Layla Martínez, escritora: “La casa es un lugar donde ha habido mucha violencia, y el terror es útil para  visibilizarla”

Layla Martínez, autora de Carcoma.

Carcoma, su primera novela, se convirtió en un fenómeno de lectores y de crítica en España. Publicada en 2021, esta narración breve y estremecedora suma ediciones, traducciones y llega a Chile con el sello Laurel. A través del género de fantasmas, relata una historia sobre violencia de clase y de género, atravesada de muertos y resentimiento; una historia de venganza en un pueblo rural.


La puerta del armario se abrió de pronto. Las maderas del piso rechinaron. Layla Martínez estaba en casa de su abuela, en un pueblo rural de La Mancha. En ese armario la abuela guarda su mortaja, la que quiere vestir el día de su funeral; un traje de Semana Santa con capirote de penitente, y su vestido de novia negro, porque se casó de luto. En casa de su abuela pasan cosas así: las puertas se cierran de golpe, se oyen pasos y se sienten fríos repentinos como si hubiera pasado un espíritu.

-Cuando llegas a casa de mi abuela, que ya tiene 90 años, ella te dice no entres en la habitación, porque está mi madre. Y su madre murió hace muchos años. Ella lo vive con normalidad, cotidianamente; te dice hoy ha venido tal, que ya está muerto -cuenta.

Muertos, sombras, santos y voces errantes se encuentran en Carcoma, la primera novela de Layla Martínez (Madrid, 1987). Una historia de fantasmas que es en realidad una historia de violencia de género y de clase, sobre el trasfondo histórico de la Guerra Civil, y que se ha convertido en un fenómeno de críticas y de ventas en España.

Publicada en 2021, Carcoma cuenta más de 40 ediciones, ha sido contratada en México, Colombia y ahora Chile, donde aparece con el sello Laurel. Y mientras se prepara su adaptación al teatro, esta novela tensa, breve y estremecedora comienza a ser traducida al coreano y al árabe, entre otros idiomas.

“Qué barbaridad esta novela. Pasé la mejor mañana de lectura posible”, comentó la escritora argentina Mariana Enríquez. “Carcoma es un acontecimiento literario”, opinó la novelista española Belén Gopegui.

Editora del sello independiente Levanta Fuego y autora del ensayo Utopía no es una isla, Layla Martínez comenzó a dar forma a la novela a partir de un cuento que giraba en torno a una casa habitada por voces y cargada de dolores antiguos; desde luego, inspirada en la casona de su abuela.

“Cuando crucé el umbral, la casa se abalanzó sobre mí”, dice la primera línea de la novela, en la voz de la nieta. En la narración se alternan su voz y la de su abuela: “También veo las sombras aquí. Las veo arrastrarse por las escaleras y los pasillos, reptar por el techo, acechar detrás de las puertas. La casa está llenita de ellas. A algunas las hemos visto llegar desde el pueblo y desde el monte, pero otras están aquí desde que se construyó la casa”, dice la anciana.

-La novela es la historia de mi familia materna, de mi abuela y mi bisabuela -dice la escritora vía Zoom-. Toda la parte histórica, la Guerra Civil, el franquismo, es cierto. Pero también la parte más mágica o fantástica: las maldiciones, los atados, los santitos. Y la cultura de la muerte, de tener los muertos muy presentes. Muertos que se quedan porque no se han cerrado las heridas, como en la película Volver, de Pedro Almodóvar.

Junto a ello la autora recupera una historia familiar, una sombra incómoda en el pasado del clan: “Esa casa mi bisabuelo la construyó con el dinero que conseguía prostituyendo mujeres”.

Carcoma es una novela atravesadas de resentimientos y culpas, de amarguras e impotencia. Las protagonistas parecen encerradas en un círculo de violencia, pero van a romperlo a través de la venganza.

Abuela y nieta, las dos narradoras, comparten la casa, pero es una relación tensa. ¿Hay fracturas que van más allá de ellas?

