Cristalina Parra: “Sé que tengo una vida súper privilegiada”

Nieta de Nicanor Parra, quien solía llamarla Lina Paya, debuta en poesía con el libro Tambaleos, una suerte de diario de viaje que atraviesa de Las Cruces a Nueva York y a las dunas de Abu Dabi, a donde viajó en 2018 para estudiar Historia del Arte.


Estaba en tránsito. A punto de subirse a un avión rumbo a Emiratos Árabes, Cristalina Parra se enteró del estallido social en Chile. La nieta de Nicanor Parra llevaba un año lejos del país: en 2018 cambió los cerros de Santiago por el desierto del Golfo Pérsico para estudiar Historia del Arte en la sede de la Universidad de Nueva York en Abu Dabi. Entonces se mantuvo pegada a redes sociales para seguir la crisis que vivía el país. Fue un remezón emocional, dice. Uno de los que le dan forma a Tambaleos, su primer libro de poemas. “Chile despertó y siento que sigo en un sueño extraño”, escribe.

Son las 11 de la mañana en Santiago y en Abu Dabi el sol comienza a caer. Cristalina Parra, Lina Paya para su abuelo Nicanor, aparece en la pantalla del Zoom para hablar del estreno de Tambaleos, un libro que se fue armando con poemas nómades anotados en cuadernos o en el celular.

“Me di cuenta de que los poemas son súper dispersos, como yo, y lo que los unía es esta sensación de inestabilidad. Los poemas saltan de un lugar a otro, lo que da la sensación de un movimiento constante, y con eso viene el tambaleo”, dice.

Hija de la actriz María José Núñez y del músico Juan de Dios (Barraco), Cristalina nació en Santiago el año 2000. Estudió en el Colegio Nido de Águilas, donde trabajaba su mamá y donde hizo amistad con Tatiana Farkas, la hija de Leonardo Farkas. Su vida ha estado cruzada de viajes, y eso informa también a su poesía.

“Me fui de Santiago, dejé a mi gato y a mi mamá, se me murió un abuelo, un gato, conocí y reconocí a mi familia, y de ahí todo se empezó a enredar. Para desenredarlo escribí, escribo”, relata en Tambaleos.

Creció viendo a su abuelo con un lápiz y un cuaderno, y ella prolonga la herencia. “La escritura ha sido parte de mi vida siempre. Tomo la escritura como un proceso de sanación y como una línea de comunicación conmigo, con mi espiritualidad y mis ancestros”, dice.

Nueva York, Londres, Beirut, El Cairo son algunos de los escenarios del libro, un conjunto de “poemas guachos” que ella define como bitácora de viaje. También aparecen Pichilemu, Santiago, Las Cruces, Nicanor, Violeta, su mamá, la guitarra de su papá y la marraqueta con palta. Escrito en un lenguaje coloquial y en textos breves, a veces epigramas, el libro transmite nostalgia, melancolía y también desarraigo.

Admiradora de Raúl Zurita y Claudio Bertoni, dice que se ha sentido muy acogida por las autoras chilenas, especialmente Arelis Uribe, Paulina Flores y Romina Reyes. Y en los poemas de la escritora Etel Adnar, libanesa radicada en EE.UU., encontró eco para sus emociones.

¿Cómo ha sido su experiencia en Medio Oriente?

Me obligó a tener un enfrentamiento con mi identidad muy fuerte. Me ayudó a comenzar un proceso de reflexión sumamente profundo. Otra cosa, y que se nota en el libro, es un tema lingüístico. Siempre he hablado en inglés, crecí bilingüe, y empecé a habitar ese espacio y el spanglish con más autoridad, y por lo mismo comencé a habitar mi voz en español también con más autoridad. Y en ese sentido ha sido interesante experimentar con mi identidad de una manera tan distinta si me hubiera quedado a vivir en Santiago.

Es un español muy chileno, muy coloquial.

El inglés es mi idioma académico, el español nunca lo fue. Siento que tengo mucha relación con el español chileno, vernacular, en comparación a un español académico. Y eso viene de mi contexto. Una de las cosas que más me gustan es escribir como la gente habla, y es algo que claramente rescato de la poesía de mi abuelo.

La figura de su abuelo está muy presente en el libro, ¿cuál fue su principal herencia?

Son demasiadas cosas, pero sin duda la escritura es la más obvia, pero la más importante, y la importancia de la familia. Eso no es único en mi familia, pasa en Chile y en todas las culturas no tan individualistas. Vivimos en una sociedad capitalista y que te trata de decir que seas individualista, pero eso va en contra de nuestra forma de armar comunidad. Y por eso la familia es un tema central dentro del libro. Cuando hablo de mi abuelo, hablo también de Mauricio, a pesar de que murió cuando yo era muy chica. La poesía es una vía de comunicación con mis ancestros.

Nicanor Parra y su nieta, a quien llamaba Lina Paya, en 2001. Foto de Alexandra Edwards.

