Adiós a Janet Malcolm: la pluma mordaz e iconoclasta del periodismo norteamericano

Aunque nació en Praga, la autora hizo de Nueva York su casa desde 1939. Aquí, una foto de los años 90. (AP Photo/George Nikitin, File)

La autora del célebre libro El periodista y el asesino, donde desacraliza la imagen del reportero como un profesional atado siempre a la ética, falleció hoy víctima de un cáncer a los 86 años. Gran parte de su estilo lo desplegó en The New Yorker, aunque también en imperdibles libros que sirven para comprender los rincones menos nobles de su profesión.


“Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno”.

La frase es una de las más citadas en escuelas de periodismo alrededor del mundo, aunque en rigor es el inicio de El periodista y el asesino (1990), el libro más célebre de la periodista y escritora Janet Malcolm. Pero también algo más: es la encarnación cabal de una autora que siempre observó en detalle los claroscuros de la profesión, sus dilemas, sus difusos límites éticos, el duelo entrevistador/entrevistado que puede sepultar un destino completo, y hasta los complejos entresijos privados que a veces definen un gran reportaje o perfil.

Todas técnicas aplicadas con pluma certera, opinión mordaz y meticuloso chequeo de fuentes: en la tierra fértil del periodismo más literario o narrativo abonada en un principio por hombres, como Tom Wolfe o Gay Talese, Malcolm destacó por una personalidad ascética donde nunca pontificó acerca de las virtudes de su trabajo y donde nunca agregó mayores brochazos de épica donde no los había (cuando alguna vez el New York Times le disparó la manida pregunta de “¿qué libros hay en tu velador?”, dijo que no se acordaba y prefirió recordar las pastillas que dejaba ahí antes de dormir).

Otra de sus grandes obras, Ifigenia en Forest Hills: Anatomía de un asesinato, es también una buena marca de ese derrotero: una situación tan opaca y rutinaria como un juicio por asesinato a una madre de una comunidad judía ultraortodoxa que reside en Queens lo convierte en una maravillosa coreografía de jueces, abogados, jurados, testigos, tutores, familiares, sicarios y traductores que se ven enfrentados a un experiencia fatal e indescifrable. Pocas veces una crónica judicial había adquirido un vigor tan bien esculpido.

El periodista y el asesino es algo similar: ya el título pone a la par al hombre que pregunta con el hombre que acribilla. Pero la historia es bastante más compleja y pone de relieve las preguntas que han sitiado al periodismo desde sus orígenes, aparte de un asunto fundamental: ¿quién es el monstruo en esta historia? ¿Quién mató o simplemente quién contó esa historia?

El texto cuenta el caso de Joe McGinniss, periodista que consolidó una amistad con Jeffrey MacDonald, acusado de asesinar a su mujer y sus dos hijas. Tras cimentar un vínculo profundo, que iba desde confesiones íntimas hasta tardes de cerveza y donde el reportero le hacía creer al criminal que era inocente, el profesional luego se apartó de la relación para contar toda la historia en un libro multiventas que apuntaba a un solo foco: su amigo era absolutamente culpable. En palabras simples, usó todos los trucos posibles para engatusarlo y para después traicionarlo.

El conflicto fue a juicio y de todo aquello se sirvió Malcolm para hacer una radiografía de una ética periodística frágil y retorcida. La relación entre un periodista y su fuente, bajo su mirada, parecía siempre estar cerca de abrir una herida imposible de citarizar.

Nacida en Praga en 1934 y residente en Estados Unidos desde 1939, gran parte de su obra transitó por ese sino, iniciándose en la prestigiosa revista The New Yorker -su mayor casa laboral- en 1963, con artículos muy puntuales acerca de litetarura infantil o artículos navideños, pero en pleno punto de ebulición del Nuevo Periodismo.

Con el curso de los años empezó a ocuparse de temas ligados al psicoanálisis, los que desplegó en libros como Psicoanálisis: la profesión imposible (1981) y En los archivos de Freud (1984).

Todos con cierto acento polémico, aunque también merecedores de aplausos y elogios. El escritor y editor Robert S. Boynton quizás le regaló el máximo de ellos en la obra El nuevo Nuevo Periodismo, donde le sugiere a los entrevistados: “Nunca comas frente a Janet Malcolm. Seguramente no sea una buena idea concederle una entrevista, ya que grabará en su cabeza, con una precisión devastadora todos tus gestos inconvenientes y tus tics nerviosos”.

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