“Él tenía un cierto pudor con el amor”: Parra, o el antipoeta enamorado

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A simple vista, el amor puede no aparecer como una temática predilecta en la literatura de Nicanor Parra, pero varios de sus poemas dan algunas luces de sus reflexiones de los asuntos del corazón. Aunque, algunos de sus cercanos cuentan que el antipoeta se preocupaba por la situación sentimental de sus amigos. "Hablaba mucho este tema y le gustaba mucho que uno hablase", dice Rafael Gumucio.


Aunque tuvo varias compañeras a lo largo de sus 103 años, la vida amorosa de Nicanor Parra, profesor, físico y poeta que revolucionó las letras hispanoamericanas con su antipoesía, no es precisamente un asunto de conocimiento público. No se saben demasiados detalles de las mujeres que estuvieron a su lado y su actitud era más bien discreta en lo que incumbía a sus noviazgos serios.

Ana Troncoso fue su primera esposa, madre de sus hijos Catalina, Francisca y Alberto. Sus segundas nupcias fueron con la sueca Inga Palmen, cuya relación se quebró luego de que saliera a la luz el affaire que Parra sostuvo con la también poeta, Sun Axelsson. A ella la conoció en Estocolmo, donde vivieron un intenso romance que, pese a durar sólo un par de meses, se transformó en uno de los más mediáticos del antipoeta.

Nicanor Parra. FONDO HISTORICO - CDI COPESA

Después de la tormenta vinieron otros amores importantes: Rosita Muñoz, una joven sencilla y hogareña que primero fue empleada en la casa del poeta, madre de su hijo Ricardo; Nuri Tuca, bellísima mujer de cabello rubio y ojos de un azul profundo, mamá de Juan de Dios y Colombina; Ana María Molinare, un romance breve e imposible que caló profundo en el corazón de Parra; y Andrea Lodeiro, periodista que hoy se dedica a prestar consultorías independientes en materia de seguridad y que figura como su última pareja públicamente conocida.

Directa o indirectamente, es muy probable que sus peripecias amorosas quedaran confidenciadas en uno que otro verso. Aun así, y tal como señala Marcela Escobar, periodista y coautora de la biografía Nicanor Parra. La vida de un poeta (2018), el hombre detrás de los artefactos nunca reveló la identidad de las mujeres que inspiraron sus escritos más íntimos, aunque una incursión en su bibliografía puede ayudar a hacer varias conjeturas.

Lo que sí es seguro es que, al igual que en todos los temas que pasaban por su pluma, la relación del antipoeta con el amor fue particular. Parra dejó varias pistas en sus poemas. Otras, fueron desparramadas en anécdotas y conversaciones con sus cercanos. Una relación tan esquiva como carnal, sostenida en versos, pero también en largas charlas y cuchicheos con sus cercanos sobre temas del corazón.

FONDO HISTORICO - CDI COPESA

Cada vez que florecen los aromos

Canciones rusas, el sexto poemario de Parra, publicado en 1967 por la Editorial Universitaria, tiene entre sus páginas el poema Aromos, uno de los textos fundamentales para navegar en el imaginario amoroso del poeta. En apenas 14 versos, se cuenta la historia de un hombre que, de forma inesperada, recibe la noticia de que una antigua enamorada contrajo matrimonio con otro. Su primera reacción es la indiferencia. Pero los versos finales develan un sentimiento radicalmente distinto:

Pero a pesar de que nunca te amé

—Eso lo sabes tú mejor que yo—

Cada vez que florecen los aromos

—Imagínate tú—

Siento la misma cosa que sentí

Cuando me dispararon a boca de jarro

La noticia bastante desoladora

De que te habías casado con otro.

Para Rodrigo Rojas, escritor y académico de la Universidad Diego Portales, Aromos constituye un excelente ejemplo de las técnicas utilizadas por Parra para abordar lo amoroso. “Es un truco típico de Nicanor, y es una forma que él usa para referirse a muchas cosas, también al amor: construye un hablante, es decir, la voz del poema, que parece distante. Como con una distancia científica que supuestamente garantiza la objetividad”, explica Rojas, que formó parte del círculo cercano del poeta.

NICANOR PARRA

El hablante de sus poemas de amor está hablando desde una cierta distancia sobre ese sentimiento. Como si fuese un fenómeno que se puede observar sin que te afecte. Un fenómeno que uno puede mirar sin participar. Pero, de repente, en el poema hay algo que se instala junto con esa supuesta distancia, que empieza a tensionar, horadar, y, finalmente, la quiebra”. Técnica que, a pesar de atravesar gran parte de su obra, “es particularmente interesante en el amor. Porque, en el fondo, ¿Quién puede guardar una distancia científica del amor? ¿Quién puede resguardarse en un lugar protegido sin ser afectado, sin ser arrastrado por el amor?”, puntualiza el académico.

