. También dio a conocer una bandera (a franjas azul, blanco y verde) y hasta le encargó un himno al músico alemán Wilhelm Frick Eltze. Esta actividad generó cierto revuelo en la opinión pública, pero varios lo tomaron como una humorada, un chiste, un desvarío propio de un tipo excéntrico.

Sin embargo, en 1869, gracias al apoyo financiero de algunos empresarios, Orélie logró embarcarse nuevamente hacia sudamérica. Estaba decidido a recuperar su corona. Tras arribar a Montevideo logró cruzar a Chile por el boquete del volcán Llaima en la zona del Lonquimay, donde avanzó hasta las tierras dominadas por Quilapán, su antiguo aliado. La noticia de su llegada se difundió rápidamente, y coincidió con la aparición de un barco francés en la costa del Biobío, lo que hizo pensar que esta vez, contaba con recursos como para levantar en armas a un ejército.

Volcán LLaima, uno de los más activos y peligrosos de América. Foto: Francisco Negroni

Por tal razón, en las autoridades hubo un cambio de estrategia. Si la primera aventura había sido tomada por el gobierno chileno casi como un chiste, esta vez la reacción sería más enérgica al suponer que podía tener cierto apoyo por parte del gobierno imperial francés, tal como este ya lo había hecho con el breve reinado de Maximiliano de Habsburgo en México.

“Su primer viaje fue percibido con menos gravedad que la posibilidad de que tras él existiera una verdadera intentona colonial francesa -cuenta Fernando Ulloa-. La llegada de la embarcación de bandera francesa D’Entrecasteaux a Lebu, fue vista con inquietud -y habiendo leído yo, muchas cartas de Cornelio Saavedra- me es posible afirmar que existió esa incomodidad. El ‘rey loco’ pasaba a ser ahora el ‘emisario imperial’”.

Con este peligro latente, desde Santiago, el Presidente José Joaquín Pérez tomó una decisión clave. “En el mismo momento el gobierno chileno ordena a Cornelio Saavedra Rodríguez avanzar sobre la Araucanía para conquistar el territorio”, detalla Gareyte.

Saavedra estaba inquieto. En diciembre de 1869 le informaron de un nuevo alzamiento de los mapuches arribanos liderados por Quilapán y también de la presencia del “rey” francés en la zona. El jefe militar decidió actuar rápido. Ofreció una recompensa por la cabeza de Orélie y mandó una expedición a la zona para combatir a los rebeldes, pues no olvidaba que, precisamente, habían sido los lonkos locales los que habían impulsado la elección del francés.

En paralelo, y tal vez en los inicios de una guerra mediática, el gobierno atacó con todo a Orélie en la prensa. “La respuesta del gobierno chileno era muy inteligente. Dijeron todo el tiempo, que Orélie era un loco, que todo esto era una fantasía de su cabeza, que los franceses quieren apoderarse del territorio ‘chileno’, que Orélie se estaba ‘autoproclamando’ rey de manera ilegítima, que Orélie nunca visitó ni vivió en la Araucanía, que los Mapuche no lo conocían, que Orélie pagó textos falsos en la prensa francesa para publicar mentiras”, señala Gareyte.

Perseguido, Orélie debió escapar nuevamente de regreso a su país, y posteriormente intentaría volver a la región en otras dos ocasiones. En la última de ellas, en 1872, fue saboteado por el diplomático y escritor chileno Alberto Blest Gana, quien se encontraba en Francia como ministro plenipotenciario.

El autor de El loco estero pasó casi dos años moviendo sus hilos contra el plan de Orélie Antoine. “Consistía en regresar a Araucanía con dos buques con herramientas para labrar la tierra y fusiles para ‘sus’ guerreros mapuche -cuenta Jean François Gareyte-. Blest Gana desarrolló un plan increíble, una suerte de espionaje diplomático respaldado por el gobierno de turno en Chile con el objetivo de sabotearlo”.

Según Hamish Stewart, el escritor mantuvo vigilado a Orélie Antoine mediante detectives privados. Al mismo tiempo sostuvo dos estrategias; en público desdeñaba al aventurero, pero en privado le lanzó ataques en la prensa para cortar cualquier posibilidad de financiamiento. Además, maniobró a nivel de la diplomacia para instalar la idea de que cualquier apoyo al francés era un ataque a la soberanía de Chile.

“En París [Blest Gana] dice que Orélie-Antoine, es un traidor, que hace estafas, fraudes, haciendo creer que él trabajaba para Orélie Antoine. De esta manera, presenta una falsa denuncia ante la justicia y la policía. Con esto, Orélie Antoine es llamado a presentarse a la justicia por estas acusaciones”, cuenta Gareyte.

“Él se defendió diciendo que todo esto era un trampa organizada por sus enemigos. Los chilenos contestaban en la prensa, a través del cónsul chileno en Francia, que todo esto demostraba que Orélie Antoine era un loco, un estafador y que en Chile y en la Araucanía nadie lo conocía”, añade el historiador francés.

El plan de Blest Gana funcionó a la perfección. Orélie Antoine de Tounens no volvió a pisar suelo chileno, y en el olvido, falleció en Francia el 17 de septiembre de 1878 a casi 12.000 kilómetros de sus añoradas tierras. Sin embargo, a través de varias sucesiones, el Reino de la Araucanía y Patagonia subsiste hasta hoy como una entidad simbólica que “mantiene un estrecho contacto con grupos mapuche tanto en América del Sur como en Europa”, según reza en su sitio web. En la actualidad, dos personas reclaman el trono del estado ficticio, sin tierras ni reconocimiento internacional. Es que incluso hasta en esos detalles, el asunto de la Araucanía genera controversia.

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