Editorial

El fracaso político del Socialismo Democrático

El Partido Socialista y sus socios están pagando las consecuencias inevitables de un proceso sostenido de pérdida de identidad y falta de defensa de lo que ha sido su propio legado.

El pobre resultado que obtuvo el Socialismo Democrático (SD) en las recientes primarias del oficialismo constituye un hecho político de enorme significancia. La abismal diferencia de votos que se dio entre Carolina Tohá y la abanderada del PC Jeannette Jara sugiere que detrás de ello hay cuestiones mucho más de fondo que un mero asunto de carisma personal de una candidata. Es, no cabe duda, la constatación del fracaso de un proyecto político que a estas alturas se ha quedado sin identidad propia, lo que finalmente resulta muy poco convocante y es la razón principal que parece explicar esta debacle que nadie supo anticipar, al menos en esta magnitud.

No cabe duda de que el mayor afectado es el Partido Socialista (PS), la colectividad ancla del SD. Pese a ser uno de los partidos con mayor tradición histórica en Chile, y que luego de recuperada la democracia encabezó en dos oportunidades la Presidencia de Chile de la mano de Michelle Bachelet, hoy aparece completamente doblegado y sin proyecto propio. Debe ser motivo de profundo análisis cómo pudo ocurrir que en el horizonte de apenas una década el PS cediera tal cantidad de terreno, al punto de permitir que la preeminencia la tomara primero el Frente Amplio, y que ahora sea el PC la fuerza en torno al cual la centroizquierda ha terminado agrupándose. Es una enorme renuncia del PS a buscar liderar con ideas propias, dañando además a sus socios más pequeños del SD, que también se han visto arrastrados a plegarse a fuerzas más radicalizadas.

El PS y sus socios están pagando las consecuencias inevitables de un proceso sostenido de pérdida de identidad y falta de defensa de lo que ha sido su propio legado. Esto fue particularmente evidente en la campaña de las primarias, donde perdieron la oportunidad para haber marcado claras diferencias con el PC y el FA, haciendo ver que llegaron a reforzar una gestión muy débil fruto sobre todo de la inexperiencia de los frenteamplistas, pero en cambio nada de ello se dijo, y hubo una débil defensa de su exitoso legado de los “30 años” frente al constante pisoteo de dicho período por parte de sus adversarios, sobre todo del FA. Muy probablemente el resultado en las primarias habría sido otro si el SD hubiera sostenido posturas mucho más definidas, marcando la distancia con el gobierno. Al no haber hecho eso, es fácil comprender por qué los costos de la mala gestión de este gobierno los terminó pagando íntegramente Tohá y no Jara.

Frente a esta debacle electoral, en vez de hacer una profunda introspección y autocrítica por lo sucedido, el PS y sus socios se apresuraron en plegarse a la candidatura de Jara sin reserva alguna -incluso abogando por una lista parlamentaria única así como por la “unidad programática”-, pese al maltrato que recibieron y cuando fue evidente que haber sido el sostén de un gobierno muy criticado solo representó costos que nadie les reconoció. Lo más sorprendente es que el SD ya pasó por esta experiencia, toda vez que en la campaña anterior fue duramente humillado por el frenteamplismo, pero aun así se unieron al gobierno de Boric sin buscar defender su identidad propia, siendo inexplicable que no se hayan internalizado debidamente los aprendizajes del caso.

Desde el momento en que una fuerza política se deja humillar y no marca las diferencias durante una campaña presidencial, entonces es un claro signo de que no tiene identidad y se arriesga a ser derrotada. Esta forma tan acrítica de plegarse a la figura de Jara es una manera implícita de reconocer que el SD carece de potencial y es la única forma que encuentra para poder sobrevivir políticamente; sin embargo, está claro que un predicamento así es la antítesis para sostener un proyecto político de largo plazo, y no deja de ser paradojal que sobre todo un partido histórico como el PS pase por alto estas implicancias.

A la luz de estas consideraciones no resulta exagerado concluir que el Socialismo Democrático se ha acabado como proyecto político, porque ha renunciado a defender sus propios idearios y legado histórico. Así, la gran lección que han dejado estas primarias es que la derrota electoral que experimentó dicho bloque es en realidad el producto de su propia dilución.

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