El último partido de Sebastián

Sebastián Peñaloza, disfrutando del US Open en 2015.

El 7 de mayo, el tenista Sebastián Peñaloza fue hallado sin vida en la casa de su madre en Boston. Antes de este trágico desenlace, fue un carismático y alegre top 100 juvenil. Sin embargo, un trastorno esquizoafectivo se cruzó en el camino y marcó su destino para siempre.



Atardece a la orilla del mar, son casi las 18.30 horas del jueves 7 de mayo. Jorge Peñaloza (63) regresa en bicicleta desde Concón hacia su departamento en Reñaca. En un segundo su vida cambia para siempre. “Me llamó la mamá de Sebita y me dio la noticia. Me tuve que detener en el camino, no pude aguantar y lloré mucho rato; me desahogué. Estaba oscuro y sentí una pena enorme. No lo podía creer. Llamé a mis hijas y regresé a Santiago”. Así, este profesor de tenis se enteró del deceso de su hijo de 25 años en Boston, Estados Unidos.

La noticia remeció al ambiente tenístico nacional. Sebastián Peñaloza siempre despertó muchas simpatías entre sus pares. Llegó a ser 99 del mundo en el ranking juvenil de la ITF e integró, como tercer jugador, el equipo que venció a Argentina en la final del Sudamericano Sub 16 de 2011, junto a Guillermo Núñez y Jaime Galleguillos, lo que le valió a la escuadra capitaneada por Hugo Miranda ir al Mundial de México, donde se sumó Christian Garin. “Si bien Seba estaba un poco más abajo en una generación buenísima con Garin, Jarry y Núñez, era un tenista bien aguerrido. Si le decían que llegara a las 6 de la mañana para entrenar con un compañero que sí iba a jugar, él llegaba feliz. Era tremendamente respetuoso, cariñoso y obediente. Espectacular. Era muy apreciable, lo quería mucho. Nunca una mala cara”, afirma Alex Rossi, head coach de la Federación de Tenis en esos años. “Era un tipo bueno para el tenis y estuvo presente en cosas importantes. Su currículum, en cuanto a nivel y resultados, era bien bueno. Él siempre estaba buscando buenos entrenamientos y buen nivel”, resalta Núñez.

La formación de Peñaloza fue más bien atípica. Su padre, profesor de educación física especializado en tenis del colegio Verbo Divino durante 38 años, fue su entrenador y su gran compañero, ya que, al separarse de su esposa, ella parte a Boston, donde estaba el resto de su familia, y el niño, entonces de siete años, se queda en Chile. A los 11, comienza a meterse de lleno en el mundo de la raqueta. “El tenis era su gran pasión. En octavo básico se retiró del Verbo Divino, porque le dije que, si llegaba a ser número uno de Chile en su categoría, podía hacer exámenes libres y dedicarse a jugar. Terminó con buenas notas; después aprendió inglés y pasó bien las pruebas que le exigían en Estados Unidos para entrar a las universidades”, explica Jorge.

El alma de la fiesta

En el circuito del tenis existe consenso en que Seba era uno de los más divertidos. Jaime Galleguillos fue uno de sus mejores amigos, pues compartió entrenamientos con él durante tres años y llegó a ser 57 del mundo en juniors. “Estuve con su papá, porque ninguno de los dos teníamos recursos para meternos a una academia; podíamos ir a las mismas giras y en el Verbo Divino nos facilitaban las canchas e implementos deportivos”, recuerda Galleguillos.

Sobre su amigo, subraya que “era un chico que necesitaba sociabilizar para sentirse en su zona de confort. Era capaz de sacarle carcajadas hasta a la gente desconocida. Irradiaba pura alegría y carisma y gracias a ese plus se hizo tan conocido”. Otro tenista de su generación, Jaime Bueno, añade que “al Sebita le gustaba salir con los amigos, disfrutar con la gente y pasar un buen rato”.

Casi al llegar a la mayoría de edad, las cosas comenzaron a cambiar. “Como a los 17 ó 18 años, empecé a notar muy de a poco algunas conductas que no entendía de él. En ese periodo quiso dejar el tenis y partió a Estados Unidos. Allá le diagnosticaron un trastorno esquizoafectivo. Sebita se negaba a esto. ‘Yo no tengo nada, papá’, me decía. Y yo también me negaba, tengo que reconocerlo; pensaba que se estaban equivocando, pero él luchaba contra esta cuestión hacía mucho tiempo”, describe Jorge Peñaloza.

