Stanley Kubrick y las historias de humillación en sus películas: “Nunca antes me habían presionado de esa forma”

Stanley Kubrick

El afamado cineasta, fallecido un 7 de marzo de 1999, era un obsesivo por los detalles. Las historias sobre su carácter férreo y su frialdad para ejecutar sus detalles son legendarias, desde la obsesión por la música clásica, el difícil rodaje de El resplandor con el maltrato emocional a Shelley Duval, a los desnudos de Eyes wide shut.


La figura de Stanley Kubrick se ha vuelto legendaria. El célebre director, cuya firma figura en películas de renombre como Lolita (1962), La naranja mecánica (1971), 2001: Odisea del espacio (1968), Ojos bien cerrados (1999) entre otras, facturó una propuesta autoral que tiende a mirarse en algunos puntos específicos. Su conocida obsesión por los detalles y su trato frío con las estrellas, lo volvieron un personaje particular. Más al cultivar un perfil reservado y meticuloso, que acrecentaron el mito.

Acá una revisión a ciertos puntos que retratan al genio, que a veces podía ser difícil.

A muerte con la música clásica

En las seis últimas películas de Kubrick, la banda sonora está integrada por piezas musicales ya existentes. En particular, de música clásica. Un gusto adquirido de sus días de su juventud, en que tocaba la batería, era un aficionado al jazz y a escuchar por largas horas a los maestros de la música docta.

Según el cineasta, una pieza tenía que ante todo, emocionar. “Una película es, o debería ser, más como música que como ficción. Debe ser una progresión de estados de ánimo y sentimientos. El tema, qué hay detrás de la emoción, el significado, todo lo que viene después”, señaló en una entrevista.

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Todo comenzó cuando trabajaba en 2001: Odisea del espacio. En esos días encargó una partitura al compositor Alex North, con quien había trabajado en Espartaco. El músico trabajó en el encargo y lo entregó en la forma en que convinieron.

Sin embargo, para su sorpresa, no contó con que Kubrick en la prueba de edición alucinó con el resultado que logró al montar varias piezas clásicas, y decidió usarlas sin mas. Su entusiasmo fue tal que ni siquiera se molestó en preguntar por derechos de autor. De esta forma es que una composición como el preludio de Así habló Zaratustra Op.30 del alemán Richard Strauss entró en la historia del cine, gracias a la famosa secuencia del homínido al principio del filme.

Y desde ahí no paró; por ello suenan en sus películas piezas de Rossini, Mendelshon y otros. Pero la más recordada fue La naranja mecánica, en la que deseaba incluir un fragmento del segundo movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven, lo que no fue fácil. Kubrick exigió a su productor Jan Harlan, conseguir la pieza como sea. Y el director era de los que no aceptaban las respuestas negativas.

“Pude hacer un trato más favorable con Deutsche Grammophone para comprar esta pista mono, que ya no estaba en el catálogo de la compañía, pues entonces la novedad era el estéreo. Entonces usamos una mezcla mono y la actuación de la Orquesta Filarmónica de Berlín bajo Ferenc Fricsay fue excelente”, detalló el productor años más tarde.

La tortura de Shelley Duvall

En el rodaje de El resplandor (1980), la adaptación de la novela homónima de Stephen King, descansa buena parte de la mitología asociada a Stanley Kubrick. El cineasta tenía la idea de privilegiar la expresividad de los actores y por ello, no dudaba en estirar los rodajes a fin de lograr que los intérpretes soltasen todo lo que tenían.

Lo detalló él mismo, en un testimonio recogido en el libro Stanley Kubrick: the complete films (2003), de Paul Duncan. “En una escena con fuerte carga emocional, siempre es mejor poder rodar tomas completas para permitir al actor mantener una emoción continua, y es raro que un actor llegue a este punto más de una o dos veces. Hay, empero, escenas que se benefician de las tomas extra, pero incluso en estas no estoy seguro de que las primeras tomas no sean más que ensayos a los que se les añade la adrenalina de estar siendo grabado por la cámara”.