Eso es algo que me interesa mucho: la ambivalencia de la propia institución de la familia. O sea, por un lado es verdad que para mucha gente la familia son los vínculos más significativos que van a tener en la vida; es un espacio de apoyo, de amor y de cuidado. Pero también puede ser un sitio de violencia, de traumas heredados. En las familias muchas veces se heredan esos odios, ¿no? Y esos traumas familiares van de generación en generación y si no se sanan siguen perpetuándose.

Estas mujeres viven la casa como una condena o una maldición.

Hay una editorial española que está recuperando escritoras anglosajonas de la época victoriana. Y casi todas son historias de casas encantadas. En la época victoriana el ideal de mujer era el ángel del hogar, la mujer que estaba ahí, dedicada a los hijos. Pero las mujeres escritoras, que eran todas burguesas, escribían novelas que hablan del miedo que sentían en la casa, y usan la metáfora del fantasma. Históricamente los hombres y las mujeres tenemos una vivencia diferente del espacio doméstico. En la visión tradicional del patriarcado, para los hombres la casa es el sitio de descanso, donde pueden olvidarse de lo de afuera. Pero para las mujeres el ideal de estar en casa ha sido mucho más trabajo. Trabajo de cuidados, de niños, de personas dependientes, de limpieza y también muchas veces de violencia. Históricamente la casa es un lugar donde ha habido mucha violencia, y me parece que usar el terror para visibilizar eso es muy útil.

El terror aquí también es político: se expresa en la memoria de la Guerra Civil.

Esa zona de La Mancha, donde está la casa, junto con Valencia y algunas áreas del Levante, fueron las últimas en caer durante la Guerra Civil. Fueron sitios muy reprimidos, especialmente porque fueron los que han aguantado más. La represión fue horrible en todas partes, pero especialmente se radicó ahí. Algunos hombres se fueron al monte para hacerse guerrilleros o porque pensaban que los iban a buscar a sus casas, se fueron y esperaban que la dictadura iba a durar muy poco. En los montes que rodeaban a mi pueblo la gente vivía allí emboscada, oculta, y por las noches bajaban por medicamentos o a ver cómo estaba su familia, y los ricos del pueblo los cazaban. A muchos los mataron así, los persiguieron y los asesinaron, como si fueran a cazar jabalíes, y hoy no se sabe ni siquiera dónde están. Y no se va a saber probablemente nunca. Ahí no hay ni metáfora, ya está hecha la idea de la sombra y la idea del fantasma, y el fantasma como herida no cerrada, como trauma. En España no se ha solucionado nada, en la transición no hubo un juicio, nadie pagó, entonces esa herida nunca se cerrará ni siquiera simbólicamente.

En la novela la tensión social y la violencia de género se confunden. ¿Cómo ve hoy este problema?

Las violencias que les han tocado a las mujeres de mi familia han sido la clase y el género. En una comunidad pequeña es más evidente la tensión de clase, cómo se reproduce la tensión social: trabajas para los mismos que trabajó tu padre y que trabajó tu abuela. Mi abuela intentó no servir, porque ella odiaba tener que ir a la casa de los ricos a servir. Y aprendió a coser independiente, consiguió una máquina y cosía. Pero tampoco hay mucho más. Si eras hombre, pues te ibas al jornal a la tierra, a los olivos, al cereal, y si eras mujer, te ibas a servir, a limpiar, a cosas así. Hoy la gente se ha ido, las generaciones más jóvenes se han ido a ciudades grandes, pero lo que es la estructura de la tierra, por ejemplo, sigue siendo la misma.

Las protagonistas buscan una salida a través de la venganza. Un antiguo motivo literario, ¿por qué se decantó por él?

Hice un curso de novela de terror y la profesora nos decía que las novelas latinoamericanas han abordado los feminicidios o la violencia del narco muy bien, pero han revictimizado a las mujeres. Eso me hizo clic, y pensé no quiero que las mujeres de mi familia vuelvan a ser victimizadas, sino que por lo menos en la ficción se puedan vengar, o tengan ese espacio de cambiar la historia que sucedió para que puedan enfrentarse a quien les ejercía esa violencia contra ellas.

