Año Nuevo en la línea de fuego

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Vivir en Plaza Italia, en los últimos dos meses y medio, es convivir con batallas campales, lacrimógenas, disparos e incertidumbre. Esta es la crónica de alguien que vive ahí y también las voces que conviven en la zona del Parque Forestal y de un "primera línea" que cuenta sus razones para ir a enfrentar a carabineros en las manifestaciones.


Miércoles 1 de enero, 6.15 h. El ruido afuera de mi edificio me despierta, porque se escuchan gritos y balazos. Salgo a mi terraza, que mira al Parque Forestal y calle Merced, y la escena es la de una batalla campal. En rigor, la que veo desde hace dos meses y medio, como en el Día de la Marmota: Carabineros disparando y corriendo por el parque con lumas detrás de personas que corren aún más velozmente; el carro lanzagua mojando a varios y el carro lanzagases dejando una humareda de lacrimógenas en el aire; gente prendiendo barricadas, cortando ramas de los árboles y con bolsas de basura; dos personas llevando a un herido con sangre que le brota por la cara y muchos gritando "asesinos" o cantando "ya van a ver, las balas que nos tiraron van a volver".

Miro hacia la calle y sí, ahí sigue el lienzo blanco que colgaron los vecinos, hace poco más de un mes, que para partir el año se lee como una súplica: "El derecho a respirar en paz". Está costando vivir a una cuadra y media de la plaza que hoy tiene cuatro nombres: Plaza Baquedano, Plaza Italia, Plaza de la Dignidad y Zona Cero de las manifestaciones.

Martes 31 de diciembre, 19 h. Camino desde mi departamento hacia Plaza Baquedano y en la mitad de calle Estados Unidos está detenida una camioneta con las puertas abiertas. Miro que más allá dos tipos con una sierra cortan un árbol mediano y luego dividen el tronco en varias mitades y las echan atrás de la camioneta antes de partir.

Calle Irene Morales con Alameda aglutina a unas 30 personas en torno a una animita en el lugar donde Mauricio Fredes murió por asfixia por sumersión, al caer a una fosa de 1,80 metros de profundidad que tenía agua. Él integraba la llamada "primera línea", el grupo de manifestantes que se enfrenta con Carabineros durante las protestas y que replica el nombre que la prensa de Hong-Kong les dio a los jóvenes que desempeñaban igual rol en las manifestaciones sociales en ese país, desde junio pasado. Un papel pegado en la pared sentencia que ahora la calle se llama "Mauricio Fredes", mientras en la animita conviven flores y fotos.

Un par de vendedores ofrecen latas de cerveza a mil pesos. La venta de cerveza y pisco en la calle se ha hecho habitual en el barrio, también de marihuana y merchandising de protesta: pañuelos, hondas, packs para moler o envolver marihuana y todo sobre el perro "matapacos", que aparece en poleras, paños y prendedores que los vendedores aseguran que es "para que te cuide en las protestas".

Un veinteañero camina por Alameda y al llegar a Irene Morales dobla y se intenta esconder en la que era la entrada del Banco Santander, quemada hace dos meses y que hoy, en su parte trasera, es utilizada como espacio para primeros auxilios. Solitario, se saca la polera blanca que lleva y se la pone alrededor de su cara, mientras hurga en su mochila hasta encontrar unos anteojos de natación que se pondrá. Se arregla el pantalón de buzo negro, amarra bien los cordones de sus zapatillas Nike y se vuelve a poner la mochila. Toma lo que supone un escudo -un pedazo de lata similar a las cortinas de los negocios cuando cierran- y reaparece corriendo hacia calle Ramón Corvalán Melgarejo. Un grupo de personas lo vitorea al pasar.

Al rato, otro hombre llega también a la misma esquina y replica la escena: se esconde y reaparece con capucha y escudo -una antena satelital que tiene el logo de Movistar-, como a usanza de los superhéroes de cómics que ocultan su identidad con una máscara, para ser irreconocibles. También corre hacia calle Carabineros de Chile, donde están los enfrentamientos entre "primera línea" y carabineros.