Shelley Duval, en una escena clásica de El resplandor

El principio lo aplicó en El resplandor. Y la principal atención se la llevó Shelley Duvall, la actriz que interpreta a Wendy, la esposa de Jack Nicholson en la cinta. A diferencia del personaje que trazó King, Kubrick veía a Wendy como una ama de casa sumisa y de carácter blando, lo que le permitía resaltar el interés en las relaciones de poder en las parejas.

Por ello, su plan era mantener a la actriz en constante estado de tensión, para lograr una interpretación lo más auténtica posible. Así, Kubrick fue hasta el límite. No dudó en humillarla delante de sus compañeros y pidió que el resto del equipo le hablara lo menos posible, para así generar el sentimiento de soledad y angustia. “Stanley me presionó y me presionó más de lo que nunca me habían presionado antes. Es el papel más difícil que he tenido que interpretar”, detalló la artista.

De allí vinieron los momentos más complejos. Allí está la historia de la escena con el bate, en la que no se le avisó a Duvall lo que sucedería, a fin de verla con auténtica cara de pavor. La escena se repitió en 127 tomas, a fin de lograr la perfecta. Duvall, exhausta y deshidratada, no podía más. El estrés emocional fue tal, que a la actriz se le caía el cabello. A la crítica tampoco le gustó. De hecho, tanto Kubrick como Duvall fueron nominados a los Golden Raspberry Awards, los Oscar a las peores películas del año.

Años después, en 2016, una Shelley Duvall retirada concedió una entrevista en que recordó esos aterradores 13 meses de rodaje. “Había un gran elenco. Todos eran personas maravillosamente divertidas...pero luego estaba Stanley Kubrick, el director de esta obra maestra icónica. Todo lo que diré es que si el director no hubiera hecho lo que hizo, con tanta fuerza y crueldad, no habría obtenido el mismo resultado en la película”.

Ojos bien abiertos para controlar

Desde sus primeras películas, Kubrick demostró su interés en mantener el control total de lo que hacía. Cuando Kirk Douglas lo contrató para dirigir Espartaco (1960), apenas tuvo margen para imponer algunas de sus ideas, lo que le enfrentó con Douglas. Hizo algunos cambios, reemplazó a Sabine Bethmann por Jean Simmons, pero no mucho más. Incluso, se cuenta que quiso eliminar la hoy icónica escena cúlmine de “yo soy Espartaco”.

Pero esa experiencia le enseñó que dirigir para la gran industria tenía códigos que a él no le interesaban. Al menos, se dio un gusto; contrataron la friolera de 8.500 soldados españoles para las escenas de batallas, y el director le dio una instrucción específica a cada uno. Mientras, el dictador español Francisco Franco también se hizo notar a su manera. Por dar el permiso para la participación de sus hombres en el rodaje, el “generalísimo” exigió pago en efectivo destinado a la organización benéfica de su esposa.

Un ejemplo de su carácter fue el rodaje de Ojos bien cerrados (1999), la última película que realizó en vida, tras no concretar algunos proyectos anteriores (como el de Inteligencia Artificial, que finalmente concretó Steven Spielberg). Un drama de tensión sexual, en que una pareja interpretada por Tm Cruise y Nicole Kidman, entonces pareja real, desata sus pasiones cuando ella admite que ha tenido fantasías sexuales con otro hombre. En la mente de él se desata un infierno que lo lleva a descubrir un culto sexual clandestino.

El rodaje duró unos largos 15 meses. La historia dice que, siguiendo sus habituales tácticas, Kubrick hizo repetir escenas a los actores y los habría presionado a tal nivel, que se achaca a ese desgaste parte de la ruptura posterior del matrimonio de Kidman y Cruise. Pero ella, en una entrevista de 2011 al New York Times, detalló una historia que resume el cuidado que tuvo Kubrick con sus estrellas.

“Cuando fui a trabajar con Stanley Kubrick, me dijo: ‘Voy a querer una desnudez frontal completa’, y yo dije: ‘Ahh, no sé’ -detalló-. Entonces llegamos a un gran acuerdo, que fue contractual. Él me mostraba las escenas de desnudo antes de que llegaran a la película. Entonces podría sentirme completamente segura. No dije que no a nada de eso. Quería asegurarme de que no iba a estar yo desnuda y todos riéndose de mí”.

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