Artistas y todología
La exposición y el eventual glamour de los artistas no implican necesariamente lucidez extra y lecturas adelantadas sobre la sociedad. Ahí tenemos a un iluminado -Andrés Calamaro- convencido de que la lenta matanza de animales en un espacio público, es propia de gente decente.
“No soy torero ni asesino. Soy artista y tengo derecho a opinar”, se descargó Andrés Calamaro (63) en Instagram tras el incidente del pasado 17 de mayo en la Arena Cañaveralejo en Cali, Colombia, producto de varias peroratas a favor de la tauromaquia, la última mientras interpretaba Flaca. Cabreado, el público abucheó. “Están cancelados y bloqueados”, replicó el ídolo argentino, abandonando el escenario. La rabieta duró poco. Cantó una más y luego el bis.
La polémica actividad más otras brutalidades similares que se arrastran por siglos en nombre de la tradición como las novilladas y becerradas, infringiendo crueldad, dolor y muerte en animales de corta edad, será suspendida en 2028. El músico insistió en desacreditar la decisión de la Cámara de Representantes colombiana, esgrimiendo “la ignorancia adolescente de una minoría”. Calamaro reveló las dinámicas del poder decantadas en “movidas políticas para tejer alianzas y sumar una mayoría”. Vaya novedad.
La defensa del argentino por su condición de artista y el derecho a opinar es indiscutida. Eventualmente, puede decir cuanto quiera y suele hacerlo. De otro costal, que sus expresiones sean atendibles. Entre la pataleta del show y las réplicas en redes, Calamaro sabía más que los propios colombianos sobre el dudoso arte de matar toros, su significancia y moralidad. “Los aficionados somos decentes y educados padres de familia -escribió- que jamás maltratamos animales”. No con sus manos, claro está. Pero las corridas son espectáculos de maltrato animal.
La licencia del rockero trasandino aplica a los artistas en general, siempre visados para expresar pareceres en toda clase de asuntos, dinámica en la que el periodismo ha sido fundamental. Estrellas como Sean Penn, por ejemplo, se autoproclaman referentes en geopolítica, en tanto el actor se toma muy en serio a sí mismo. La estrella de Hollywood fue la única que reclamó por las parodias de la hilarante Team America (2004), una sátira con marionetas sobre la política exterior estadounidense, de los creadores de South Park Trey Parker y Matt Stone.
Sin ver el filme, el ex de Madonna se ofendió por su caracterización como un discursivo actor progresista desconectado de la realidad, que termina devorado por panteras.
“Está bien bromear sobre mí o sobre quien quieran -escribió a los realizadores-. No tanto, fomentar la irresponsabilidad que, en última instancia, conducirá al destripamiento, la mutilación, la explotación y la muerte de personas inocentes en todo el mundo”.
“Creo que los actores (...) piensan que son realmente importantes como líderes mundiales”, comentó tiempo después Matt Stone. “Cuando Sean Penn está en la TV en CNN (...) hablando sobre el tratado de no proliferación nuclear, es oro puro en comedia”.
Alec Baldwin, “el mejor actor del mundo” en la cinta, se lo tomó mucho mejor. Ofreció su voz.
Hay artistas que comprenden sus talentos y limitaciones en cuanto a sujetos opinantes y agentes de cambio. Alfredo Castro fue sincero cuando declinó ofertas y aclamaciones afiebradas para postularse en la convención constitucional de 2021, marcando una línea sustancial en torno al valor de la figuración pública y el aporte real. “Puede que sea ‘conocido’ por las personas -expresó en una columna en la revista Mensaje-, que piense sobre la realidad y la proyección de mi sector, pero eso no es suficiente”.
La exposición y el eventual glamour de los artistas no implican necesariamente lucidez extra y lecturas adelantadas sobre la sociedad. Ahí tenemos a un iluminado convencido de que la lenta matanza de animales en un espacio público, es propia de gente decente.
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