
Adiós a Ozzy Osbourne: te visitará la muerte
Con la partida de Ozzy Osbourne se pierde a uno de los padres del heavy metal y su máxima encarnación solista. En circunstancias como esta abundan las preguntas sobre legados y sucesores. Nunca habrá otro igual, pero su espíritu rondará eternamente en los amantes del género que canta al lado siniestro de la existencia.

Nunca escribió letras y jamás tocó instrumentos, excepto algo de armónica en el debut de Black Sabbath en 1970, y un sintetizador acreditado en Who are you? de Sabbath bloody sabbath (1973); las canciones que lo inmortalizaron fueron compuestas por otros.
Pero la magia y el carisma no necesariamente deben coincidir con la inventiva, sino en cómo dar forma y delinear el contenido, a la manera de un actor que representa un papel. En ese sentido, Ozzy Osbourne -la voz original del heavy metal- es como Elvis Presley y Frank Sinatra, una excepción extraordinaria en la historia de la cultura pop. Una figura que marca y define un género.

No era un poeta ni un músico en el tradicional sentido, sino que su obra fundamental consistió en convertir el horror y el desquicio de canciones martilladas con riffs monumentales que replicaban metralla y sangre, fundiciones industriales y estados alienados, con una manera de interpretar que irradiaba espanto y tristeza.
Los versos no eran suyos pero cantó desde el alma el padecimiento colectivo de la guerra en War pigs de Paranoid (1970), como retrató con honestidad el espiral desolador del adicto en Snowblind de Vol.4 (1972); ambas joyas de su catálogo junto a Black Sabbath, cuando la banda estaba escribiendo el manual del género como música y cultura.
En su manera de entender el escenario fue un innovador absoluto. En una época donde dominaba la pose macho alfa a la manera de Robert Plant y Roger Daltrey, que se instalaban como divinidades para ser admirados, Ozzy era lo opuesto. No estaba dispuesto a quedarse quieto si las canciones hablaban de miedos, encuentros con figuras siniestras, viajes interestelares y abusos narcóticos. Corría de un lado hacia otro como poseso batiendo palmas, agitando los brazos, lejos del pavoneo habitual del rockstar. Lo suyo fue siempre motivar al público con gritos y espasmos propios de un líder descamisado de una barra popular, consonante con los orígenes obreros del heavy metal.
En medio de la locura y la expresión desquiciada, Ozzy imprimía un toque de comedia, más cerca de la casa de terror de un parque temático, que de una verdadera adoración por lo oculto, comprendiendo junto a Black Sabbath la fascinación humana por el misterio y la oscuridad, apelando a la estética católica de contornos góticos. Ozzy y los crucifijos van de la mano.
No era un prodigio melódico, a veces se contentaba con replicar la frase central de la guitarra como en Iron man, una de las composiciones nucleares del ADN del metal. Tony Iommi quedó fascinado cuando Ronnie James Dio asumió como cantante en Black Sabbath tras despedir a Ozzy en 1979, por sus excesos en una banda donde el consumo de alcohol y cocaína era problemático, porque Dio podía escribir sus propias líneas melódicas con fenomenal gracia e histrionismo teatral. Pero la locura de Black Sabbath, uno de los atractivos del grupo, se había ido con la salida de Osbourne.
Cuando nadie daba un céntimo por su futuro, Ozzy se levantó de la lona mientras la cuenta avanzaba en su contra. Renació como solista nuevamente sin crear un solo acorde, y superó no sólo a sus ex compañeros, sino que en los 80 se convirtió en el padrino de una nueva generación de artistas de heavy metal, llevando de gira a Mötley Crüe y Metallica.
Su esposa Sharon, hija del legendario manager Don Arden, un empresario de artistas rock con las maneras de un gángster, es la artífice no sólo de su reinvención, sino de convertir a Ozzy en una figura pop a nivel global conquistando la televisión con el reality familiar de comienzos de 2000, y replicando el modelo de grandes festivales con el Ozzfest, convertido en una marca que permitió al metal mantener su importancia cultural, independiente de los flujos del pop.
El matrimonio también configuró una sociedad indisimuladamente abusadora de vieja escuela, con quienes fueron estrechos colaboradores musicales. El bajista Bob Daisley, autor de las letras y compositor junto al guitarrista Randy Rhoads del material de Blizzard of Ozz (1980), el debut solista del cantante, fue eliminado de los créditos junto al baterista Lee Kerslake. No solo eso, sino que sus partes fueron reemplazadas años más tarde por el bajista Robert Trujillo (Metallica) y Mike Bordin (Faith No More). El guitarrista Jake E. Lee también quedó fuera de las firmas de Bark at the moon (1983), uno de los álbumes hit en la carrera de Ozzy. Ciertamente las sombras no solo eran parte de la estética, sino de algunos aspectos del negocio bajo su nombre.
Con la partida de Ozzy Osbourne se pierde a uno de los padres del heavy metal y su máxima encarnación solista. En circunstancias como esta abundan las preguntas sobre legados y sucesores. Nunca habrá otro igual, pero su espíritu rondará eternamente en los amantes del género que canta al lado siniestro de la existencia.
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