La noche mágica de Oasis en el Estadio Nacional cargada de hits y fervor popular
El grupo de los Gallagher repletó el coliseo de Ñuñoa, en un show de grandes éxitos, ante una fervorosa fanaticada, que hasta se animó con una celebración de cancha de fútbol. La comunión con el público fue total. En la previa, el ex The Verve, Richard Ashcroft, revivió lo más granado de su banda madre. Los de Manchester presentaron un show a su altura que estará entre los mejores del año.
Las camisetas de estilo futbolero, los cánticos del Estadio y los gorros como de tablón, abundaban entre quienes se acercaban al Estadio Nacional. La conexión de Oasis con el fútbol no solo es por el conocido interés de los Gallagher en el Manchester City, sino que en apelar, con ojo comercial, a la fibra popular y al sentimiento de pertenencia.
El resto lo hace la bien aceitada industria de la nostalgia. La reunión de la banda de los Gallagher era de los hitos imperdibles de la temporada de conciertos y a juzgar por la mayoría del público sub 30 y sub 20, convocó a muchos que no alcanzaron a verlos en su primera era
La hinchada de Oasis, extensa y diversa, repletaba el Nacional desde temprano. Las camisetas celestes se hacían notar, mientras la música envasada celebraba, tal como la música del grupo, la gran tradición británica. A poco de las 21:00 horas apareció un mensaje. “This is not a drill”, rezaba la leyenda que apareció en la pantalla. De entrada, el show revela el interés de los Gallagher por dejar en claro la altura de su leyenda.
Tras sonar el golpe de tambor que abre Fuckin’ in the bushes, la habitual y vertiginosa cortina de los shows de Oasis, la pantalla muestra, igualmente a la velocidad de la era de las redes sociales, una suerte de historia del regreso. Desde las especulaciones en los medios, los tweets de Liam, a la confirmación definitiva de la reunión. Pasan titulares, portadas de revistas que dan cuenta del hito, como mostrando que los Gallagher aún son una fuerza con peso en los medios. Como si nunca hubieran dejado de serlo. Liam y Noel Gallagher entran juntos, se toman de la mano y saludan al público. “Oasis back to play here”, lanzó el primero. El público, convertido en hinchada, los alentó como si hubieran anotado un gol.
En su cuarta presentación en Chile, Oasis saludó con Hello en el arranque. Una declaración de que el grupo se ahorra sutilezas. De inmediato siguieron con Acquiesce y Morning Glory. Su rock de guitarras saturadas suena fuerte y subrraya sus virtudes; intensos como The Clash, arrogantes como The Stone Roses, ambiciosos y pop como The Beatles.
A diferencia de sus días en activo, en esta gira de reunión, Oasis lleva a su máxima extensión su habitual sonido crudo de pared de guitarras. Además de Noel le secundan el histórico Paul “Bonehead” Arthurs, uno de los fundadores del grupo y que se reincorporó al tour tras faltar a los tramos de Asia y Australia. También Gem Archer, el guitarrista que precisamente tomó el lugar de Arthurs tras su retirada en 1999. Así el grupo suena realmente arrollador. Nota aparte para el sólido baterista Joey Waronker, el unico sin historia previa con la banda. “Rock and roll”, sentencia Liam en un momento.
El escenario, el mismo de su gira internacional a diferencia del que se levantó en Argentina, se extiende con las pantallas a los costados y la de fondo. A ratos se ve como un todo. Los músicos son el centro, aún cuando sus imágenes a ratos se funden con las atractivas visuales en plan de rock de estadios.
