Damián Tabarovsky, escritor y editor argentino: “Si un libro me perturba, se publica "

Damián Tabarovsky. Foto: Barbara Scotto.

El célebre autor trasandino acaba de llegar a las librerías del país con una edición nacional de Fantasma de la vanguardia, el ensayo donde pone en cuestión a la industria de libro. En conversación con Culto se muestra crítico de los editores que creen que su obra es su catálogo, explica cuál es su criterio para el éxito de un libro, y se detiene en nombres como Selva Almada o Tamara Kamenszain.


Es uno de los ensayistas argentinos más lúcidos de nuestro tiempo. De hecho, en 2004 su libro Literatura de izquierda marcó un hito, y hasta hoy, es uno de los imperdibles de las letras del otro lado de la Cordillera. Tanto que en 2018 volvió a editarse.

De alguna manera, el último título de Damián Tabarovsky, Fantasma de la vanguardia, que acaba de editarse en Chile vía Alquimia Ediciones, retoma los hilos que abrió con Literatura de izquierda, en vistas a observar la industria del libro de manera bastante crítica. “Estuve muchos años pensándolo, escribía un artículo, después otro. A diferencia de cuando escribo una novela, donde soy más rápido”, explica.

Entre sus postulados, Tabarovsky señala que hoy la literatura se encuentra entregada al mercado, de hecho, la define como “entretenimiento inteligente del presente”. Por eso apela a lo que denomina “el Fantasma de la vanguardia” como un instrumento para poner en duda la literatura, para enrarecerla, sacarla de los lugares más habituales en los que se desenvuelve.

En ese sentido, ¿cómo llevar a la praxis una idea así cuando la industria cultural funciona como un eslabón más del mercado? Tabarovsky señala enfático: “No hay un afuera del mercado, pero plantear la discusión y el malestar por el estado de las cosas, ya es importante, porque lo que hay es una expulsión de cualquier idea de disconformidad”.

“Ya plantear esto me deja en un lugar bastante solitario -añade Tabarovsky vía Zoom-. Cuando me toca escribir, como autor y editor, busco ciertas narrativas, ciertas sintaxis que no vayan por los caminos centrales”.

Editor poco glamoroso

Tabarovsky no solo ha hecho un trabajo interesante como autor. Como editor, es uno de los nombres importantes en Argentina, junto a otros como Luis Chitarroni, el fallecido Juan Forn o Daniel Divinsky. Al frente de Mardulce, y antiguo director editorial del sello Interzona, se permite una reflexión que puede sonar como un suicidio.

“No me interesan las editoriales que duren, más allá que Mardulce tiene más de 10 años. Pero no me refiero solo a Mardulce, es en general. Las pienso como instituciones en el nodo entre literatura y mercado que marcan una era”.

Sacamos a relucir el tema porque en el libro se muestra bastante crítico con la labor actual del editor, “se volvió un oficio glamoroso”, dice. Aunque de todos modos reconoce la labor de los nuevos nombres en la edición autogestionada. “La edición independiente, por lo menos en Argentina, pero también en España y en Chile, ha publicado lo más interesante de la narrativa de los últimos años. Se ha renovado producto de la baja en los costos de impresión y de diseño, recambio generacional de los editores muy diferentes a los de las décadas de los 80 y 90, donde predominaban los catalanes”, apunta.

¿Y hoy cuáles serían los problemas a los que se enfrentan?

Estas nuevas generaciones son más eruditos y eso corre el riesgo de crear un nuevo monstruo, la figura del editor rey. Al mismo tiempo que las editoriales multinacionales han abolido la figura del editor, porque los reemplazan por gerentes de marketing, pasa que editores independientes señalan que su catálogo es su obra. Pero no, obras tienen los autores, no los editores. Hay que cuidarse de la figura del editor rey, que cree que cada libro que publica en realidad es un capítulo de su obra, que es el catalogo.

En tu caso, has desarrollado una labor importante como editor, descubriste a Selva Almada y Ariana Harwicz, ¿qué es lo que te llama la atención de una autora o autor cuando decides publicarlo?

Mirá, lo primero que aprendí como editor, de uno que me editó unas novelas, Luis Chitarroni, es que un editor no tiene que publicar necesariamente su biblioteca personal. Yo seguí ese consejo, de todos los autores que publiqué en Mardulce, muchas veces eran autores que me perturbaban, es decir, que me ponían en discusión. Por ejemplo, El viento que arrasa, de Selva Almada. Es un formato más bien clásico, breve, totalmente narrativa. Muy diferente a lo que me interesa leer o a lo que escribo yo. Cuando la leí, me di cuenta que la novela era perfecta en ese género. ¿Que hacia yo?, ¿publicaba autores que se asemejen a mi biblioteca, u entrar en conflicto? El viento que arrasa retoma la tradición del sur estadounidense, de (William) Faulkner, que no estaba presente en la narrativa latinoamericana. Si uno piensa en autores tan diferentes como (Juan) Rulfo, (Juan Carlos) Onetti, o (Juan José) Saer, los tres van a Faulkner, hacen algo diferente, pero ninguno de los tres se piensa sin Faulkner. Entonces, El viento que arrasa me pareció tan perturbadora que la publiqué, fue la primera novela de Mardulce. Nunca pensé que iba ser un éxito, además era el privilegio de ser primera novela. Si me perturba, se publica.

También dices que algunas editoriales independientes tienen “catálogos espantosos”, ¿cómo crear un fondo editorial que sea sólido?

Los fondos espantosos son sólidos, son los que funcionan. Buen o mal catálogo es siempre subjetivo, tiene que ver con una forma de leer narrativa, y también otra forma de circulación. En las editoriales independientes es más artesanal, los recitales de lectura, eso favorece a los catálogos que toman ciertos riesgos. Para mi como escritor o como editor, el criterio de éxito es que dentro de 20 o 30 años, en algún momento dos chicos entren en una librería de viejo y digan ‘oh este libro, Literatura de izquierda, me han hablado bien’, y lo compran. Eso es, con eso basta y sobra. Es muy difícil tener UN lector, no público, no lectores. Eso no es fácil, si yo encuentro un lector futuro, ese es el criterio de éxito.

Hace poco hubo dos fallecimientos de nombres destacados en la literatura argentina, como los de Juan Forn y Tamara Kamenszain, ¿cómo te tocó la noticia a ti?

Juan Forn era el editor de Planeta, siempre fue interlocutor en forma para la discusión, nunca en términos personales. Con Tamara tenía una relación más personal porque fui íntimo amigo de su exesposo, Héctor Libertella. Y él ha influido mucho sobre mí, de hecho ahora estoy haciendo una antología de autores argentinos de los 60 y 70 y él tiene un lugar central. Ella (Tamara) era poeta, nunca me la intercepté editorialmente. Recomiendo mucho El libro de Tamar (2018), que fue uno de los últimos que sacó, en Chile debe estar, donde cuenta la relación con Libertella, la relación editorial e incluso de disputas entre ellos, en el sentido que hasta último momento él siguió siendo un cabeza dura vanguardista y formalista, y Tamara fue rompiendo con eso. Todo ese proceso de acuerdos y desacuerdos está en ese libro.

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