El quinto Beatle de la escena urbana

Ha hecho una carrera brillante como productor musical. Un cerebro detrás del cristal, que fabrica a las nuevas estrellas de esta generación. Para Pablo Feliú no es suficiente. Él quiere ser un artista.


El patio del Colegio Pedro de Valdivia, en la comuna de Peñalolén, es un arcoíris en movimiento. Niñas y niños camiseteados ondean banderas con los colores de sus alianzas escolares. Están apretados, unos junto a otros. Todos los ojos apuntan al escenario principal, donde hay instrumentos musicales y técnicos probando micrófonos. Hacen ruido. Sus voces chillonas se funden en una frecuencia intermitente de gritos y conversaciones indistintas. Un sonido denso, que se devora a la mañana azulada de primavera. La competencia se llama «Tributo al rock». Estudiantes de varios cursos deben hacer un cover de una canción asignada, imitando como mejor puedan a la banda original. Detrás del cristal del anfiteatro, los chicos que están por salir a cantar miran nerviosos a la multitud.

Pablo Feliú, de octavo básico, es uno de ellos. Usa pantalones pitillos rojos. Su torso descubierto de niño está rayado con plumones negros imitando al detalle cada tatuaje de Anthony Kiedis, vocalista de los Red Hot Chilli Peppers. Es el artista principal de la improvisada banda y se alista para cantar la canción Californication. Sus compañeros de la performance, todos de cursos mayores, ensayan por última vez.

Pablo mira detrás del vidrio. Ansioso, está listo para salir al escenario, cantar ante el resto del colegio y sentirse la estrella que siempre ha querido ser.

***

Estaba terminando el 2021. Pablo fue a su trabajo en el estudio de Sony como un día más. Su meteórica carrera como productor y compositor musical lo llevó a ser contratado por La Industria Inc, sello discográfico con sede en Colombia, casa musical de artistas urbanos de la talla de Nicky Jam y Manuel Turizo. Por la mañana se juntó con Reggi «El auténtico» e Izybeats, otros dos megaproductores, a una reunión de cerebros.

—Te cuento, Wisin y Yandel quieren hacer algo distinto al perreo clásico de la mata—dijo Reggi.

—Tengo ganas de hacer algo más electro— ofreció Pablo.

—Let’s go—respondió, con un spanglish afirmativo.

En ese momento Pablo supo que tenía que darlo todo. No todos los días tenía la oportunidad de escribir una canción para dos fenómenos del reaggaetón como Wisin y Yandel.

Se pusieron manos a la obra.

La canción iba tomando forma. Directo de la cabeza de Pablo al mundo real. Cuando la mitad del trabajo estaba hecho, fueron interrumpidos por el productor de Sony.

—Atentos con la noticia. Wisin y Yandel vienen a escuchar la canción.

Pablo no sabía qué hacer y solo pensaba:

«cagué, cagué, cagué».

—¿Cómo que vienen, si no la hemos terminado?—preguntó Reggi.

Se pusieron a escribir a la velocidad de un rayo. Grabar, grabar y grabar. No habían pasado ni diez minutos cuando sonó la puerta del estudio. Abrieron y ahí estaban, dos estrellas que alcanzaron la fama mundial cuando Pablo no había terminado ni tercero básico. Unos ídolos.

—Papi, ¿cómo estás?—lo saludó Wisin amablemente.

Pablo sintió que lo había visto todo. “Los extraterrestres son humanos”, pensó asombrado. El productor puso la canción y escucharon el trabajo sin digerir terminado hace unos minutos.

Aún no olvido la primera vez, que en tu cuarto desperté, con ese panticito rojo que tenía’, tú bailándome…—sonó por los parlantes, en una frecuencia modulada de ritmos afro—…vamo’ a recordar, cuando viajábamo’ en la cama sin regreso, haciendo eso, eso…

La tensión del momento se descomprimió cuando el tema llegó a su fin.

—Me encanta—dijo Yandel.

—Esta canción hay que grabarla hoy mismo— complementó Wisin.

