Columna de Marisol García: Triste y caliente

Mitski, Alizzz y Arca
Mitski, Alizzz y Arca

A veces la música ajusta ritmo y arreglos que combinen con la temporada. En las actuales circunstancias de confusión e incertidumbre extremas, lo que se escucha tiene pulso agitado y estela densa (como la inflación). Lo llaman “el pop de la resaca triste”, hecho por y para una generación joven que se debate entre la ansiedad por devorarse el sobrestímulo digital que sólo detienen durmiendo, la rigidez de un debate de alardes moralizantes e identitarios, y al fin la desazón ante una época en la que saliendo de un golpe te espera otro. Y otro más.



Canciones tristes para tiempos sombríoas. Estribillos eufóricos durante repuntes ídem. Crescendos de orquesta al servicio de una circunstancial expectativa social. A veces la música ajusta ritmo y arreglos que combinen con la temporada. En las actuales circunstancias de confusión e incertidumbre extremas, lo que se escucha tiene pulso agitado y estela densa (como la inflación). Lo llaman “el pop de la resaca triste”, hecho por y para una generación joven que se debate entre la ansiedad por devorarse el sobrestímulo digital que sólo detienen durmiendo, la rigidez de un debate de alardes moralizantes e identitarios, y al fin la desazón ante una época en la que saliendo de un golpe te espera otro. Y otro más.

El pulso de moda deja correr secuencias programadas que no por rápidas consiguen esconder su intrínseca melancolía. “Sad but hot”, lo califica una columnista de El País. “Pasiones tristes que atraviesan nuestras diversas desigualdades”, complementa un analista atento; y es cierto que los singles 2022 que muestran ya sea Rosalía, Charli XCX, Arca, Grimes o C. Tangana equilibran un raro tándem entre erotismo y agobio, deseo y cautela, acaso como nunca antes en la oferta de pop con ambición global.

Le hemos dado estética a la tristeza: vimos que no era verdad nada de eso del sueño americano, y entendimos que tenemos que crear nuestro propio camino. Eso crea muchas frustraciones. Pero no sé si somos una generación especialmente triste ni frágil: sólo hemos roto muchos tabúes, creo que somos muy interesantes a nivel cultural y que tenemos muchas cosas que decir”, lo sintetiza Alizzz, prestigiado y joven productor español cuyo primer disco solista (2021) podría calificar como preciso símbolo de esta tendencia, desde su título (Tiene que haber algo más) a la sucesión de imágenes de exceso (previa) y soledad (after) descritas en un tema como Ya no siento nada: “… un dulce error / no sé cuántos llevo […] quiero sentir algo / aunque mientas / aunque to’o sea falso”.

Fragilidad medioambiental, colapso sanitario y crisis económica nos han dejado con “la deliciosa miseria del sacudón triste”, diagnostica The New York Times aludiendo a una banda sonora pandémica nutrida de versos sobre angustia, ansiedad y anhelo junto a melodías animosas y estribillos tan contagiosos, “que ondean su camino hacia tu cerebro sin que este acuse recibo del daño emocional con los que cargan”. “Música de la disociación” diagnosticará Pitchfork tomando ejemplos de Mitski, Dry Cleaning y Cate LeBon; hábiles todas ellas en anestesiar sentimientos oscuros bajo máscaras de empatía.

Por décadas creímos que la música pop era evasión, pero hoy más parece un radar. O acaso un metafórico sismógrafo. Incluso las bandas maduras registran en su reciente cancionero el sentir de un tiempo que aúna decepción y lucidez. “Es una época de duda / y dudo que la comprendamos: / ¿eres tú o soy yo?” es la idea que abre el más reciente disco de Arcade Fire. Le cantan allí a “la era de la ansiedad”, en la que la fiebre se combate con pantallas, “y en la que nadie duerme”. Las modas pop solían al menos tener dirección. Hoy sólo hay intensidad sin rumbo previsible.

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