Martes 31 de diciembre, 19.20 h. Un grupo de 10 hombres y mujeres, en la esquina de Ramón Corvalán con Alameda, rompen lo que queda de vereda con picotas y martillos, para convertirlos en pedazos de piedra para dárselos a la "primera línea". A unos 200 metros sucede algo parecido a un juego de guerra: los manifestantes tiran piedras a carabineros, estos devuelven con el carro lanzagua. Los protestantes les gritan "uh, uh, uh" y algunos golpean metales para que todo retumbe, hasta que uno de ellos lanza una bomba molotov y carabineros comienza a correr tras ellos.

Avanzan media cuadra y debo correr también. Un encapuchado se pone a mi lado y me ofrece agua para los ojos, por los gases lacrimógenos. "Están fuertes estás hueás", dice, y pregunta qué hago aquí. Me mira que ando con camisa y me lo hace notar. Le digo que soy periodista y me cuenta que está todos los días acá, "para luchar con el pueblo". Tiene como capucha una polera de Colo-Colo y dice que vive en la calle. "Somos la peor pesadilla de Chile", afirma. "De aquí solo nos van a sacar muertos", agrega con una sonrisa. La conversación termina cuando le digo que soy de La Tercera.

De lejos, una señora sentada atiende su quiosco. Una rareza: el lugar parece zona de guerra y es lo único abierto. La mujer, de unos 50 años, dice que los manifestantes la cuidan y tratan de "tía", que está de acuerdo con las protestas, pero baja la voz y dice que "ya estaría bueno que esto terminara, porque ahora no vendo nada y hay que pagar cuentas". Un sentimiento que comparten al menos 10 locatarios de Lastarria consultados, que pidieron no ser mencionados, pero dijeron básicamente lo mismo: quieren que las manifestaciones en esta zona se acaben. "Es difícil no compartir las demandas de los cabros, son las de todos, pero este barrio se convirtió en zona de sacrificio. Nos echaron a nuestra suerte, a nadie le importa este barrio, porque ya está hecho mierda", dice el dueño de un negocio.

El alcalde de Santiago, Felipe Alessandri, me dice al teléfono que el entorno de Plaza Baquedano "parece Irak". Él enumera: "La Fuente Alemana está deteriorada; se secó el pasto del parque; el comercio callejero está desatado; el comercio establecido, endeudado; el dueño del Liguria Lastarria lleva dos meses sin abrir; se metieron a robar a (el cine) El Biógrafo; quemaron la Iglesia de la Veracruz, son tantas cosas, no nos han dado tregua". Como municipio, dice, han tratado de reponer luminarias y algunos semáforos, han organizado cuadrillas para salir a pintar -la zona completa está rayada de lado a lado-, las calles son barridas con agua para disminuir el olor de las lacrimógenas y cuantifica en cuatro mil millones de pesos los daños en mobiliario público. Reconoce que su plan 2020 cambió por completo y estará enfocado "en la reconstrucción de la comuna". Pero advierte: "Esto se recupera en dos años. No en dos meses".

Apenas dos días después, el alcalde tendría que agregar la iglesia de San Francisco de Borja a su ya extensa lista.

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31 de Diciembre de 2019/SANTIAGO<br /> Un grupo de personas Intentan derribar monumento de general Baquedano en Plaza Dignidad.<br /> FOTO:AGENCIAUNO

Un grupo de personas intenta derribar monumento del general Baquedano. Foto: AGENCIAUNO[/caption]

Martes 31 de diciembre, 20.09 h. Tres jóvenes con capucha sacan piedras y escombros de la entrada principal del Metro Baquedano, cerrada desde el 18 de octubre y que hoy es un basural. Arriba, frente al Teatro de la Universidad de Chile, hay numerosas mesas cubiertas con un plástico morado para comer. Alguien con megáfono habla, pero no se le entiende mucho. La gente lo aplaude igual, mientras encapuchados y gente que ha llegado al lugar comen porotos granados o arroz.

