Sebastián Silva, cineasta chileno: “Hay un infantilismo en justificar a la víctima”

Avecindado en Nueva York, de visita en Santiago, el director de La Nana comenta las singularidades de Tyrel, su cinta que llega este jueves vía streaming, combinando suspenso, incomodidades y observaciones sobre la cuestión racial.


Los afiches de las películas pueden desorientar, pero no necesariamente por manipulaciones o por pirotecnias. En el de Tyrel (de pronunciación parecida a tairrél) aparece de medio lado el personaje encarnado por el actor afrodescendiente Jason Mitchell, que en realidad no se llama Tyrel, sino Tyler (que suena como táiler).

¿A qué viene tan rara disociación entre título, afiche y protagonista? A que Tyler es como se llama el personaje y “Tyrel” es como le dicen –sin mala intención- algunos estadounidenses blancos, amigos de un amigo, por lo demás gente progresista. Lo llaman así porque, según parece, tienden a creer que así debería llamarse: porque, aunque no lo digan ni lo crean, intuyen que Tyrel, más que Tyler, es como debería llamarse un negro.

Presentado en Sundance 2018, el séptimo de los ocho largometrajes de Sebastián Silva (La nana, Gatos viejos, Guagua cochina) llega el 17 de diciembre a Chile vía CentroArteAlameda.TV. Y llega con su qué: la premisa del relato, por lo pronto, envuelve la señalada instancia de “microagresión” -o “microrracismo- durante un fin de semana enfiestado en una zona boscosa/montañosa del Upstate New York, al norte de la Gran Manzana. En un año marcado por protestas contra la discriminación racial y la brutalidad policial, se siente más actual que casi cualquier otra en circulación, aunque se haya demorado casi tres años en desembarcar localmente.

La película es chica, se rodó en 11 días y, con la posible excepción de Michael Cera (Supercool, Arrested sevelopment), no incluye intérpretes familiares para el gran público. Adicionalmente -sin ánimo de espoilear- recibió reproches parecidos a los que le cayeron a La nana (2009): que no se juega políticamente, que esquiva un conflicto presuntamente inevitable. Pero hasta los cuestionadores de ambas coincidirán en que portan un suspenso indesmentible , así como tensiones sostenidas que suelen nacer menos del relato que de los prejuicios del propio espectador.

Jason Mitchell (Tyler) y Christopher Abbott (Johnny) integran el elenco de Tyrel (2018).

De todo lo anterior es consciente el guionista y director chileno avecindado en Nueva York, que hace unos días llegó a Santiago para visitar a la familia y, eventualmente, a retomar un trabajo a medio terminar con HBO. Consciente fue también, aunque de manera algo tardía, de la existencia de ¡Huye!, thriller de horror que se convirtió en uno de los hits de 2017 y que también trata de un afroamericano rodeado de blancos sonrientes. No es que le moleste ni lo complique, en todo caso.

Con ¡Huye! hasta repiten un actor (Caleb Landry Jones). ¿Le llamó la atención tanta coincidencia?

No tenía idea de que existía la película, hasta que me contaron. Vi el tráiler y dije qué onda, quizá es diferente, aunque la premisa era bien parecida. El personaje que hizo Caleb lo iba a hacer Kieran Culkin, que se tuvo que bajar medio tarde, y ahí los Safdie Brothers, que habían trabajado con Caleb en Heaven knows what (2014), me dijeron que él podría hacerlo. Lo llamé, voló al otro día y llegó al set: ahí me enteré de que había hecho de antagonista en ¡Huye! Las coincidencias se estaban apilando jevi, pero los dados ya estaban tirados. Ahora, me encanta que existan esas dos películas: estábamos editando Tyrel cuando salió ¡Huye!, y son muy parecidas: hay un negro que va donde los blancos a un lugar lejano y queda la zorra, un poco. La mía es de un negro que va a un lugar lejano con blancos, pero, ¿queda la zorra o no queda? Y lo que le pasa a Tyler es lo que les pasa a casi todos los negros rodeados de blancos en la oficina, en un restorán, en un cumpleaños.

Las comparaciones abundaron en las críticas de Tyrel...

Me gustó lo que pasó con las críticas. Me encantó que las compararan de la forma en que las compararon. No sé si la ayudó o la perjudicó comercialmente, pero me pareció genial. Yo estaba tratando de insistir en mirar las áreas grises y en entender que el dolor que atraviesa Tyler es grave y es importante y merece una película, y nadie tiene que morir ni nadie tiene que matar para que podamos darnos cuenta de que el dolor y el combate son reales, y que se viven de forma constante debido a la historia del país, no necesariamente a hechos concretos.

Por eso Tyler sufre tanto: no sabe si él es quien está inventándose odios, o exagerando, o no teniendo la habilidad de perdonar que le digan “Tyrel”, sintiendo que tiene que odiarlos por eso. Es un claustrofóbico.

Eso está en sus películas desde el comienzo: el encierro, la claustrofobia. ¿Ve una continuidad por ese lado?

Al parecer, tengo una fascinación con eso. Hay un libro sobre cineastas chilenos [El novísimo cine chileno, 2011] donde mi capítulo se llama Cautiverio infeliz. Creo que (Héctor) Soto leyó súper bien lo que estaba haciendo y lo que he seguido haciendo: Crystal fairy, Magic magic, Tyrel presentan situaciones en las que alguien se siente alienado. Es un problema de alienación, pero también de ambigüedad. ¿Debería estar alienado o está inventándose los problemas? Estas películas te dejan un poco con la duda. Me importa mucho que mis películas no tengan conclusiones muy explícitas, que dejen una ambigüedad. Por supuesto, tienen una conclusión, quizá porque estoy acostumbrado a la narrativa más aristotélica, pero me interesa mucho crear ambigüedad y crear dudas.

