Bernard-Henri Lévy: “Frente al Covid hay un falso debate entre salvar la vida o la economía”

Bernard-Henri Levy

En conversación con El País, el intelectual francés desarrolló algunas de las ideas clave de su reciente libro Este virus que nos vuelve locos, en que analiza las consecuencias sociales de la pandemia. Plantea que el confinamiento y las restricciones deben acotarse estrictamente al período de emergencia; discute la tensión entre salvar la economía y las personas; y afirma que por las medidas de control, los gobiernos autoritarios han resultado favorecidos con la crisis.


Más que las estadísticas de fallecidos, positivos y rebrotes, lo que preocupa por estos días al filósofo Bernard-Henri Lévy, es la reacción social a la pandemia. No es algo menor. En Francia, su país natal, y en varias zonas de Europa, el asunto del rebrote del coronavirus ha obligado a imponer el uso de mascarilla en lugares cerrados y genera dudas respecto a una completa vuelta a la normalidad, que por ahora parece no llegar.

Para el pensador, quien publicó en julio el libro Este virus que nos vuelve locos (La Esfera de los libros, 2020), la situación es ante todo un fenómeno social. Tomando como referencia la tesis del doctor Rudolf Virchow, quien sostenía que “una epidemia es un fenómeno social que conlleva algunos aspectos médicos”, Lévy propone que el covid-19 abrió un escenario diferente, “una realidad más inverosímil que la ficción” que va más allá de lo estrictamente sanitario.

“Ya es hora de hablar de lo que se ha puesto en marcha tanto en eso que nos une como en lo más oscuro y profundo de nosotros mismos. Ya ha llegado el momento de tomar las riendas de la mente e intentar describir algunos de los aspectos no médicos de esta historia. Algunos son hermosos. Hemos vivido momentos de auténtico civismo y solidaridad. Pero hay otros aspectos menos amable”, explicó en el lanzamiento de la obra.

“Aún es demasiado pronto no solo para descifrar el código del virus, sino del pavor que ha suscitado”, concede. Sin embargo, asegura que, “ya es hora de hablar de los efectos que ha tenido la pandemia” en la sociedad y en el “espíritu”.

Según él, lo más complejo del confinamiento tiene que ver con la forma en que el encierro puede afectar la dinámica de las ciudades. En conversción con el matutino El País, de España, asume que el mantenerse aislado es un costo, pero en una analogía con el combate al terrorismo (en el sentido que implica sacrificios de garantías), el encierro no puede ser un sacrificio ad eternum.

“A veces, es necesario, para luchar contra él, tomar medidas que amenazan las libertades -asegura- ¡Pero con una condición!, que nos apasionemos, obsesionemos y atormentemos con la idea de que estas medidas son peligrosas y que debemos deshacernos de ellas cuanto antes”.

“¿Estamos seguros de que todo lo que se está decretando solo se mantendrá en vigor mientras dure la pandemia?”, se pregunta, de forma alarmante.

En consecuencia, el escritor insiste en que hay que entender las medidas dentro de una estricta excepcionalidad. ¿Pone el confinamiento en riesgo la civilización? “No, si consideramos estas medidas de salud de emergencia excepcionales -explica-. Sí, si te acostumbras, si te gusta, si te instalas en las comodidades extrañas y perversas que el confinamiento a veces implica”.

Por tal razón, el autor se muestra crítico con los escritores que han desarrollado diarios de la pandemia, bajo el argumento de que autores como Kafka, Proust o Shakespeare, escribieron algunas de sus piezas clásicas en situaciones similares. Nada de eso convence al francés, quien asegura que son casos distintos y que en esta ocasión el aislamiento puede suponer un riesgo. “No somos nadie cuando estamos solos. A menudo, en esa situación no pensamos en nada y el infierno no son los otros [Sartre] sino uno mismo [Pascal]”.

La falsa dicotomía y el ascenso del autoritarismo

Lévy, un hombre controvertido que a fines de los 70′s se puso a la cabeza del movimiento de los nouveaux philosophes, crítico de los postulados surgidos tras el mayo del 68′, escribe en su texto que en la era post pandemia, la disputa por el poder estará acotada a dos fuerzas dominantes.

De un lado, los “rentistas de la muerte y los tiranos persuasivos que aprovecharán esta emergencia sanitaria y el delirio higienista para ahogar a sus pueblos o expandir su imperio”, y del otro, los “declinistas”, los que optan por el decrecimiento, los “colapsólogos” y “otros adalides de la penitencia”. Es decir, sería algo así como un mundo dividido entre tiranos y decadentistas.

Pero en la actualidad, el autor también analiza las medidas que han tomado los gobiernos para enfrentar las consecuencias sociales de la pandemia. Lévy plantea que la discusión entre “salvar la economía o a las personas” que se ha desarrollado en los medios, las conversaciones virtuales y las oficinas ministeriales de varios países resulta una falsedad. “Ese debate implica que la economía es la muerte. Y esta implicación es monstruosa”, asegura.

Por el contrario, piensa que los gobiernos deben comparar el costo en vidas con “la glaciación provocada por ese coma autoimpuesto a casi la totalidad del planeta”. En consecuencia, los gobiernos deben “abrir un gran debate democrático y entrar en detalles, no de nuestras simpáticas utopías para ese mundo de después, sino de las medidas que había que poner en marcha aquí, ahora, de manera concreta en el mundo del durante”.

Dicha discusión, dice el escritor, debiera considerar un asunto concreto: la cantidad de cesantes que ha dejado la subsecuente crisis económica provocada por la paralización de las actividades productivas. “Pregunte a un parado de larga duración en Valence, a un trabajador precario de Bangladesh, a un migrante de Lesbos o a una persona sin hogar en París...”.

Sobre otro asunto, el filósofo afirma que la pandemia detuvo, de momento, la actividad de grupos terroristas. “Pero fue de corta duración. Al principio, el miedo era global. El asombro era total. De hecho, la propia gente del Daesh estaba aterrorizada -asegura-. Declaró a Europa una zona de riesgo para sus combatientes y estos se fueron a sonar la nariz con pañuelos mentolados a sus escondites sirios e iraquíes. Pero han reanudado la ofensiva en Siria. Contra mis amigos kurdos. También un poco en Francia”.

Pero sin una amenaza externa, hay otros ganadores. “Hay muchos dictadores que vieron al covid como una bendición que les permitió fortalecer su poder”, asegura. A fin de probar su punto, sugiere un ejemplo. “Mire Nigeria, donde hay una buena proporción de los muertos que murieron, no por covid, sino por la violencia de las fuerzas de seguridad que dispararon contra personas que, hambrientas, ya no respetaban el confinamiento. Para todos los malos del planeta, esta pandemia fue una sorpresa divina”, asegura. Según él, otros gobernantes autoritarios como Vladimir Putin o Viktor Orban, de Hungría, también entran en esa discusión. Pero en su opinión, el resto del planeta está entregado a una suerte de tecnocracia médica en que “reinan los técnicos de ventilación, los inspectores generales del estado de alarma, los delegados de la agonía”.

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