Con Oasis no hay sorpresas, el grupo recrea sus temas incluso con los mismos arreglos de directo que usaban antaño. No apelan a las grandes novedades, solo a su poderoso repertorio concentrado en sus tres discos noventeros. Pasan la optimista Some might say (se muestra mucho a Liam y Noel cantando sus partes), la garajera Bring it on down, Supersonic y antes de Cigarettes & Alcohol, Liam pide al público de realizar el prozam, la celebración en que todos se toman de los hombros, mirando a espaldas a la cancha. El respetable lo sigue como si estuviera en la cancha del Manchester City. “It’s fucking bíblical”, dijo Liam. Los miraba en silencio la imagen de Pep Guardiola (con bufanda del City) montada en el escenario.
Se sabe que el repertorio de la gira incluye al menos 5 de los clásicos lados B de Oasis. Algunas de esas canciones como Fade Away, Half the world away o Talk Tonight (con arreglo a banda completa, que permite el lucimiento de Waronker), fueron celebradas por los fans acérrimos, como recordando ese período en que Noel alcanzó un alto nivel. La gente se lo agradece cantándole “olé, olé, olé Noeeel”.
Pasan D’ you know what I mean? y Stand by me (de las mas coreadas de la noche), de Be here now (1997), bastante apegadas a sus versiones de directo de los 90. Las pantallas siguieron poniendo a Noel y a Liam cada uno en una pantalla. Como remarcando que son la fuerza que mueve al grupo. Liam, respondió a lo que se contaba en las reseñas internacionales y está cantando en plena forma. Noel, por su lado, con la precisión de los años.
El tramo final remató con Slide Away, Whatever (con el clásico guiño a Octupus’s garden de The Beatles), además de Live Forever (sin dedicatoria) y Rock ‘n’ roll star. Regresaron para un encore de hits, que incluyó The Masterplan (la cara B más grande de la historia), además de Don’t look back in anger, Wonderwall y Champagne Supernova.
Oasis, sin esforzarse por parecer novedoso, le entregó al público lo que deseaba, una noche de nostalgia con un repertorio sin concesiones y de un rock sin remilgos. Por factura y marco de gente, literalmente “camiseteada”, puede ser de sus mejores shows en el país y va a estar en la discusión entre los mejores del año. “We’ll see you again”, prometió Liam. Los fuegos artificiales coronaron una noche bíblica.
Ashcroft encendió la previa
La jornada ya había sumado suficiente emoción desde el show de apertura. El inglés Richard Ashcroft, muy amigo de Noel Gallagher, abrió la presentación, tal como lo hizo en el tramo de Reino Unido e Irlanda. Con la cortina de Bring on the lucie (freda people), original de John Lennon, el ex The Verve fue recibido con una ovación, que sonó a la de un campeón que vuelve a la cancha. Para entonces, a un cuarto de hora de las 20:00, el público ya llenaba el Nacional.
Consciente de lo popular que es en Sudamérica, Ashcroft no escatimó en echar mano a lo más conocido del material de su banda madre, The Verve. El arranque con Weeping willow, uno de los cortes menos evidentes del imprescindible Urban Hymns, sonó atronador, conservando las guitarras de inspiración psicodélica de la grabación original.
Luciendo una chaqueta de brillantes, siguió con Space and time, otro de los temas recónditos de aquel disco clave de los 90. Una sorpresa total que el respetable agradeció. Siguió con un par de cortes de su trabajo solista, como la buena Break the night with colour.
En escena, lo de Ashcroft es pura actitud. Aunque su voz resiente el desgaste de los años, mantiene su actitud callejera y el énfasis para interpretar. El respetable le agradeció su regreso al país tras 9 años, con un cántico de Estadio. “Oleeee olé olé olé, Richard, Richard”. Siguió con The Drugs don’t Work (con ligera variación en el arreglo), Lucky Man, la canción que él ha marcado como su favorita (y fue la que mejor sonó, muy cercana a la versión del álbum), la bella Sonnet, y el cierre con ese himno noventero que es Bittersweet Symphony, que sonó tan psicodélica como siempre, con el añadido de unas guitarras funkeras. “I hope to play my own show” se despidió ante la multitud que se regocijó con el recuerdo de una era.
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