En Plaza Baquedano, tres escenas independientes: unos suben a la estatua del caballo sujetándose de una cuerda; otros arman una parrilla gigante con leños de un árbol (posiblemente los que cortaron con sierra una hora antes) y una mujer se desnuda, al medio de un círculo rojo de tela, otra le echa un líquido rojo y otras dos, con capuchas rojas, van a abrazarlas, mientras algunos graban con celular y aplauden la performance.

El padre de una familia de Puente Alto me pide que les saque una foto con su esposa y sus dos hijos, que no superan los 10 años. Vienen a pasar Año Nuevo acá y trajeron comida. "Es súper lindo lo que se está viviendo hoy", dice emocionado. Más allá, alguien me pide que le tome una foto con su celular, con la estatua de fondo. Se tapa un ojo con la mano.

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31DE DICIEMBRE DEL 2019 21:40 - CENA PREVIO AL A

Cena previa al Año Nuevo en Plaza Baquedano. Foto: Luis Sevilla[/caption]

Martes 31 de diciembre, 21.05 h. En Plaza Baquedano ya hay unas cinco mil personas y varios grupos: unos comen, otros hacen fila para subirse a la estatua de Baquedano, por un edificio han puesto parlantes y se oye El baile de los que sobran. No hay carabineros en todo el perímetro. Pero al caminar nuevamente hacia Ramón Corvalán, al fondo, la llamada "primera línea" sigue peleando con carabineros. Piedras, lanzagua, zorrillo, carabineros se abalanzan hacia los manifestantes, estos corren.

En la "primera línea" de hoy -eso lo sabré dos días después, al conversar con él- está un estudiante de Ingeniería Civil Industrial de la Universidad Tecnológica Metropolitana. "Ivar", que no es su nombre real, pero es como pide que se le nombre para este reportaje, tiene 23 años y vive en el sector Bajos de Mena, de Puente Alto. Desde el 18 de octubre, todos los viernes está aquí, y ahí, en la "primera línea". Llega a las 4 de la tarde y se queda hasta cerca de la medianoche. Llega y vuelve en micro.

"En ocasiones voy con mi primo, él es mi escudero y es el que me protege. Yo ocupo hondas, tiro piedras y devuelvo lacrimógenas", cuenta. "Estoy adelante-adelante. De hecho, la noche de Año Nuevo estuve a tres metros de los pacos, en Ramón Corvalán. Se vive muy intenso en la 'primera línea', los cabros siempre nos cuidamos, tratamos de tener una vía de escapatoria despejada. Que se lleven a uno es lo que más duele. De hecho, cuando se llevan a uno, entre todos nos retamos, nos duele en el alma", agrega.

Ivar cuenta que en estos meses su indumentaria ha evolucionado para protegerse. Al comienzo iba con lentes de natación -practica ese deporte-, pero como eran oscuros, le molestaba la visión y los cambió por una máscara de esas que regalan en la construcción. Para su cara, dice, moja la capucha con agua y un antipartículas y se pone la máscara encima. Pero hace unas semanas un amigo le prestó una máscara que ocupan para pintar autos y compró unas antiparras certificadas. "Con todo eso", dice, "podía aguantar más adelante para pelear".

Hace dos viernes, a Ivar le llegó un perdigón en un tobillo. Cuenta que iba corriendo por calle Merced y sintió el disparo en el pie derecho. "Lo vi rojo e hinchado, pero no me imaginé que iba a ser tanto. Después empecé a cojear, me dolía mucho. Al otro día, morado, curación, tuve que vacunarme contra no sé qué, me dijeron, por el acero que llevan esas hueás. Tengo una amiga de una brigada en Plaza Italia y vino a hacerme curaciones. Pero sigo yendo igual".