Las reacciones dejaron a Pablo Feliú en las nubes. Hace tiempo que es reconocido en el mundo de la producción y la composición, pero estas eran palabras mayores. El medio lo reconoce como un profesional carismático, que lee la mente de los artistas y lo traduce en música para las masas. Un puente entre el músico y la gente. Otros cantarían su canción y recibirían el aplauso dulce del público, es cierto. Pero para él eso no era un problema. Hace tiempo que Pablo convirtió aquella sensación en sana costumbre.

Esa misma noche, Wisin y Yandel grabaron la canción Recordar.

***

—Bro, si tú quieres producir algo o sacar una canción tuya, llámame—le dijo convencido el rapero Eysein—yo full dispuesto.

Pablo recibió agradecido el mensaje. Un consuelo necesario. Venía llegando de Colombia, luego de su primer intento importante de convertirse en un artista. No lo sintió como un fracaso, pero había en él una sensación de tocar el cielo muy rápido y de no alcanzar ni a disfrutar el viento en el rostro antes de caer de vuelta a la realidad.

Todo pasó muy rápido.

Estaba partiendo 2016 y Pablo llevaba un tiempo sonando fuerte en Chile con su canción Prueba de química. Su nombre artístico en ese momento era O’ziell. El mánager Iván Huerta vio pasta en él y se lo llevó a uno de los epicentros de la música urbana para pasar de ser un one-hit wonder a un músico de carrera. Dejó todo en Chile. Contra el consejo de sus padres, abandonó la universidad y se fue a Colombia esperando cumplir su sueño. Allá firmó contratos, visitó estudios, grabó con artistas de renombre, como Alkilados. Al poco tiempo tuvo diferencias con su mánager y debió volver con las manos vacías.

Por eso, cuando su amigo Eysein le abrió las puertas, para Pablo fue como una segunda oportunidad. Lo único que tenía era su computador y un controlador midi. “Nos vamos a poner a hacer música”, se dijo.

Un día Eysein lo llamó por teléfono.

—Quiero que trabajes con un artista, Pablo— lo invitó el rapero—. Se llama Harry Nach y haremos un tema juntos.

Él no tenía idea quién era ese tipo. Le dijeron el nombre de una canción que se llamaba 1:00 AM. Pablo había escuchado la canción, pero el nombre de Harry Nach no le sonaba ni por si acaso. “Hay que hacerlo”, pensó. Le pidió el auto a su mamá y partió a encontrarse con su destino.

Conoció a Harry en el estudio de grabación. Se pusieron a trabajar una canción que Pablo había compuesto y producido.

—Hermano, nunca había sonado tan bien, qué bacán—le dijo Nach—quiero trabajar contigo, que seas parte de mi equipo.

Pablo no dudó. Aceptó la invitación y se puso a trabajar con el -hasta ese entonces desconocido- artista urbano.

Hicieron varias canciones juntos. Harry Nach se fue haciendo más conocido con las letras y los sonidos que salían de la cabeza de Pablo. No pasó mucho tiempo hasta que otros artistas emergentes querían grabar con él y ponerse bajo sus órdenes detrás del cristal. A todos les gustaba cómo sonaban en sus ritmos. Tan pulcro, tan abierto. Conoció a Cease, Young Kieff, Kid Poison, Polimá, entre otros. En ese tiempo conoció también a Felipe Ahumada, su segundo mánager. Ahí se dio cuenta. Era bueno en la producción, muy bueno. Pablo se convenció y abrazó su trabajo. Estaba sacando un buen sonido.

Pasaron casi dos años cuando lo volvieron a llamar desde Colombia. Detrás del teléfono lo llenaron de felicitaciones. Hace un tiempo Pablo había escrito la canción, Yo no sé, para el cantante Mati Gómez. Le contaron que la volverían un remix junto a Nicky Jam y Reik. Unas estrellas, que entre los dos suman casi 50 millones de oyentes mensuales, solo en Spotify.

—¿Me estás webeando?—dijo atónito Pablo.

—Queremos volver a trabajar contigo, nos interesas.

—Veámoslo…—respondió escéptico.

En eso, le dijeron que el contrato estaba enviado.

—¿Y si mejor viajas a Colombia, te pagamos todo y aquí mismo ves si firmas o no?

Era una nueva oportunidad. Ya no como artista, sino como productor y compositor. Significaba posponer por un tiempo su fantasía musical sobre el escenario, pero era su consolidación profesional en los controles. No sería el artista, sino el que los fabrica. A los pocos días, Pablo ya estaba en un avión rumbo a Colombia.