“El trastorno esquizoafectivo combina signos de los trastornos psicóticos, donde está la esquizofrenia, y también síntomas de los trastornos del ánimo, como la depresión. Entonces, es súper complejo. Tiene inicio en la adolescencia; hay cambios en la personalidad, la gente se empieza a aislar y la sensación que tiene el entorno es que la persona cambió y los pacientes también”, explica la Ph.D (c) Oriana Figueroa, magíster en psicología clínica y miembro del Centro de Investigación en Complejidad Social de la Universidad del Desarrollo.

Un camino muy frecuente entre los tenistas de proyección chilenos es el paso por alguna universidad estadounidense, para estudiar y competir en la NCAA. Sebastián quedó becado en la Morehead University de Kentucky. “Allá empezó muy bien, pero después tuvo problemas con el consumo de alcohol y otras sustancias. Entonces, el entrenador me llamó y me avisó. A la larga, el Seba perdió la beca. Él se podía tomar uno o dos copetes, pero el efecto era como que se tomara seis. Partió con alcohol y después se sumó la marihuana, que allá era súper común. Yo lo empecé a ver con actitudes raras; se quedaba pegado, mirando. Escuchaba voces. Y una de las formas de escaparse era consumiendo estas cosas. Tenía días y días. Había algunos en que estaba súper bien y otros en los que estaba muy para adentro”, detalla su padre.

El equipo chileno en el Mundial Sub 16 de Tenis de México, en 2011. De izquierda a derecha: Alex Rossi, Guillermo Núñez, Christian Garin, Sebastián Peñaloza y Hugo Miranda.

“Ir a Estados Unidos es una oportunidad la raja, pero son pocos los que pueden llevar el estudio y el tenis a la par. Además, los jugadores se van solos y hacen una vida demasiado independiente. Antes de ir, la mayoría se pregunta cómo es la noche allá; si era igual que en las películas, con carretes con piscina…”, dice Jaime Galleguillos, quien finalmente se quedó en Chile.

“Mientras más joven es una persona cuando empieza a consumir algún tipo de droga, es peor. En el caso de Sebastián, se combinaron un montón de cosas, porque él era adolescente y esto se juntó con la búsqueda de sensaciones propias de la edad. Los síntomas de los cuadros psicóticos se ven intensificados cuando se acompaña de alcohol, marihuana o alguna otra sustancia”, ilustra Figueroa, quien apunta que “una enfermedad psiquiátrica de estas características no se cura; se aspira a estar estabilizado y ser funcional, pero eso puede tomar años. Además, un montón de otros factores pudieron agravar todo: desde el cambio de ambiente a la frustración de haber perdido una beca”.

En este sentido, la psicóloga indica que “el trastorno esquizoafectivo tiene un componente genético y su prevalencia es de alrededor del 0,8% en la población general”.

“Papá, quiero volver a Chile”

A Sebastián el tenis le gustaba mucho. Era su pasión. Y quería seguir intentándolo en el mundo universitario. Pasó a Florida, a la Keiser University. “El Sebita estaba en West Palm Beach, cuando yo estudiaba en Tampa. Siempre hablábamos e intentamos mantener la amistad. Después tomó la decisión de irse donde la mamá. Yo trabajé un tiempo en Boston y, como él estaba allá, nos veíamos. Después seguimos hablando por videollamada”, narra Jaime Bueno.

El tenista es sincero con lo que observaba. “Sabía que venía a la baja, se le notaba. Se fue alejando de a poco y eso fue lo que me pareció extraño. Yo lo cateteaba, le hablaba un poco y también estaba en conversación con el papá, porque a veces el Sebita no le decía la firme. Su mamá, una mujer muy esforzada, intentaba que no se mandara ninguna embarrada. Él en sí no pedía ayuda, pero la necesitaba. Él decía que no tenía un problema, que estaba bien. Entonces, no se tomaba los medicamentos que le recetaba el psiquiatra”, indica. Jorge Peñaloza complementa: “Como él se negaba a esta situación, no era muy regular con su tratamiento”.

En redes sociales, Seba se veía contento. Continuó estudiando y jugando en Boston (Nichols College) y en Wisconsin (Cardinal Stritch University). En todos esos lugares dejó un gran recuerdo, que se ha visto reflejado en los numerosos mensajes de condolencias de los miembros de esos planteles. “Yo le preguntaba a Seba cómo estaba y él me trataba de tranquilizar. ‘Yo voy a estar bien, quiero terminar mis cosas’, me decía. Pero esta enfermedad da más facilidades de ser adictivo. Él estaba afectado y no le gustaba hablar de la situación conmigo. Jaime Bueno y Felipe Fuentes eran los que más hablaban con él. Allá, además de la mamá, también estaban sus tíos y primos, quienes también trataban de apañarlo”, manifiesta el progenitor.