Le pregunto a Ivar por qué pasó de manifestante a ser parte de lo que llaman "primera línea". Él responde: "Desde niño, mi mamá se dio cuenta de las desigualdades que se vivían en Puente Alto y me sacó de estudiar ahí (en la comuna) y me llevó al (Liceo) Lastarria. Entonces allá abrí mi mente. Después vi la represión que se ha ejercido, pensé que se estaban pasando, que estaban vulnerando los derechos de la gente, entonces de alguna forma eso me hizo tener más frustración y rabia contra ellos (los carabineros). Entonces dije 'hay que estar aquí, donde las papas queman, donde se puede quizás devolver lo que ellos hacen', porque al final sí da miedo estar ahí, pero ellos también sienten el miedo cuando tienen que ir hacia nosotros. Entonces, sentir que la gente se pueda manifestar tranquila, mientras nosotros estamos allá, defendiendo, fue lo que me hizo dar el paso". También le ha hecho sentir bien la reacción de alguna gente en la calle: algunas veces la gente lo ha aplaudido al verlo pasar. "Denle cabros, cuídense siempre, son nuestros ojos", nos dicen. Eso me dio más motivación para seguir adelante".

¿Y qué le dicen sus papás? "Mis papás quedan con el alma en un hilo cada vez que salgo. Me dicen que me cuide, que cualquier cosa los llame, que si en verdad creo que es tan necesario ir. Ellos, a toda costa, quisieran que no fuera", reconoce. "Nuestra situación no es tan mala, pero eso no es motivo para no salir. Tanta gente de acá que no tiene oportunidades, ver esa injusticia, es una motivación que me manda allá".

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Demonstrators react on the street amid laser beams during a protest against Chile's government in Santiago, Chile December 31, 2019. REUTERS/Pablo Sanhueza TPX IMAGES OF THE DAY

En medio de los láser, los encapuchados se enfrentan a Carabineros en las calles aledañas a Plaza Italia. Foto: Reuters/Pablo Sanhueza[/caption]

Martes 31 de diciembre, 23.05 h. Ya hay unas 10 mil personas en Plaza Baquedano y el ánimo es de fiesta, pese a la oscuridad. Por el departamento de uno de los edificios Turri se asomarán la comediante Natalia Valdebenito y luego Ana Tijoux cantará seis canciones, incluida la que hizo por el estallido social, Cacerolazo. Se organizaron bajo estricto secreto, alguien prestó el departamento, se consiguieron equipo de amplificación y hablaron con un prevencionista de riesgos, cuenta uno de los organizadores.

Esa noche, como tantas en los últimos dos meses y medio, me enfrasco en discusión con algún amigo o cercano, por decirle que estoy cansado de vivir en Plaza Italia, por todo lo que ha implicado: hay días en que tuve que hacer hora para entrar a mi edificio, la mayoría de los negocios estuvo cerrado el primer mes, las lacrimógenas se han vuelto imposibles de tolerar y he visto a manifestantes tirar piedras riéndose y a carabineros disparando con una sonrisa en la cara. Jugando a una guerra que no es. No lo he visto por TV ni en fotos, lo he visto yo. Durante noviembre, la tensión de vivir en el barrio era tan insoportable -ver fuego en distintas partes, olor a gases, balaceras, gritos-, que durante un par de noches, al escuchar balazos y gritos, opté por subir el volumen del televisor. Como si fuera muy normal la violencia que pasaba afuera.

A Ivar, el "primera línea", le comento todo esto. Le pregunto que hasta cuándo van a durar las manifestaciones en Plaza Italia. "Uf, esa pregunta me la he planteado harto. Creo que esto no va parar hasta abril y se haga la convención constituyente. Pero voy con miedo los viernes, pensando que va a haber menos gente que la semana pasada. Espero que no se pierda eso en estos meses". Le digo que para algunos, los llamados "primera línea" son "delincuentes". Él responde: "A esos les diría que están muy equivocados, solo se dejan llevar por un gobierno que ha manipulado los medios y no saben la realidad que se vive adelante".

