
Columna de Ascanio Cavallo: La prueba de Zhou

Un estudio de Ipsos entregado esta semana revela que la principal amenaza que sienten los chilenos es la pérdida de empleo y de ingresos. No son la misma cosa, pero casi. Es parte de la percepción histórica de los chilenos que el ingreso siempre se puede recuperar, mientras que el empleo también es más difícil. La pérdida colectiva de empleo agrava el sentimiento de catástrofe. En esto, el Covid-19 ha cumplido con su identidad como desbarajuste.
No es tan raro que entre los 28 países estudiados por Ipsos, las dos mayores amenazas más intensamente sentidas en Chile sean el desempleo y un desastre natural. Milenarismo y fatalidad. El imaginario nacional se vuelve a llenar de imbunches. Más de alguno aspira a un curul.
El desempleo estuvo todo el 2020 por sobre los dos dígitos, una cifra que no se conocía desde los primeros dos años de Lagos. Una generación completa de chilenos no había presenciado una situación igual y la pregunta es cuánto tiempo se prolongará. Los números para el 2021 han empezado a mostrar pequeños avances, pero ya es claro que cualquier atisbo de recuperación quedará para el 2022 o más, atravesada por un torbellino de elecciones, debates constitucionales y nuevas autoridades elegidas. Es un misterio la forma que tomará la dialéctica entre ambas cosas, pero ya son numerosas las figuras políticas que creen saber positivamente que vendrán días mejores o que, por el contrario, se avecina un gran fuego sacro.
Tampoco es una condición aislada. El Banco Mundial ha aumentado en enero su estimación de incremento de la extrema pobreza como efecto de la pandemia. Ahora calcula que entre las personas que pasarán a esa categoría serían entre 119 millones y 124 millones. Este es el más grande retroceso desde los años 60, momento en el cual la población que vivía en condiciones de extrema pobreza era un 80% del mundo. En 60 años se había venido reduciendo hasta el 10% y en el 2015, en uno de esos momentos de optimismo jolgorioso, ocupó el primer lugar de los Objetivos de Desarrollo Sustentable: llegar a cero en el 2030. Un estudio de Brookings Institution ha calculado ahora que una mitad de los nuevos pobres lo seguirán siendo después de ese año, lo que significa que la línea de base actual -unos 60 millones- se mantendrá duplicada.
Las ciencias sociales han debatido largamente el papel del desempleo en el estado de ánimo social. Algunos sostienen, con base en casos numerosos y en diversos “estallidos” revolucionarios, que el desempleo aumenta y excita la protesta. Es una conclusión que hasta parece obvia. Pero hay quienes han observado, con base en otros tantos ejemplos, que el desempleo más bien inhibe -o posterga- el ánimo de protesta. Nunca es razonable reducir el clima de una sociedad a un solo factor, por importante que parezca, pero es una disyuntiva que deberían pergeñar quienes pasean por la política y sus vecindades. El sentido común es un talento político; el otro es ofrecer resistencia a las ideas simplonas.
Los incidentes episódicos ocurridos en Chile en los últimos meses, con su ya conocida marca vandálica, podrían indicar que bajo el manto de la emergencia sanitaria espera, agazapado, el espíritu del 18-O, listo para explotar antes de que termine el gobierno de Piñera. Pero también podrían ser signos de que un estilo de crispación expresionista se ha vuelto endémico, con su pertinente inclinación hacia la violencia carnavalesca: el incendio ajeno (que tanto satisface a una joven diputada), la primera línea, el payaso asesino, en fin. Unos aseguran, triunfantes, que todo cambió y ya está; otros, victoriosos, repiten lo del Gatopardo.
La oposición a Piñera, una parte de la cual considera altamente injusto que su gobierno no haya sido derrocado, se ha endurecido en torno a la primera visión, que también parece la más simple. Se ha reconfirmado en la idea de que este es un gobierno insensible e inepto, con el deseo de que esto último zahiera la autoestima del Presidente. No está dispuesta a reconocerle su anticipación con las vacunas ni el desempeño notable de un sistema de salud primaria que parece confirmar algunas de las apreciaciones más odiadas del exministro Mañalich. Si Chile resulta ser el primer país no desarrollado que logre la inmunidad por las vacunas, será mérito de cualquiera, menos del Presidente.
Esto es parte de la larga batalla político-electoral del 2019. El hecho de fondo, sin embargo, es que esta batalla se librará con la certeza de que la pandemia no ha sido solamente un fenómeno suspensivo de la protesta, sino que está hiriendo de manera muy profunda el empleo, los ingresos y el nivel de la pobreza. Hay que ser un campeón de la frivolidad para no ver que eso lo transforma todo.
Los economistas del Banco Mundial han estado advirtiendo que en los países de ingresos medios se observa “un empobrecimiento de grupos nuevos que no habrían ingresado a la pobreza en el curso normal de los eventos”. El curso normal de los eventos chilenos ya había dejado de ser normal antes de que el murciélago fuera atrapado en Wuhan. Lo que no entraba en esa anormalidad eran precisamente estas dos deformidades: el desempleo y la pobreza. ¿Qué misteriosa fuerza de la historia chilena hizo que el desastre general se encabalgara sobre una crisis social estrictamente local, modificando su naturaleza?
¿Falta un tiempo para saberlo? Todo el mundo tiene alguna idea consolidada sobre las causas y las consecuencias de la Revolución Francesa. Cuando le preguntaron por ella al líder chino Zhou En-lai, dijo que “es muy temprano para evaluarla”. Claro que aún no se sabe si era una respuesta profunda o si entendió mal la pregunta. Podría aplicarse como prueba sobre la competencia de los políticos.
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