“Nicanor instala el hablante, esa voz del poema, que tiene la situación controlada hasta que algo se quiebra. La distancia científica, objetiva, racional, termina siendo siempre una postura de protección. Hay algo que se des-vela, que se des-enmascara en los poemas de Nicanor. Y creo que, en el caso del amor, esto es más notable”, agrega.

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Rafael Gumucio, escritor y biógrafo de Parra, recuerda que, para el antipoeta, la expresión de lo amoroso en su forma convencional no era algo sencillo. “Él tenía un cierto pudor con el amor, con la sentimentalidad y con la parte más romanticona. Era descreído, y entonces le costaba. Le gustaba, le interesaba, pero le costaba la expresión del amor en la manera normal, común. El amor tenía que ver, más bien, con el deseo y también con la humillación, porque veía muchas veces cómo ese sentimiento terminaba en algún grado de humillación. Le costaba un poema romántico”.

Quédate con tu Borges (“en cambio yo no te prometo nada / ni dinero ni sexo ni poesía / un yogur es lo + que podría ofrecerte”), Es olvido, Canción y Cartas a una desconocida son otros poemas de Parra que tocan la tecla de lo amoroso. Pero, en palabras del autor de Nicanor Parra, rey y mendigo¸ “su gran poema romántico, su gran poema de amor, es El hombre imaginario”.

Nicanor Parra, rey y mendigo

Vuelve a palpitar el corazón del hombre imaginario

A fines de los 70, resguardado en su casa de Huechuraba –la mansión imaginaria-, rodeado del silencio y la naturaleza, Nicanor Parra escribiría El hombre imaginario, con el dolor a flor de piel. Un poema fundamental, y no sólo por sus virtudes literarias. Se trata de una verdadera excepción a la regla, inspirado abiertamente en una mujer, tan real e imaginaria, que dejó una marca insoslayable en el corazón del poeta.

Fotos de libretas encontradas con textos y manuscritos en una de las casas de Nicanor Parra en la comuna de La Reina Foto: Laura Campos

Ella tiene nombre y apellido: Ana María Molinare, una de las figuras cruciales en la vida de Parra. Nuevamente, no hay muchos detalles sobre su historia. Se sabe que entre ellos se contaban 32 años de distancia y que era una mujer de clase alta. “Una señora de la más rancia burguesía chilena”, en palabras de Parra, dichas en una entrevista de 1989 con Leonidas Morales y recopilada en el libro Conversaciones con Nicanor Parra.

“Ella era la mujer que yo soñaba, y que yo buscaba y que creía haber encontrado”, dijo también a Morales. Pero las cosas no salieron bien. Fue una relación llena de dificultades y finalmente no hubo otro destino más que la separación. “Después me di cuenta de que, si había algún culpable en el fracaso de este idilio, era yo solamente. Es decir, que el problema era mío, conmigo mismo, y ella no tenía nada que ver. Había perdido mi tao, mi autodominio, y por lo tanto yo era un saco de papas. Y por qué ella se iba a interesar en un saco de papas, si ella se podía interesar solamente en el misterio del ser íntegro que es el otro. Cuando me pulverizó, entonces ella me dejó, me abandonó”, confidenció el poeta.

“Yo recuerdo nuestras conversaciones sobre este poema”, dice Rojas. “Y claro, está la imagen de él con mucha angustia. La imagen de él como sobreviviente. Según él, más de una persona se había suicidado por amor o por quiebre de amor en sus relaciones con Ana María Molinare. Y bueno, él se planteaba como superviviente, y eso yo lo consideraba muy gracioso. Con esa gracia media cruel que tienen los amigos cuando escuchan la tragedia del otro. Él me contó que Tao Te King lo había salvado... Y a veces me contaba el mismo cuento y me decía que el Código de Manú lo había salvado. En otras ocasiones me contaba la misma anécdota y me decía que la Violeta misma lo había salvado, en sueños, incitándolo al suicidio, y que él había hecho justamente lo contrario. Así que muchas versiones para esto”.

Para Gumucio, el romance de Parra con Molinare responde, justamente, al tipo de amores a los que el poeta solía referirse. “Él nunca me hablaba de las mujeres con las que vivió, con las que tuvo hijos, con las que estuvo casado. Siempre me habló de las mujeres con las que había tenido romances inconclusos, romances no del todo conseguidos, imposibles. De las historias reales, que de alguna forma no eran imposibles, hablaba poco. Fue una relación importante en su cabeza, pero no implicó hijos, vivir años con ella ni mucho menos. Para él tiene la importancia simbólica de ser la mujer que, de alguna forma, le hizo ver que este camino iba a ser abismo”, cuenta el escritor.