Nunca es demasiado tarde para hacer las cosas bien.

***

—Podrías contarle un poco a la cámara lo que vamos a hacer hoy.

—Gente, hoy es la reunión de los Avengers. Citamos a los verdaderos Avengers del género sudamericano. Y no se pueden perder esta historia, porque va a culminar en un maldito himno nacional.

Polimá Westcoast lo dijo con decisión. Que la canción sería un «palo», como dicen en la escena. Con la certeza de que lo que venía era grande. Claro, después de lograr cientos de millones de reproducciones con sus temas, la confianza está en su peak.

Ese día de fines del 2021, Pablo Feliú llegó tarde al estudio de grabación en la playa junto a Harry Nach, con quien llevaba tiempo siendo íntimo amigo. Hermanos. Como en los últimos años, uno cantaría y el otro produciría la canción Moneyman, junto a Pablo Chill-E, Galee Galee, Ithan NY y, claro, Polimá Westcoast. El tema tuvo también varios productores: Blopa, Magicenelbeat, Youngdst, Lil Shino, Blopa, Nikxz, Mike Fuller.

Pablo era uno más brillando en el firmamento urbano. Se sentía entre genios.

Moneyman, to’a mi’ cifra’ incrementándose, la’ bitchis revoloteándose, la calle está respetándome. Moneyman, y la PDI buscándome, yo de la vida riéndome, mientras la popo rastreándome.

El coro sonó una y otra vez.

—Tengo solo una situación—le dijo Polimá a Pablo.

—Dímelo Luián.

Polimá Westcoast

Había un enredo grande con las voces. Dos o tres versiones de cada artista hicieron que el trabajo fuera complejo. Los productores intentaron sacarlo adelante. En medio del desorden, el nuevo mánager de Pablo, Juan Diego Gómez, lo llamó por teléfono. Necesitaba urgente que le enviara un arreglo musical que estaba pendiente de un proyecto importante. No tuvo opción. Dividió su cerebro en dos en medio del montaje de Moneyman. Un hemisferio estaba pendiente de grabar las voces de los artistas urbanos, el otro, dibujaba en el bounce de audio el otro proyecto pendiente. Había estrés, pero Pablo Feliú pudo surfear el problema. Al poco tiempo la canción se publicó.

Tenían razón. Fue un “palo”. Un himno con 30 millones de reproducciones entre Youtube y Spotify. En Chile y en el extranjero.

No fue algo muy sorpresivo. Hace un buen rato la escena urbana chilena está sonando en el resto de Latinoamérica. Se armaron redes, contactos y oportunidades. Todas canalizadas a través de un nombre: Diego Sagredo. El principal mánager de los artistas emergentes chilenos. Si Moneyman fue la asamblea de los Avengers, Sagredo organizó la reunión de los power ranger rojo en el extranjero. Juntó a productores y artistas y los llevó a todos en un viaje a Miami. Un verdadero paseo de curso en las grandes ligas, con una bolsa llena de estrellas esperando a ser descubiertas. En esa aventura épica estuvieron Harry Nach, Polimá WestCoast, Pablo Chill-E, Kid Tettoon, Diego Smith, Nico Baby, Juliano Sosa, AK420, Carlitos Jr, entre otros. Pablo Feliú también viajó. En Chile grababan en estudios muchas veces artesanales y de repente estaban cantando en las verdaderas fábricas industriales de artistas de Sony. Pablo sintió la catarsis colectiva: “chucha, somos el género chileno y estamos en Miami”.

Para él, Diego Sagredo es como un hermano mayor al que respeta mucho, que cuando necesita una mano, Sagredo siempre está para ofrecerla. Y es recíproco. Para el mánager, Pablo Feliú es una persona totalmente respetable. “Con él también aprendo. Porque él sabe mucho de la industria de la música, tanto en producción como en lo ejecutivo. Sabe del negocio. Entiende qué hacer y qué no hacer”, me contó. También cree que Pablo tiene las aptitudes para ser un artista. Son sus cualidades humanas como productor las que Sagredo asegura lo pueden ayudar en su carrera musical. “Ser versátil, alegre, carismático y no imponer en el estudio”.

