Columna de Ascanio Cavallo: ¿Ser segundo no es ganar?

Puntos más o menos, porcentajes mayores o menores de aprobación y rechazo, todos los estudios de opinión sobre la elección presidencial del domingo 21 coinciden en conferir a Gabriel Boric, el candidato más joven desde la restauración democrática, una posición de liderazgo que debería asegurarle al menos el paso a la segunda vuelta. Una nota al pie debería decir: téngase presente que los mismos estudios registran todavía, a tres semanas de la votación, alrededor de un tercio de indecisos (“no sabe-no responde”), cifra suficiente para voltear hasta la elección más cantada.
Cuando se escriba la historia de estos comicios habrá que tratar de desentrañar en qué momento se convirtieron en una disputa de tres contendores por el segundo lugar. Lo normal es que el adversario del líder sea uno con expectativas sobresalientes. Pero no es eso lo que está ocurriendo. No es raro que, frente a esta anomalía, algunos comandos luzcan desorientados y erráticos.
Suponiendo que Marco Enríquez-Ominami, Franco Parisi y Eduardo Artés tienen bajas probabilidades de ocupar ese segundo lugar (aunque morderán votos relevantes para la ronda de diciembre), la segunda posición se disputa entre Yasna Provoste, José Antonio Kast y Sebastián Sichel.
Provoste debería ser la heredera del poderoso caudal que tuvo la fenecida Concertación hasta hace sólo cuatro años. Pero esa masa se desintegró el 2019, lanzando fragmentos hacia la izquierda de Boric y la derecha de Sichel. El fenómeno podría haberse contenido si no fuera por las simultáneas elecciones parlamentarias, que agregan a las razones ideológicas (algunas) los imperativos de la conveniencia (copiosos).
En el caso de Provoste, la fuga se está produciendo por su izquierda, a pesar de que ella se presenta como la democratacristiana más izquierdista desde Radomiro Tomic, y a pesar de los esfuerzos de la directiva del PS por mantener la lealtad con la triunfadora de sus primarias. Vista en positivo, esa filtración también podría ser el puente para el apoyo en segunda vuelta; pero de momento, ese apoyo se ve unidireccional: sólo se trasladaría a Boric. Tampoco parece que Boric pudiese endosar mucho a la candidata de un partido que ha sido explícitamente rechazado por su gente. A la inversa, esa voluntad de exclusión de la DC puede tener su costo.
Los motivos del ascenso de Kast están imbricados con el clima del país, con la polarización progresiva que se ha impuesto en todas las instituciones y con la percepción, si se quiere exagerada, pero no ficticia, de que la violencia ha adquirido protagonismo en la escena pública. Kast es directamente proporcional al radicalismo de izquierda, real o exagerado.
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Y también es proporcional al desdibujamiento de la derecha, absorbida por una pretensión de centrismo que comenzó con Piñera en el 2009. La UDI, que una vez tocó las puertas del cielo con Joaquín Lavín, se ha pasado unos 15 años ofertando sus votos a candidatos de otras filiaciones y dudosamente podría decir que ha obtenido resultados favorables. Pasó de ser un partido hiperestructurado a uno deshilachado y Kast puede ofrecer, incluso sin decirlo, un regreso a las fuentes perdidas.
Obviamente que el crecimiento de Kast procede del debilitamiento de Sichel. Este es un caso de estudio. Así como Boric ganó una primaria más fácil de lo que parecía, Sichel se impuso en una primaria más difícil de lo que se creía. Lo logró poniendo por delante su independencia de los partidos, una virtud circunstancial, pero no sustantiva, y no parece haber percibido que después de esa victoria se abría un nuevo panorama, donde debía apretar filas y asegurar lealtades. En este último tramo se ha mostrado enojado, como sólo hace alguien seguro de tener la razón. Los hechos no avalan esa certidumbre. Kast se ha movido delicadamente hacia cierta moderación, de modo que la filtración de Sichel, que empezó afectándolo por la derecha, lo expone también con otros sectores de Chile Podemos Más. Si persiste su debilitamiento percibido, subjetivo, corre un riesgo más alto que el de Provoste.
La fase final de una campaña electoral trata de esto, de percepciones. Nada saca un candidato con refugiarse en supuestos datos duros, porque estos son una mera ilusión cuando se trata de capturar la imaginación de los votantes. Las elecciones tienen siempre una doble cara de acierto y equivocación, pero eso sólo se puede conocer después, cuando ya es demasiado tarde.
A pesar de su liderazgo sostenido -pero también aparente-, Boric tiene buenas razones para no estar tranquilo. Hasta ahora, ningún candidato que haya llegado segundo en primera vuelta ha logrado la hazaña de revertir el balotaje. Pero ese es el tipo de reglas que una vez se rompen.
Con su perfilamiento de izquierda inequívoca -y de una ambigua relación con el radicalismo de izquierda, incluido el violento-, enfrenta a tres contendores muy diferentes, lo que parece una perspectiva soñada para una segunda vuelta. Pero cada día más, esa posición depende de cómo crean los votantes que será el futuro cercano del país. No es impensable que, sólo en función de las debilidades que ha exhibido, su contendor reúna al conjunto de todos los demás.
También él necesita saber cuanto antes quién será ese retador. Pero no es posible.
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