LT Domingo

Columna de Ascanio Cavallo: Las tres izquierdas

Directivas del Partido Comunista y de Revolución Democrática.

Hace 25 años, Jorge Castañeda dio formulación académica y empírica a la tesis de las dos izquierdas en la historia reciente de América Latina. El escritor y más tarde canciller mexicano identificaba, en su polémico libro La utopía desarmada, la trayectoria de los “polos revolucionarios” surgidos en la región después del triunfo de la Revolución Cubana, como alternativas y desafíos a la izquierda “clásica” de los partidos comunistas y socialistas que formaban parte de las institucionalidades democráticas.

Se atribuye al expresidente Lagos haber dicho, hace algún tiempo, que la política chilena tendría que acostumbrarse también a la presencia de dos izquierdas. Lagos, que tuvo a su izquierda a un sector que no le perdonó nunca su despectiva exclusión. Y también el Lagos que consiguió con su talante la más extensa reunión de izquierdistas, desde exmiristas hasta socialcristianos, de toda la historia de Chile.

En verdad, la cuestión de las dos izquierdas podría rastrearse hasta la Revolución Francesa y se ha expresado con toda clase de morfologías por más de 200 años. También es verdad que desde Fidel Castro la izquierda de América se partió en dos y que la expresión que más lo contrariaba, Salvador Allende, terminó en una tragedia. Entre las causas de esa tragedia también está la división de la izquierda que decía apoyarlo, con muchos de sus líderes bregando en su contra.

Todo este prolegómeno es para decir que no es nada raro que la izquierda vaya otra vez dividida a todas o muchas de las elecciones del 2021, incluyendo el proceso constituyente. Ha sido así desde la restauración democrática, incluso en el sueño bacheletista -la suma del PC dentro de la Nueva Mayoría-, cuando no dejaron de aparecer Roxana Miranda, No+ AFP o los universitarios para testimoniar que seguía habiendo “otra” izquierda. En todos esos años la presencia de las dos izquierdas no fue muy importante, porque el polo hegemónico estaba, sin sombra de duda, en la Concertación.

¿Está en peligro ese sector ahora? Toda la izquierda parece creer que sí, aunque todavía no hay ninguna elección que lo demuestre. De momento, es más un sentimiento, o quizás una profecía, que una quemante realidad política. El proyecto que zozobró el 2019 fue el de Piñera, no el de la izquierda. Ningún análisis serio, ni aún a punta de metáforas, puede saltarse ese dato.

Quizás sea un poco raro que la tendencia global a la fragmentación partidista afecte en Chile más a la izquierda que a la derecha. Pero, al final del día, lo más notorio es que se consumó el desgarro entre la socialdemocracia, sobre todo el PS, y la izquierda “clásica”, que dicho en corto es el PC. Se ha hecho cierta mofa de esta calificación empleada por el diputado Pablo Vidal, pero es bastante justo llamar “clásica” a una izquierda que saluda puntualmente a Corea del Norte, Cuba, Venezuela, después de que el clásico de los clásicos, la Unión Soviética, se desvaneció.

Paradójicamente, quien alentó esa ruptura fue el Frente Amplio, que nació para ser una tercera izquierda. No creó el conflicto -eso sería mucho-, pero pudo ser su estímulo desde que se empezó a convertir en un botín con pies. El FA iba a ser distinto de la socialdemocracia, contra la cual se inventó, y distinto de la izquierda “clásica”, donde el espíritu juvenil y despeinado no tendría cabida. Así fue en sus orígenes, entre los estudiantes, donde podían convivir con socialistas o comunistas, pero el control estaba siempre en manos “terceras”, que adoraban a sus compañeros, pero detestaban a sus partidos. (De paso, sólo en ese cuerpo invertebrado se podía entender por qué había allí un llamado Partido Liberal).

Ese proyecto murió este mes, o quizás más precisamente el domingo pasado, en esa votación estratégica que RD querrá olvidar, no por su resultado, sino por su envergadura. ¿Era inevitable, no lo era, era previsible, no lo era? Da lo mismo: así fue.

La imantación del FA por el PC se debe a una de esas necesidades de la política que nació detestando: la eficacia electoral. Ir solos, en el sistema electoral por el que tanto lucharon, significa ganar menos puestos.

En su migración, el FA dejó nuevamente vacío y enrarecido el mundo de la “tercera” izquierda, que ahora es una insatisfecha con los partidos, movimientista, inconformista, que desprecia por oxidadas las cosas como el orden público o el patrimonio arquitectónico y que al mismo tiempo es intensamente moralista y le exige a la política normas de rigor jansenista. Es una subcultura que no se ha dejado conquistar por el PC, a pesar de que desde el 18-O este partido parece haber redescubierto el espíritu insurreccional que sólo tuvo durante los ocho años en que controló al FPMR. De la ex Concertación, ni hablar.

Esta tercera izquierda puede encarnar el sentimiento de un fracaso social, pero también un arco de frustraciones tumultuosas y contradictorias. Por eso, revoloteará sobre el campo de batalla político como una presencia espectral, acaso en las redes digitales, acaso en la calle, a veces llamando a votar, a veces desdeñando el voto, desconfiada, fulminante para pillar la paja en el ojo ajeno, tajante para identificar a sus demonios.

Si la dispersión sigue el alegre camino que han pavimentado el voto voluntario y el sistema electoral, habrá nuevos partidos, o candidatos que vayan contra todos, porque sí, porque todo el resto no vale nada y porque para qué. Y si no, si el tiempo no alcanza para el 2021, el espectro de esa tercera izquierda circulará como pueda entre los socialdemócratas y los “clásicos”, para incordiar, para amenazarlos más o menos, para moverlos un poquito más a la izquierda, sin perder en ningún momento, en ningún lugar y bajo ninguna circunstancia su más sincero y cordial desprecio.

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