Sebastián y su padre, Jorge, en la playa.

La situación empeoró. Los delirios y alucinaciones se hicieron más frecuentes, por lo que el año pasado, Sebastián estuvo internado un mes en una clínica psiquiátrica y perdió un semestre en la universidad. Los efectos también se notaron en su apariencia física. “El Sebita subió veintitantos kilos, algo no andaba bien”, apunta. Pese a todo, intentaba seguir adelante. “La última vez que hablamos y me dijo: ‘Papá, quiero volver a Chile’. Eso me alegraba, porque se veía que tenía planes y ganas. Incluso teníamos comprado el pasaje para la segunda semana de mayo, pero por el coronavirus no pudo viajar”.

Una mariposa

A un poco más de dos semanas de lo sucedido, Jorge Peñaloza se apoya en su familia, en especial en sus tres hijas: Macarena, María José y Laurita, además de su hijastro Ismael. Pasa los días en Reñaca leyendo sobre los misterios de la vida y reflexionando. “Sebita tenía una constante lucha interna y puede ser que eso mismo lo haya hecho tomar una mala decisión”, reflexiona. Y explica que decidió hablar públicamente del caso de su hijo como una forma de ayudar a otras familias que pueden estar pasando por algo similar. Incluso, analiza la idea de crear una fundación junto a su amigo Rubén Codoceo. “Mi hijo no lo estaba pasando bien, sobre todo en el último tiempo. Este mundo es fregado, es competitivo, las personas con dificultades tienen muchos problemas, somos discriminadores…”, sostiene.

Uno de los factores que lo ha hecho mantenerse entero en estos días es el cariño recibido. “Sebita era muy querido y lo confirmé con todos los mensajes que he recibido, pero quiero destacar uno en particular, que me ha ayudado muchísimo, el de Marcelo Ríos. Me mandó algo súper lindo y me gustaría agradecérselo de alguna manera, porque me sirvió y me animó mucho”, revela.

Otro hecho que le ha ayudado a pararse ocurrió justo frente al mar: “Una semana después, salí con mi hijastro. Él estaba meditando y nos sentamos a conversar en la playa. Y de repente, al lado mío se posó una mariposa mucho rato y no se iba. Ismael me sacó fotos con la mariposa. Era raro ver una mariposa cerca del mar y no en un jardín. Estuve a punto de tocarla, elevó el vuelo, dio una vuelta alrededor mío y desapareció. Después buscamos el significado y nos dimos cuenta de que está relacionado con la gente que fallece. Lo tomo como que Sebita me vino a saludar y me vino a decir ‘papá, estoy tranquilo’. Creo que hay algo más allá después de la muerte y eso me ha dado mucha calma”.

Sus hermanas mayores armaron un altar en sus respectivas casas, mientras que Álex Rossi cuenta que le dedicó un novenario y también cree necesario que todos los entrenadores intenten informarse sobre salud mental. Sus amigos del tenis se reunieron virtualmente. “Hicimos una llamada de Zoom con amigos del tenis y estuvimos recordándolo. A mí me chocó mucho porque yo me había quedado con su imagen de 2014”, dice Guillermo Núñez.

Sebastián Peñaloza y Guillermo Núñez, en su etapa de jugador juvenil.

“Hicimos un grupo de WhatsApp entre unos 40 ó 50 chicos del tenis y nos reencontramos. Cada uno andaba por su camino hasta que esto pasó. Dijimos que, si alguno andaba bajoneado, lo dijera porque estamos todos para ayudarnos. Y eso es gracias a Sebita, él nos conectó mucho y todos volvieron a retomar ese contacto con los amigos de la vida. Él nos generó mucha más felicidad que cualquier cosa que hubiera podido pasar”, sentencia Jaime Bueno.

Jorge Peñaloza se detiene por unos segundos y se despide con otro pensamiento: “Creo que nunca voy a dejar de tener pena, pero tengo tranquilidad. El Sebita me dio muchas satisfacciones, me dio mucha felicidad y cosas lindas. Lo único que puedo hacer es agradecerle a mi hijo donde esté. Siempre lo voy a amar y todos los días lo voy a recordar”.

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