Columna de Ascanio Cavallo: "El Leviatán caído"

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Carabineros utilizando escopetas antimotines.


Justo antes de irse de vacaciones, el gobierno ha pasado la primera semana de relativo alivio desde el 18-O. Alivio, literalmente: por ahora, no mucho más que eso. Algunos quisieran verlo como el signo de un cambio de momento, acaso la declinación de la escalada que parecía poner en entredicho hasta la continuidad del gobierno.

Es raro, pero este alivio se inició con el más curioso consejo de gabinete de los últimos años, una especie de taller de dos jornadas donde ministros y suplentes escucharon cuatro exposiciones temáticas: un análisis histórico-político de Lucía Santa Cruz; una explicación sobre los mecanismos del diálogo, del chileno avecindado en Noruega Alfredo Zamudio (Centro Nansen); un análisis de las tendencias de opinión pública, del sicólogo Cristián Valdivieso (Criteria Research), y una charla motivacional de Rodrigo Jordán. Esta última fue, según algunos de los asistentes, el ungüento intelectual que necesitaba con urgencia un equipo golpeado en toda su musculatura. Quién iba a decirlo: que el orgulloso, a veces arrogante, gobierno asumido en marzo del 2018 iba a necesitar que le explicaran el significado de regresar al campamento base.

También tuvo su instante la ministra Karla Rubilar, que casi triplicó su tiempo de exposición de 15 minutos para pasar un mensaje: perder el miedo y salir a la calle. El martes pasado esa invocación fue puesta a prueba: todos los ministros y subsecretarios se desplegaron por las regiones. Ninguno fue agredido. Como en el viejo chiste del equipo de natación español: éxito total, ninguno se ahogó.

¿Miedo? ¿Agresiones? ¿Es posible? ¿Así ha estado realmente el gobierno? Los detalles sobre lo que se vivió en La Moneda en los días siguientes al 18-O no se han revelado todavía, pero llenarían unas cuantas páginas sorprendentes.

Junto con colapsar el libre tránsito y la seguridad en las calles, a lo largo de estos cien días ha colapsado también la principal institución encargada del orden público, Carabineros. Esto ya ocurrió en el gobierno de Allende, cuando la derecha maldecía a la policía, y en el de Pinochet, cuando la izquierda la denunciaba como la fuerza de choque de la dictadura. En la noche del plebiscito de 1988 se convirtió en un símbolo del triunfo opositor abrazar a un carabinero de las Fuerzas Especiales. Carabineros es el ángel y el demonio de todas las conmociones sociales.

Las instituciones pueden tener memoria, pero sus miembros viven en el presente. Y las violencias contra las personas y sus derechos las han cometido carabineros inexpertos, mal entrenados y muy a menudo desencajados, sin la serenidad y el autocontrol que se espera de ellos. Han actuado con violencia, probablemente desmedida o descontrolada, cuando su deber era detener la violencia. Y han actuado sin conciencia de que los recursos disuasivos que el Estado les provee han de ser usados con más inteligencia que desesperación. La consecuencia es que los carabineros son el enemigo principal del "movimiento" que ha seguido en las calles. No hay lugar de Chile donde falte un rayado de insulto contra ellos.

El colapso de la policía es el colapso del Estado, lo que Daron Acemoglu y James A. Robinson, con el didactismo que convirtió en un éxito a ¿Por qué fracasan los países?, llaman el "Leviatán ausente" en su libro más reciente (El pasillo estrecho, Deusto, 2019). El Leviatán es el conjunto de instituciones, normas y coerciones que las sociedades se imponen para convivir en paz, cuyo depositario es el Estado. Por eso el Estado es el objetivo mayor del anarquismo. Pero muchos de los que han peleado en las calles no parecen percibir que se enfrentan al Estado (y no solo al gobierno) y la paradoja clamorosa es que al mismo tiempo muchos de ellos reclaman un Estado más grande, que provea de cuanto les falta a los que puedan necesitarlo, pensiones, medicamentos, subsidios, ciclovías, universidades, carreteras, trabajos. La conexión intelectual entre ambas cosas parece cortada, como si un Estado más grande pudiese ser solo un gigante bondadoso y no implicase al mismo tiempo una policía más grande, también gigante. La de la Alemania comunista tenía un soplón por cada 66 ciudadanos. Y el Estado más grande de la historia de Chile fue el de Pinochet.

La tesis de Acemoglu y Robinson es que el Leviatán, sin importar su tamaño, debe estar encadenado por una sociedad vigilante y activa, que impida y limite sus potenciales abusos (por ejemplo, la fuerza desmedida de la policía). Pero, al mismo tiempo, el Leviatán requiere tener la fuerza, el imperio, para impedir que los grupos divergentes de la sociedad violen unos a otros sus derechos fundamentales, empezando por la libertad. En otras épocas los intelectuales se dedicaban a denunciar al Leviatán. Acemoglu y Robinson le conceden un peso virtuoso.

Lo que le ocurre al gobierno chileno ahora es -siguiendo la jerga de Acemoglu y Robinson- que se ha convertido en un Leviatán ausente, que no ha podido dominar el orden público y ha entregado "zonas de sacrificio" en diversas ciudades. La Plaza Italia, el barrio Lastarria, la Caja Los Andes de Concepción son exhibiciones del Leviatán ausente. Los carabineros y los manifestantes han llegado allí a un juego de suma cero, donde no hay vencedores, sino solo la ausencia del Estado.

La desgraciada muerte de un hincha de Colo Colo, a mediados de la semana anterior, suscitó dos días de vandalismo: una confirmación del protagonismo de las barras bravas en la perturbación callejera; o, para decirlo de otro modo, una contribución al esclarecimiento de dónde están las fuentes de la violencia. Cosa parecida ha sido la reacción del alcalde Daniel Jadue ante la quema de autobuses en Recoleta, que considera actos ajenos al "movimiento" y de tan oscuro origen, que cabe preguntarse a quién convienen. Cosa que se lograría mejor sabiendo quién lo hizo. Pero, al margen del rigor forense del alcalde, sus dos razonamientos son válidos respecto de una enorme cantidad de actos violentos y sugieren el inicio de una distinción. Como lo opuesto al ataque al bulto, contra el montón, la distinción es la clave de la represión con medios legítimos. La clave del Leviatán.

El gobierno puede irse de vacaciones con un alivio -hasta salvó al intendente Felipe Guevara-, pero con la conciencia de que el Estado se juega entero en el resto del 2020, con una ristra de elecciones y una colección de amenazas. Ya no piensa en su orgulloso programa del 2018. Ahora sus sueños son más modestos y tendrán que incluir alguna forma de levantar al Leviatán caído, cuidando de que no se pase de listo.

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