Crítica de discos: las diversas fases creativas de Camila Moreno, Iggy Azalea y The Killers

Mientras la chilena edita un disco intenso que la muestra en plena ebullición de ideas, los originarios de Las Vegas adquieren un tono más espectral, dejándole la fiesta a una Iggy Azalea que exuda pura noche.


Camila Moreno - Rey

El cuarto título de la artista ganadora en tres ocasiones del premio Pulsar, incluyendo álbum del año por Mala madre (2016), es el más ambicioso de su trayectoria, un disco conceptual de 20 cortes que, según detalla, “plantea cómo existe el amor y el erotismo en los márgenes establecidos, y cómo podemos correrlos de lo que entendemos por posible”. Transcurre en un futuro distópico con la historia de una niña cyborg criada por perras, relato que acoge contingencias, reivindicaciones y nuevos paradigmas en el amor y las relaciones. Rey cuenta con varias capas de profundidad que sintetizan la versatilidad estilística e instrumental de Camila Moreno, superando cierta parquedad melódica impresa en el laureado Mala madre. Ahora proyecta su voz singular en todas direcciones, como si dejara correr un torrente de dibujos y armonías para mayor intensidad de distintas escenas, siempre dinámicas y vívidas. Si bien la electrónica es la central de energía en Rey, alimenta urbano, rock y pop, a veces todo combinado como reflejo de un ánimo refundacional donde los prejuicios quedan atrás. Álbum denso, voluptuoso y arrojado, Camila Moreno experimenta su mejor momento creativo.

The Killers - Pressure machine

El sino de las bandas con pegatina retro rock fue el debut auspicioso, rápida escalada a grandes festivales y estadios, seguido de una cadena de álbumes cada vez menos interesantes. Le sucedió a The Strokes y también a The Killers. Desde Hot Fuss (2004), con sabor a Duran Duran y una pizca de Blondie (el batero Ronnie Vannucci Jr. parecía el heredero natural del grandioso Clem Burke), el cuarteto de Las Vegas liderado por el carismático Brendan Flowers, se empecinó en canciones luminosas de épico diseño, con el deseo indisimulado de sacar del podio por un rato a U2, sin poner mucha carne en la parrilla.

Pressure machine gira en torno a los recuerdos de Flowers en Nephi, Utah, la pequeña comunidad donde creció. Las canciones son precedidas por grabaciones de habitantes de distintas edades y miradas de un espacio con características arrulladoras y claustrofóbicas. Flowers se asume en la tradición de Bruce Springsteen relatando vidas truncas (Quiet town), o los padecimientos de un chico que oculta su sexualidad en el contexto de los 90 (Terrible thing). Es un álbum de tono fantasmal, reverberante, con aires y espacios poco comunes en el cancionero de The Killers.

Iggy Azalea - The End of an era

A los 31 años, la estrella rap australiana Iggy Azalea parece de otros días, orgullosa y desafiante al ostentar un empoderamiento suscrito a una estética de club nocturno, sexo intenso y parranda interminable, los mismos principios de la cultura hair metal hace 35 años. Ha sido acusada reiteradamente de apropiación cultural de la estética afroamericana y recibe críticas por su acento estadounidense callejero, país en el que ha vivido la mitad de su vida. Los cuestionamientos recargan de intensidad las canciones de este tercer álbum de energía ininterrumpida, donde su fraseo mantiene el embrujo de una serpiente, una labia revestida de una seductora mezcla de altanería y desdén con finalidad fiestera.

The End of an era transcurre en ambientes donde se baila en el caño entre otras actividades, como ocurre en Iam the stripclub -”usa su boca para algo más que declaraciones, quiere ser rica, no quiere ser famosa”-, carnalidad explícita -Nights like this, Sex on the beach-, y la sinceridad por el carrete duro expuesto en Emo club anthem. Las acusaciones en contra de Iggy Azalea caen ante su energía y sinceridad.

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