LT Domingo

Columna de Héctor Soto: Carácter

Durante los últimos meses hemos estado repitiendo como loros que el escenario político, a pesar de los sorpresivos resultados de elecciones recientes, sigue todavía muy abierto. Esto, desde luego, se presta a suspicacias, porque cada veredicto electoral ha implicado distribuciones de poder que han dejado ganadores y perdedores. A raíz de eso, hay motivos para sostener que el país se ha izquierdizado. En general, es cosa de verlo en las cifras, la centroderecha ha estado retrocediendo en alcaldes, también concejales, y no hablemos de gobernadores regionales, donde solo uno de sus candidatos, el de La Araucanía, terminó calificando. En todas las demás regiones se fue de paliza. No sabemos cómo le irá al sector en noviembre próximo, cuando se elija la próxima legislatura, pero sí sabemos que su desempeño en la elección de la Convención Constituyente fue desastroso. Si bien es la primera minoría, con la actual configuración de fuerzas, tiene un margen de acción tan estrecho que hasta aquí se ha situado muy cerca de la irrelevancia política.

Con todo, es verdad: el escenario sigue abierto, entre otras cosas porque, al menos en el sistema democrático, no hay triunfo ni derrota que sea definitiva y final. El cuadro siempre se puede revertir y, en un país como el nuestro, donde el electorado vota una vez en un sentido y al mes siguiente en otro, las cosas pueden cambiar con increíble rapidez. Lo único que no cambia, de hecho, es el diagnóstico de que todo puede cambiar.

Por lo mismo, en un contexto que es de gran volatilidad, identificar algunos de los factores que hacen la diferencia entre el éxito y el fracaso político es una tarea desafiante. Está claro que los partidos políticos se están cotizando a la baja, aun cuando medio mundo reconoce que son indispensables para la democracia. Lo son, pero a la hora de la verdad, no nos engañemos, la gente los detesta. ¿Esto es grave? Por supuesto que lo es, aunque la clase política no toma muy en serio el fenómeno, trata incluso de capitalizar el descalabro en lo que pueda favorecerla puntualmente y no mueve un dedo para que el sistema pueda corregirse.

Toda la gravitación que han perdido los partidos la han estado ganando, en cambio, las figuras políticas en el plano personal, particularmente en términos de identidad, trayectoria y carácter. No es casualidad que en las recientes primarias se hayan ido a pique los pronósticos que el establishment había dado por hecho en las dos coaliciones. En el bloque PC-FA se impuso un político muy joven, cuyo look y contextura siguen siendo los de un dirigente universitario, y la nominación de Chile Vamos quedó en manos de un político que, por extracción y experiencia de vida, se aparta por completo de los nichos dentro los cuales tradicionalmente la derecha escogía a sus líderes. El electorado parece estar buscando políticos que se aparten de los libretos preestablecidos. Boric, no es un misterio para nadie, ha pagado altos costos en su sector al desmarcarse en momentos de enorme confusión entre los suyos. Y Sichel, aparte de resistirse con entereza a los cantos de sirena del populismo, que movieron a dos de los cuatro precandidatos del sector a comprarse con irresponsabilidad el retiro del 10% de los fondos de pensiones, encarnó una manera sencilla y empática de aproximarse a los temas públicos que al final -es de no creerlo- le valió la expulsión del gabinete. Es difícil entender en qué estaba pensando el Presidente cuando se deshizo de él. Está bien. Es asunto del pasado. Esta semana el candidato también le hizo lo que se llama una “parada de carros” a los parlamentarios de su sector y recibió muchas críticas por hacerlo. Nadie debería extrañarse. Hay quienes creen posible seguir operando con la lógica del político-flan, del político que -como el alcalde de La Pérgola de las Flores- dice a todo que sí, porque se deja llevar por la dirección del viento.

En el mismo sentido cabría destacar el testimonio de coherencia que ha dado Paula Narváez. De nuevo, el carácter. Es verdad que su candidatura olió a “dedazo” desde Ginebra y que el actual estándar de la política chilena es incompatible con maniobras políticas de esta naturaleza. Pero, descontado ese origen y por mucho que su postulación no haya prendido, ella no ha dejado ni un solo día de estar donde su partido la puso, dando la cara y resistiendo cualquier cantidad de presiones -desde la DC y el PPD, desde el reacomodo parlamentario y hasta de la orgánica de su propio partido- para bajarla. Prácticamente sola contra el mundo, su tenacidad vino a recordarle a la Unidad Constituyente que la política fáctica y el matonaje no son fórmulas presentables para ungir abanderados y que siempre será preferible para esos efectos alguna instancia de legitimidad democrática.

¿Obstinación, resentimiento, tozudez? Sí, son las descalificaciones con las cuales se trata de ningunear la incidencia del carácter en el liderazgo político. Y, por donde se las mire, corresponden no solo a una incomprensión de los tiempos, sino también a una injusticia.

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