En ese sentido, son personajes complejos, no son moralmente intachables

Aquí yo hago dos reflexiones: por un lado, cuando tú estás en un ambiente violento, es inevitable que interiorices esa violencia, incluso que la dirijas mal, contra quien no debes, probablemente. Si no has hecho una reflexión sobre eso, es muy fácil que al final acabes dirigiendo la violencia a quien no se lo merece. Y por otro lado, claro, también pienso mucho en los personajes complejos. Hablando con un amigo que lleva el archivo de la FAI, la Federación Anarquista Ibérica, un archivo que recoge un montón de documentación histórica, él me decía que todos los doctorandos que van a investigar están interesados en los héroes, Buenaventura Durruti, qué sé yo. Pero casi nadie se interesa por la gente que hacía el trabajo sucio en ese bando durante la guerra. Y él me contaba, por ejemplo, los servicios secretos que tuvo la CNT (Central Nacional del Trabajo) y que se encargaban tanto de cosas peligrosas como pasar las líneas enemigas para hacer labores de espionaje, como labores de vigilancia interna. Todo el mundo los odiaba, es gente que arrastra una leyenda negra terrible y además acabaron casi todos muy mal. Pero, en el fondo, a mí me parecen también los más interesantes. Los héroes y la gente que hizo el bien está muy bien, pero estos que estaban en esta línea tan moralmente complicados son literariamente más atractivos. Y aparte, la propia idea de la venganza es muy literaria, estas venganzas como que se cuecen durante años. Como Hamlet, que es una venganza que dura años. O el conde de Montecristo, que es toda una vida dedicada a la venganza. A mí eso me gusta mucho leerlo y verlo, entonces también quise escribirlo.

Hablando de género y clase, ¿cómo ve los avances del feminismo? Para algunos el #MeToo, por ejemplo, parece un movimiento más bien elitista.

Claro, yo creo que aquí también pasa mucho ese cruce entre la clase y el feminismo. O sea, al final de los avances feministas no se reparten igualmente. Aquí se han hecho leyes y sí que se han mejorado cosas. O sea, ha puesto, por ejemplo, instituciones, más dinero dedicado a la violencia de género, incluso a formar a jueces. Eso es un hecho, pero también es verdad que eso tampoco se distribuye igual por todos los lados. Por ejemplo, ahora los colectivos de trabajadoras del hogar están peleando que no pueda existir la figura de la interna, de la criada interna. O sea, si tú quieres tener a alguien 24 horas en tu casa, tienes que tener a tres personas que hagan turnos de ocho horas, y ya está. Yo acabo de coordinar un libro sobre trabajadoras del hogar, casi todas internas, y ahí se dan unos niveles de violencia increíble. O sea, que tengan que trabajar con lesiones porque no les permiten ir al médico o no tengan vacaciones o no les respeten sus días libres, hasta violencia sexual dentro de las casas. Los avances feministas se han repartido muy desequilibradamente.

La narrativa escrita por mujeres, y en especial el terror, ha logrado una fuerza notable con autoras como Mariana Enríquez o Samanta Schweblin, ¿siente cercanía con ellas?

La narrativa de mujeres creo que es lo más interesante se está haciendo, no solo dentro del género del terror fantástico, sino en general, sobre todas las mujeres latinoamericanas, con mucha diferencia. Es un gran momento, increíble, de mucha renovación. Yo estoy encantada, porque a algunas las he podido conocer, y que sean contemporáneas y puedas ir leyéndolas, escuchándolas o coincidiendo con ellas. Sí, Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, también Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero. A librerías lo que más llega es el terror anglosajón y es cero estilo y muchos clichés. Y en cambio lees a Mónica Ojeda y te explota la cabeza. Creo que las escritoras mujeres hoy están haciendo cosas mucho más arriesgadas, mucho más valientes y mucho más interesantes, con diferencia, sobre todo en Latinoamérica.

Y agrega:

-Carcoma no existiría sin Pedro Páramo y sin tantas escritoras latinoamericanas: María Luisa Bombal, Fernanda Melchor, Amparo Dávila. Un escritor mexicano me dijo que Carcoma le parecía una novela latinoamericana, y creo que es el mejor elogio que puedo recibir.

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