¿Cómo llegó a esa idea?

Llegué a ella de forma bastante natural, la escritura inevitablemente me iba a conectar con mi abuelo, porque era poeta, y con la Violeta y con Roberto, que escribía canciones y teatro. Y me acuerdo muy claramente que mi mamá tenía diarios de vida. Me interesa la poesía y la escritura como un medio para distintas artes, y eso se transforma en una filosofía de vida: la escritura como una filosofía de vida. Y yo utilizo la escritura como una forma espiritual, porque no tengo otra vía para canalizar mi espiritualidad, no crecí en un ambiente religioso.

En libro habla del trauma hereditario. ¿Era inevitable que se dedicara a la poesía?

Creo que sí, me gusta pensar en mi ancestralidad y en mi destino como algo que siempre iba a ocurrir. Siempre me ha interesado el arte y tiene mucho que ver con la familia en que crecí. El hecho de haber estado siempre conectada con el mundo creativo en Chile y de tantas formas tan distintas, desde la escritura, desde el circo, desde el teatro.

“Quiero estar en Chile, mamá”, escribe. ¿Cómo maneja la nostalgia?

Chile es mi hogar, pero desde que tenía 10 años me cambié de casa. Hemos tenido distintos hogares con mi mamá, y siempre observé la vida como nómade. Pero definitivamente estar a muchos kilómetros de distancia y vivir en un tiempo tan distinto ha sido difícil. Lo más difícil es ver a Chile vivir procesos históricos de manera tan distante.

¿La sorprendió el estallido social?

Me sorprendió, justo estaba cambiándome de país, pero estuve súper pendiente. Y aunque no había estado en Chile hacía rato, era muy consciente de que las cosas tenían que cambiar; es un proceso histórico necesario.

Dada la educación y el medio en que ha vivido, ¿estaba enterada de los problemas del país?

Es muy importante hacer una distinción. Sí, fui al Nido de Águilas, pero también soy una estudiante becada y lo he sido toda mi vida. La educación que tengo ha sido el fruto de una madre sola levantándose todos los días a las 6 de la mañana para llevarme a estudiar y ella a trabajar, al mismo colegio. La educación se transformó en mi manera de sostenerme, económica e intelectualmente. Tuve una educación privilegiada, de la que estoy consciente y agradecida, pero vengo de una familia trabajadora, y es algo que todas las hijas de madres trabajadoras conocen bien. Estuve distante porque he habitado un espacio que está en la intersección de muchas partes, no solo económica, lingüística o cultural.

Cristalina Parra en una sesión para revista Paula, en 2019.

Por sus relaciones sociales se transmitió la idea de que llevaba una vida de lujos.

Es una intersección súper interesante. Ahora vivo una vida súper privilegiada y que no pago, algo que me ha pasado siempre. La pago de distintas formas, estudiando, y siempre lo he hecho así. Hay veces en que me encuentro en situaciones de mucho lujo, como que caí en eso. Sé que mi vida es bastante privilegiada, más que nada desde un punto de vista académico, y le voy a agradecer infinitamente a mi mamá por educarme de la manera en que me educó, porque es lo que más me apasiona; me encanta estudiar.

Sí viaja a menudo.

Sí, he viajado harto estando acá, que es algo que informa mucho mi poesía y por eso la describo como diario de viaje. Como tengo amigos de distintas partes, puedo ir a Beirut y quedarme con mi amiga y solo pago el pasaje, o me voy a Egipto y hago lo mismo; voy a Turquía y estoy con mi mejor amiga, que estudia en Buenos Aires y cuando va a Chile se queda con mi mamá. He logrado formar una comunidad internacional que me ha dado la posibilidad de vivir esas experiencias de manera natural.

¿Cómo se vive el feminismo en Medio Oriente?

América Latina recibe una influencia gringa tan imperialista y los gringos tienen una retórica tan islamofóbica, que muchas veces demonizamos culturas que pueden ser más conservadores sin entenderlas. Me carga decir Medio Oriente, es un término colonial, pero lo que más rescato es ver el feminismo desde distintos puntos de vista, y cómo el feminismo realmente se trata de tener derechos y posibilidades para escoger. Uno puede criticar la jihab, pero se necesita un pensamiento más crítico para pensar en el feminismo. Y la jihab puede ser una decisión, y una decisión válida. Claro que todo depende del contexto, y eso es algo que yo he ganado al vivir acá: contexto. Mi experiencia aquí es muy distinta a Arabia Saudita, Omán o Palestina.

Anochece en Abu Dabi y Cristalina Parra cuenta que en la universidad ha formado una comunidad donde es la única chilena. “Algo que me ha ayudado mucho es el spanglish, la amiga con quien vivo es de Puerto Rico y hablamos en splanglish todo el rato. He podido armar una comunidad y embarcarme en el viaje de descubrir mi identidad de manera colectiva”, dice.

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