Tiempo después de finalizada su relación, y por motivos ajenos a ella, Ana María Molinare falleció tras lanzarse desde el octavo piso de un edificio. “La otra gran figura de su vida, como mujer, fue la Violeta Parra, que también era una suicida... El tema del suicidio, de la locura, era algo que lo intrigaba, lo llamaba, y lo preocupaba. Preguntarse por qué él no se suicidaba, por qué él no llegaba a ese lugar donde había llegado tanta gente que él quería y conocía. Este poema habla un poco de esa interrogante. Y que, al final, lo único real es el dolor”, dice Gumucio.

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En el poema, sólo dos palabras no tienen la condición imaginaria: el dolor y el corazón del hombre imaginario. Rojas repara en este último elemento. “Nuevamente, ahí está la vulnerabilidad. La repetición de lo imaginario es también una especie de distancia. Pero el corazón no es imaginario. Y, entonces, el deseo que aloja ese corazón, es inevitable. Es decir, el deseo es la realidad real. El polo opuesto de lo imaginario”.

El hombre imaginario es uno de los textos más célebres de Parra. Estaba presente en su repertorio siempre que le tocaba recitar en público. Rodrigo Rojas apunta que parte de su predilección por el poema estaba en la cercanía que provocaba en la gente. “Finalmente termina siendo todo simbólico. Cuando dice ‘imaginario’, todo el mundo se puede imaginar en el lugar de lo imaginario. A medida que insiste en ello, es como si él estuviese vaciando una pieza para que cualquier lector, en cualquier lugar del mundo, pueda habitarla. Y hacer del poema algo propio”.

Lograr el propio amor

Los asuntos del corazón también jugaban un rol fuera de los versos. Ambos escritores recuerdan que, en la relación que el poeta tenía con sus amigos, la excesiva preocupación por el bienestar sentimental de ellos era un factor fundamental.Hablaba mucho este tema y le gustaba mucho que uno hablase. Yo nunca le confidencié mis penas del corazón. Por lo demás, en esa época no tenía muchas porque estaba felizmente casado. No tenía mucho que contar. Pero otros amigos míos, y también de otras épocas, le contaban”, recuerda Gumucio.

La verdad es que él se metía y se preocupaba. Tenía una serie de recetas para sobrevivir y soportar, por ejemplo, los cuernos o las separaciones. Aplicaba una técnica que era muy buena: se preocupaba tanto por ti, te hablaba, te leía poemas, textos y tantas cosas, que terminabas aburriéndote de tu problema. Porque él era tan intenso en esto que uno empezaba a encontrar un poco ridículo tanto drama. Y era parte de su terapia de shock”, agrega. “Era el tema de los temas. Y lo abordaba no desde la sentimentalidad. Por ejemplo, encontraba que las palabras ‘te amo’, o ‘te quiero’, eran tramposas, porque dicen tantas cosas que no son. Palabras vagas”.

FONDO HISTORICO - CDI COPESA

Por sus afinidades personales y profesionales, Rojas recuerda que su relación con Parra tenía a Shakespeare como piedra angular. El antipoeta recibía a sus alumnos en su casa de Las Cruces y se dedicaban a dialogar sobre el autor inglés por horas.

“Por lo general, él tenía una puesta en escena para los invitados o la gente que lo iba a visitar, donde recitaba fragmentos largos de Shakespeare. Monólogos de Hamlet completos, o usaba un par de versos para analizar y gatillar una conversación. Pero él y yo ya lo habíamos conversado tantas veces que todas esas escenas ya ensayadas y repetidas no eran necesarias. Y conversábamos del amor de Hamlet con su mamá, también de las formas en que Hamlet trata a Ofelia. Y, naturalmente, terminábamos hablando de nuestras propias experiencias”, comparte el académico.

Fue durante una de esas charlas que el poeta formuló una reflexión que Rojas atesora hasta hoy: “Él recordó a la mamá enojada con su papá, el papá llegando tomado a la casa, y la madre incluso descargando golpes... Pensaba en qué momento uno se puede escapar de esa imagen. Y decía que uno tenía que tomar decisiones muy difíciles en la vida, para independizarse de la forma en que los padres se amaron y crear su propio amor”.

Rojas recuerda que, tiempo después de esas conversaciones, Parra lo llamó un día por teléfono para decirle: “hasta cuando sigues solo. Ya es suficiente”. “Él tenía opiniones sobre la vida amorosa personal de uno, y estaba, además, muy enterado. Era un tema importantísimo para él”.

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