¿Cómo puede verse Tyrel tras la muerte de George Floyd y todo lo que gatilló?

Lo de George Floyd produjo un movimiento súper fuerte, aunque ha habido casos como el de Trayvon Martin (2012). Cada cierto número de años, pasa algo que hace que quede la zorra en EE.UU., pero siempre volvemos a lo mismo. Y ahí están el agotamiento y la desesperanza respecto de que las cosas cambien de verdad. No digo que haya que rendirse ante la ignorancia y la violencia, pero la historia demuestra que no aprendemos muy rápido.

La película no busca víctimas ni victimarios, y se sitúa en las áreas grises. Las dinámicas raciales, al menos en EE.UU., están generalmente expuestas de un modo mucho más extremo: la víctima tiene que quedar clarísima y el victimario también, y las víctimas son generalmente personas súper nobles. Hay un infantilismo en justificar a la víctima: cómo le pueden hacer esto a alguien que es tan bueno. Pero no tienes que ser una persona santa para que no te latiguen, o para que no te insulten o para que no te discriminen. Puedes ser alguien que le pone el gorro a la esposa, o que roba, o que incluso es violento, pero igual no mereces ningún tipo de discriminación.

Una película implosiva

Silva (Santiago, 1979) es de quienes dicen haber tenido suerte en medio de las calamidades que la pandemia ha generado en el cine: “He trabajado freelance toda mi vida -desarrollando proyectos, escribiendo-, así que estar en mi casa ha sido un poco la norma, a no ser que esté en rodaje o preproduciendo o buscando locaciones. En ese aspecto estaba bien preparado para el encierro, y tuve la suerte de que se corrieron bastante proyectos de largometraje. Yo estaba en Chile dirigiendo una serie para HBO, Los Espookys, y se tuvo que posponer en la mitad. Es probable que retomemos este verano, y también por eso estoy acá. Bueno, todo está medio incierto siempre, pero esa es la idea”.

Para mayor fortuna, agrega, lo invitaron a escribir “para otra serie de HBO, y desarrollé un proyecto que me encanta, de dibujos animados, con gente que admiro mucho”. Dadas las circunstancias, ha sido este un período de desarrollar. “Hay dos proyectos de largometraje”, cuenta, “y estoy coescribiendo con un escritor mexicano. Debo estar en unos seis proyectos, con diferentes colaboradores, de diferentes tamaños. Pero siempre ha sido un poco así. No sé cómo lo harán los demás, pero siempre tengo al menos unos cinco proyectos andando con diferentes personas, diferentes fechas y presupuestos. Y uno espera, a ver qué sale”.

La incomodidad y el suspenso parecen estar menos en la película misma que en las expectativas y en los prejuicios de los propios espectadores. ¿Cómo se plantea eso en el guion y en la puesta en escena?

Me ha pasado en varias películas donde escribo los guiones que, después, me doy cuenta de que están haciendo que la audiencia esté súper tensa y proyectando fatalidades. Pero en esta fui más consciente de eso. En La nana me pasó que mucha gente pensaba que ella iba a cometer un crimen, una narrativa que jamás me imaginé. En Tyrel fue algo un poco más manipulador: estamos en una cabaña en medio del bosque, que ya es medio jevi; después, son puros blancos y un negro, que para la media gringa ya es una receta para el desastre.

Ahora, se la mostré a chilenos y a negros europeos, como un amigo de Londres, y la reacción no era la misma: a los gringos, especialmente a los blancos, les produce una tensión mayor. Alguna gente se iba de las salas: sentían que yo estaba llevándolos a un tipo de final sangriento, pero es porque todos esperan una venganza, una explosión. Las películas que tratan estos temas son más explosivas, y Tyrel fue diseñada para ser implosiva. Ha habido gente del público que encuentra que termina bien y hay gente que encuentra que termina muy trágica. Es como si la película dijera “hay una herida abierta y va a seguir abierta para siempre”.

Cuando Sebastián Lelio presentó Desobediencia (2017), no faltó quien le reprochara que los personajes lésbicos no estuviesen interpretados por actrices lesbianas. ¿Le pasó con Tyrel que, por no responder a una identidad étnica como la de Jordan Peele [el director de ¡Huye!], le dijeran que no estaba calificado para hacerla?

Sí. Es el tema de la apropiación cultural, que está en boga: la gente está muy atenta a no hacer apropiación cultural. En ciertos casos, yo podría estar de acuerdo en que puede ser nefasta, y creo que no estoy calificado para relatar fielmente la experiencia negra: no soy negro, y hasta ahí llegué con mi argumento. Nunca podré entender la black experience, tal como un heterosexual nunca podrá entender el drama interno de un homosexual. Sin embargo, he participado más pasivamente en presenciar lo que expuse en la película. Me ha tocado verlo de cerca, como me ha tocado ver otras cosas de las que he hecho películas, y no es tan simple.

Eso sí, esto requiere una responsabilidad extra: asegurarse que uno no está cagando fuera del tiesto. Si voy a retratar la lucha de un hombre negro en medio de hombres blancos, y en cierto sentido lo que ha causado el racismo sistémico en la psique de la gente negra, debo ser muy cuidadoso para no estereotipar. Pedí orientación a amigos negros, dentro y fuera del medio, y entre sí no tenían la misma opinión acerca de nada: algunos pensaban que era totalmente irreal que un personaje como Tyler hubiese accedido a ir a Upstate New York con puros blancos, y otros me decían “de todas maneras habría ido”.

Ahora, todo el mundo tiene el derecho a hacer lo que quiera, cuando quiera, pero debes atenerte a las consecuencias. Si vas a hacer una película de un tema que no conoces y que es delicado para alguna gente, te puede ir pésimo, y con toda razón.

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