Entonces la pregunta es evidente: ¿Quiénes conforman esa "primera línea"? Ivar dice que es transversal. "Hay barras bravas y niños del Sename, pero también hay profesionales, estudiantes, universitarios, adultos, mujeres. Y va cambiando. Por las capuchas, es difícil reconocer al resto de las personas, yo mismo ocupo un paño diferente, ropa diferente, por miedo a ser reconocido. Pero te diría que va rotando (la 'primera línea'), mucha gente se cansa o también que día a día se mete". Lo más particular, agrega Ivar, es algo que también me comentaron otros integrantes de "primera línea": no hay organización ni un líder. "Eso es lo que más he juzgado. Porque a veces estoy ahí y claro, le damos, tiramos camotes, pero a veces son un poco inservibles. Mantenís a raya a los pacos, pero a veces te termina ganando el cansancio, porque tirái, recibís, tirái, recibís gas, mucha agua y falta que alguien liderara y dijera 'ya cabros, aquí nadie se mueve, nadie tira nada, porque nos vamos a desgastar. Si ellos avanzan, nosotros agarramos'. Pero nadie toma la bandera de líder y trata de ordenar a toda esa tropa de gente que estamos atacando. Uno va y le da nomás".

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People react as they ring in the new year at Plaza Italia during a protest against Chile's government in Santiago, Chile January 1, 2020. REUTERS/Pablo Sanhueza

Los manifestantes celebran la llegada del 2020. Foto: REUTERS/Pablo Sanhueza[/caption]

Miércoles 1 de enero, 2.25 h. Tras improvisados fuegos artificiales, la fiesta de Año Nuevo en la plaza se divide en dos. Hacia Av. Salvador, unas 500 personas bailan pop y más parece una escena sacada del festival Lollapalooza. Pero más cerca de Plaza Baquedano, casi no hay luces, la música de fondo es "El pueblo unido" y canciones de Los Prisioneros, mientras algunos vomitan, otros arman fogatas con lo que encuentran y muchos sacan fotos. El aire a lacrimógenas está fuerte, pero a pocos parece importarles. Por Vicuña Mackenna se ve a un grupo de carabineros acercarse, disparando bombas.

Alguien grita que "esta plaza ahora es del pueblo". Una teoría que le preguntaré un par de días después al diputado Gabriel Boric, quien estuvo acá cuando partió el estallido social, reclamando por la presencia de militares, y que luego fue agredido unas cuadras más abajo, en el canil del Forestal, donde un grupo le reclamaba por "venir a meterte acá".

"La Plaza de la Dignidad, antes Plaza Italia, ha pasado a convertirse en un lugar icónico no solo de las movilizaciones, sino del encuentro de un pueblo que durante mucho tiempo vivió las carencias e incertidumbres por separado y que veía que una élite se enriquecía, cuidaba y resguardaba a expensas de él", dice Boric. Luego agrega: "Es obvio que existe un rechazo hacia las instituciones que justamente produjeron esta división, y entre ellas están el Congreso, la Presidencia de la República, y nuestra tarea es acercar política y sociedad de nuevo. Es el objetivo".

Miércoles 1 de enero, 4 h. Camino hacia mi departamento, por calle Merced, y hay mucha gente bailando en la calle. A media cuadra alguien le prende fuego al letrero publicitario de un paradero de micros. Comienza a quemarse y un tipo se sienta y le pide a otro que le saque una foto con el fuego atrás. Otro hace lo mismo segundos después.

El olor a quemado se mezcla con el de las lacrimógenas cuando entro finalmente a mi departamento. Estoy agotado. Pienso en los conocidos que se fueron del barrio, cansados de las manifestaciones, gases y ruidos. Pienso en las discusiones con quienes se molestan porque digo que estoy agotado de las protestas afuera de mi casa. Intento dormir, pero dos horas después despertaré con la batalla campal afuera, donde manifestantes y carabineros corren de un lado a otro.

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