Pablo entiende que el camino para salir de detrás del cristal y ser él el rostro está pavimentado de los mismos elementos que lo llevaron a triunfar como productor. “80% de disciplina y 20% de suerte, de tomar las oportunidades, chicas o grandes”, me contó.

***

—Siempre he querido ser un artista.

Las palabras de Pablo Feliú se sienten livianas. A los cinco minutos, habla como si lleváramos conversando durante horas. Luce una especie de mohicano y el largo superior de su cabello cae como planta colgante con colores de otoño hacia un lado. Su barba sin bigote parece una sonrisa bajo sus labios.

—Era mi sueño de chico. Iba a los conciertos y decía “yo quiero estar allá arriba”.

Cuenta de su vida. De todas las veces que lo intentó y fracasó. De cómo él mismo se fue descubriendo, en una introspección musicalmente variopinta. “Siempre real a mí mismo”, dice. Para hacer su música, constantemente buscando las cosas buenas que le gustaban de sus inspiraciones anteriores.

—Siempre he escuchado Radiohead, por ejemplo. Esa influencia me dio otra visión de la música.

—Qué heavy, uno pensaría que alguien dedicado al género urbano recibe inspiración de otro tipo de sonidos.

—De hecho, Radiohead es mi banda favorita— dice riendo Pablo, con una carcajada que escala hasta sus orejas y achina sus ojos oscuros—Pyramid Song es el tema que más me gusta.

—¿Algo en especial de ellos que te mueva?

—Me encanta esa mística bacán que tienen como grupo, que tengan un mood tan tranquilo y de repente tienen sus subidas de loquera. Creo que eso va con mi personalidad también, es algo que me representa mucho.

Le pregunto por su carrera en producción y se suelta más todavía. Es su cancha. Dicen que sin su histórico productor, George Martin, The Beatles nunca se hubiese convertido en The Beatles. Para la historia, Martin siempre fue el quinto Beatle, al igual que Pablo Feliú, para el género urbano.

Un artesano de estrellas. Un fabricante de éxitos.

Sin falsa modestia y orgulloso de su trabajo, Pablo enumera uno a uno los artistas con los que ha trabajado como compositor o como productor.

—De la escena urbana en Chile el único que me falta es DrefQuila. ¡Ah y la Princesa Alba!

—¿En serio?

—Sí, he pasado por varios artistas, entonces igual como que la gente de la escena me conoce, respeta mi opinión, respeta lo que hago. Me gané un espacio dentro del género.

Y ha obtenido recompensas. Semanas atrás, se posicionó como número uno en Billboard en el Latin Airplay Chart. Recordar, que escribió para Wisin y Yandel, fue la canción latina que más tiempo pasó en las radios. Un trofeo que aquilata.

—Cuando pasó eso mi Instagram estaba reventado con mensajes y felicitaciones. Recién ahí dije como «chucha, parece que le tengo que empezar a tomar más peso».

Pablo Feliú está decidido a dar el paso. Aunque cueste. Lanzará su disco en unos días. Entre risas me dice que no puede adelantarme nada.

—Tengo que meterle todas mis energías a esto. No voy a dejar lo de producción ni composición. Sería dejarlo todo, porque me encanta—dice emocionado—No quiero perder esa sensación de ir a la disco y escuchar los temas que produje. Eso me encanta también.

***

Pablo sale al escenario y la marea estudiantil ve su rostro concentrado. Toda la banda está caracterizada. Son los Red Hot Chilli Peppers. Él es el vocalista. Los gritos de los cientos de jóvenes barnizan el ambiente.

La guitarra susurra sus primeros acordes y la batería entra rebotando a escena. El torso descubierto de Pablo baila como cargando un fusil de guerra. Toma el micrófono y dispara. La tarima es suya y grita afinadamente cada palabra del coro. Juega con el público y los apunta para que canten con él.

Es un rockstar, un artista.

Su performance termina con un aplauso cerrado, que retumba durante segundos que se sienten minutos. El jurado está de pie y se suma. No hay más vuelta que darle: el concurso es de ellos.

Yo miro todo desde la tribuna. Soy uno más en el concierto.

En su concierto.

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